
Asamblea Legislativa. Jueves 10 de febrero, 2022
Un saludo especial y agradecimiento sincero a la Asamblea Legislativa que ha querido conceder el título de Ciudadano de Honor de la República de Costa Rica a San Juan Pablo II, reconocida figura universal que a través de su extenso y fructuoso pontificado influyó de manera decisiva en todo el mundo y sin discusión, con una influencia muy sentida y cercana a nuestro país también.
De grata memoria es el Papa San Juan Pablo II, siendo el único que, en toda la historia de la Iglesia, ha visitado nuestro país, dejando una honda huella espiritual, llena de gestos que quedarán grabados para siempre en nuestra población. Su visita del 2 y 3 de marzo de 1983 fue una fehaciente muestra de que Costa Rica sobresale en el concierto mundial como nación respetuosa de la paz, la democracia y los más altos valores que respetan la dignidad de la persona humana.
Precisamente, la Ciudadanía de Honor reconoce los servicios notables de la persona que la recibe; sin duda, la obra de San Juan Pablo II es reconocida por católicos, creyentes en general y personas de buena voluntad. Lo que este Primer Poder de la República ha realizado al conceder este título al querido Papa santo, es también compromiso de Costa Rica con los valores que él promovió, nos compromete también como una nación de paz, la cual fue, sin duda, una de las grandes aspiraciones que el Santo Padre buscó al realizar sus incasables viajes apostólicos por todo el mundo.
Sería interminable hablar de la obra del Papa San Juan Pablo II, sus aportes para transformar el mundo en la búsqueda de la unión entre las naciones, su lucha por la paz, la defensa del ser humano desde el momento de la concepción hasta su muerte natural, su reconocimiento al aporte de la ciencia, y su visión de frente al nuevo milenio que atravesó con la esperanza siempre de un mundo mejor.
A casi 17 años de su fallecimiento, este honor concedido por la Asamblea Legislativa de Costa Rica reaviva la egregia figura de San Juan Pablo II, nos anima en este preciso momento de la historia y nos obliga también a continuar siendo un país amante de la paz, de los valores, que trabaja de manera solidaria, por el bien común y la justicia social.
Al encontrarnos acá también quiero poner la mirada en la juventud costarricense. Hace casi 40 años, a los jóvenes de entonces, el Papa San Juan Pablo II se dirigió a ellos con una propuesta de vida. Muchos jóvenes de entonces crecíamos con las sentidas palabras del Papa que nos invitaban a elevar nuestro espíritu, a ser personas de bien, a construir caminos en los cuales todos pudiéramos encontrarnos mejores oportunidades. Lo que dijo entonces San Juan Pablo II lo testimonió a lo largo de su vida entregada a la Iglesia y al mundo, él quería un mundo dispuesto a abrirle el horizonte a la juventud.
Por tanto, la Ciudadanía de Honor que hoy se concede al Papa San Juan Pablo II, debe ser también una invitación para que trabajemos con todas nuestras fuerzas por abrir nuevos horizontes para nuestra niñez y juventud como futuro de la patria.
Momentos en los cuales nuestro país atraviesa una verdadera emergencia educativa, el propósito de exaltar reconocimientos de este tipo debe llevarnos a imitar esas ilustres personas que los reciben.
Trabajemos por la educación, esforcémonos por brindar oportunidades a los niños y a los jóvenes, esta es nuestra responsabilidad y será el mejor legado que les podamos dejar.
Quiero concluir mi participación con unas breves líneas del Papa San Juan Pablo II en su Encíclica Evangelium Vitae (numerales 34 y 42): “La vida es siempre un bien. Esta es una intuición o, más bien, un dato de experiencia, cuya razón profunda el hombre está llamado a comprender (…) Defender y promover, respetar y amar la vida es una tarea que Dios confía a cada hombre, llamándolo, como imagen palpitante suya, a participar de la soberanía que Él tiene sobre el mundo”.
Que esta Ciudadanía de Honor que se concede, nos ayude a valorar la vida como el mayor bien que tenemos en nuestras manos, que podamos defenderla, promoverla, respetarla y amarla, como nos invitó a hacerlo siempre San Juan Pablo II.
