Desencanto social

No es nada nuevo el desencanto social que se palpa en nuestro país y que es además una preocupación que toca la vida de las personas de manera legítima, producto de la desilusión por promesas que repetidamente se hacen y no se cumplen y por un deterioro generalizado de las condiciones en medio de las cuales se vive.

Es evidente también que el desencanto puede suscitarse por divisiones, injusticias, por la ola de crimen que nos golpea, por la poca credibilidad de la que muchas veces gozan nuestras autoridades y por los golpes que una y otra vez se dan a nuestras instituciones.

Desde la Iglesia nos preocupa de manera particular la persona humana y su dignidad, en cuanto creación divina. Asimismo, es de nuestro especial interés la promoción de los derechos humanos a través de los cuales se respete la vida y la libertad del hombre.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia señala en su numeral 132: “Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana”. Se destaca que la persona humana es el fin último de la sociedad.

En razón del desencanto social, por consiguiente, no deberían prevalecer intereses mezquinos o de algunos grupos para cambiar el rumbo del país. Es más que necesario el encuentro de todos por igual para trabajar por el bien común, sin luchas político-partidarias ni el aprovechamiento de unos cuantos de cierto caos para hacer valer sus ideales por encima de los intereses costarricenses.

Los creyentes estamos llamados a mantener nuestra esperanza en Jesucristo, a no dejarnos llevar por el pesimismo y a trabajar por la justicia, por un mundo más equitativo, pero especialmente a anunciar el Evangelio en medio de la sociedad y sus realidades.

Si promovemos los valores del Evangelio mucho bien podremos hacer desde nuestros lugares de trabajo o desde nuestros centros de estudio y desde nuestros espacios en la comunidad. No podemos ni debemos quedarnos al lado del camino sin hacer nada.

En medio del desencanto social urge un proceso de reconciliación a nivel país al cual podamos contribuir todos. Por ello, debemos dejar de lado el reproche, las rencillas y las divisiones que tanto daño nos han hecho, para recuperar la ruta que nos llevó a ser ejemplo en seguridad y justicia social.

Procede actuar con honestidad y transparencia, especialmente en los puestos de poder y de autoridad, para recuperar la confianza de la sociedad. Tampoco pueden quedar impunes los hechos de corrupción que han manchado el caminar de nuestra nación.

“La Iglesia enseña al hombre que Dios le ofrece la posibilidad real de superar el mal y de alcanzar el bien”, nos recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 578. Siguiendo de verdad al Señor Jesús podremos dar un radical cambio en nuestro país; repito, hagámoslo desde nuestras comunidades, desde donde estemos y actuemos.

Dios nos ayude a superar el desencanto social y, especialmente, nos permita restablecer un camino de concordia, solidaridad y justicia en el cual esté la persona humana en el centro de cualquier decisión, solo así podremos alcanzar condiciones de vida más dignas para todos.

Fermento 292. Martes 31 de octubre, 2023