
“Toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios, y se configura como ofensa al Creador del hombre. A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y, al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa”.
San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 37, dejaba muy claro el valor sagrado del ser humano como creación de Dios. Podemos además decir que no hay derecho humano más importante que la vida.
Era el año de 1988 cuando el entonces Papa publicaba esta exhortación. Sin embargo, ya entonces, se atentaba de diversas formas contra la vida. Hoy, 32 años después, parece más bien que es extraño defender la vida desde la concepción hasta su muerte natural.
San Juan Pablo II, decía en el mismo documento, en su n. 38: “La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona”.
Muchas leyes y declaraciones se promueven en varios países y entre países con el fin de que el aborto sea considerado un derecho humano. Incluso, países como Costa Rica, defensores de la vida, abren portillos para que el aborto pueda ser libre. Varias voces se alzan con fuerza en países como el nuestro para promover esto que ahora llaman derechos, aun cuando se atente contra la vida, sin importar que sea la vida del más débil y vulnerable.
El Papa Francisco es claro también en muchas intervenciones, documentos u entrevistas que ha dado al respecto, manteniendo el Magisterio de la Iglesia como garante de la promoción de la vida.
En Evangelii gaudium, n. 214, dice el Santo Padre: “No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.
Los Estados deben pensar, lo hemos dicho, en un futuro sustentable para nuestras sociedades; esto se logra solamente promoviendo a las familias, defendiendo la vida, cuidando el legado de nuestros adultos mayores.
Con el avance de la ciencia, que permite dotar de una mejor calidad de vida al ser humano, no tiene sentido privar a la vida misma de la ciencia, para decir quiénes sí y quiénes no pueden acceder a ella. No se entiende cuando se cataloga como seres humanos de segunda categoría a aquellas personas con alguna enfermedad o por razón de su edad… como cuando algunos organismos y países promovían que la vejez es una condición de enfermedad.
La Iglesia no se va a cansar de proclamar la vida como un don y un derecho sagrado. Más aún, promueve este principio consciente también de que nos espera la plenitud de la vida en el reino de los cielos prometido por Dios. Más allá de nuestro momento presente, sabemos que fuimos hechos para la eternidad, de allí la importancia de proteger este primer y más importante derecho: la vida que hemos recibido de parte de Dios como un don maravilloso.
Fermento 221. Martes 21 de junio, 2022