
Practicar las obras de misericordia nos ayuda no solo a cumplir la voluntad de Dios, sino que también nos permite transformar la realidad que vivimos. Cada acto para ayudar al hermano, en quien debemos ver el rostro del Señor, permite llevar el bien a este mundo en el cual vivimos.
Ya decía Santa Teresa de Calcuta: “el amor, para que sea auténtico, debe costarnos”. Si no nos desprendemos de nuestras posesiones o de lo que somos, difícilmente podremos en verdad ayudar a quien realmente lo necesita.
Comprender el llamado evangélico “denles de comer ustedes mismos” (Lucas 9, 13), nos abre el corazón de manera concreta a entender que muchas personas no tienen lo necesario para vivir, o que no tienen ni para una comida al día. Esta es una realidad dramática que duele en medio de tantos avances tecnológicos o científicos de los cuales se enorgullece la humanidad.
Por ese motivo, la Jornada Mundial de la Alimentación, que la Iglesia celebró el pasado 15 de octubre, nos debe animar a la reflexión, a la acción y al compromiso.
“La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad”, decía el Papa Francisco en su mensaje con motivo de esta Jornada, el cual dirigió a su Excelencia Qu Dongyu, director general de la FAO, organismo de Naciones Unidas que lidera el esfuerzo para poner fin al hambre mundial.
El Santo Padre, a la vez, nos expone una cruel realidad que habla también de la administración de los bienes que hacemos en este mundo.
“Actualmente asistimos a una auténtica paradoja en cuanto al acceso a los alimentos: por un lado, más de 3.000 millones de personas no tienen acceso a una dieta nutritiva, mientras que, por otro lado, casi 2.000 millones padecen sobrepeso u obesidad debido a una mala alimentación y a un estilo de vida sedentario. Si no queremos poner en peligro la salud de nuestro planeta y de toda nuestra población, hemos de favorecer la participación activa en el cambio a todos los niveles y reorganizar los sistemas alimentarios en su conjunto”, advierte el Papa.
Mientras unos tienen mucho, otros no tienen nada. Mientras muchos desperdician, a algunos no les llega ni las sobras de la comida. Nos podemos remitir al Evangelio del hombre rico y el pobre Lázaro, y comprender que dar la espalda a nuestra realidad puede llevarnos a una eterna vida de lamento.
Se nos exige una respuesta hoy, tender la mano al que lo necesita, vestir a quien no tiene ropa, dar de comer al que tiene hambre… Esto no es teoría o una historia de ficción y, a pesar de ello, muchos que pueden y deben tomar decisiones en bien de los demás prefieren no hacerlo.
Costa Rica, de manera particular, debe repensar muy bien su realidad actual: la desigualdad imperante, la pobreza que crece y golpea a más de un millón de personas.
Pidamos a Dios que nos ayude a tomar las decisiones necesarias para que podamos llevar soluciones reales a quienes la están pasando mal.
Fermento 238. Martes 18 de octubre, 2022