
XXII Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Domingo 3 de setiembre de 2023.
Día diocesano del catequista.
Hermanos y hermanas catequistas:
Para este día diocesano del catequista, me parece providencial y muy oportuno el tema de la Palabra de Dios de este domingo. Se nos habla de la actitud fundamental del discípulo con relación al Señor: el seguimiento. El discípulo sigue al maestro, lo imita, hace suyas sus enseñanzas. Y según el mensaje de hoy, este seguimiento tiene unas características muy particulares y exigentes: es radical, supone renuncia y sufrimiento, demanda fidelidad. Así fue como vivieron su experiencia de respuesta el profeta Jeremías y el Señor Jesús. Seguir al Señor significa e implica irse con él, optar por él, asumir su enseñanza y propuesta de vida. Recibimos una llamada para seguirlo y ser fieles a él; esta es la tarea y el compromiso que nos corresponde.
Hemos escuchado, en la primera lectura, la difícil y dolorosa misión del profeta Jeremías en respuesta al llamado del Señor para seguirlo como profeta suyo. Dios lo había seducido con su llamado y Jeremías se dejó seducir. Pero, por la infidelidad y la descomposición moral y religiosa del pueblo, Jeremías tuvo que anunciar la destrucción del templo y de la ciudad santa de Jerusalén. Ante dicho anuncio, que, por supuesto no gustaba, a cambio recibió incomprensión, burlas, rechazo e incluso persecución. Ante esa experiencia humana dura y difícil, el profeta llegó a sentir que no quería ni podía más con su misión. Por el contrario, quería huir de todo aquello que le adversaba y mortificaba. Pero, en el fondo, siente que no pude abandonar la misión y el seguimiento del Señor. Sus entrañas estaban llenas de un fuego que no puede sofocar; era la Palabra de Dios que se ha apoderado de él y que le quemaba como un fuego interior que no podía contener. Por ello, siguió adelante fielmente con su misión, pese a las dificultades, sufrimientos y persecuciones. Nosotros hoy estamos llamados al seguimiento y a la misión sin temores ni cobardías; por el contrario, siendo valientes, auténticos, coherentes y fieles. Hemos recibido la llamada y la misión de Otro, que es el Señor. No es llamada ni misión nuestra; por tanto, la consigna es ser fieles al Señor; no acomodarse ni contentar a los hombres, dejando el camino y el seguimiento del Señor.
El evangelio de San Mateo nos presenta el primer anuncio de la pasión y muerte de Jesús; el encuentro con Pedro, luego de que éste confesó a Jesús como el Mesías e Hijo del Dios vivo, que escuchamos el domingo pasado; y también nos presenta las exigencias para el seguimiento de Jesús. Ahora nos encontramos con un Pedro que no entiende ni acepta el camino y la misión de Jesús; quiere impedir la pasión y muerte del Señor. Por ello, Jesús lo reprende fuertemente; pues su misión salvadora pasa por la pasión, el sufrimiento, la cruz y la muerte hasta entregar la vida.
La reprensión de Jesús a Pedro le da pie para plantear claramente las exigencias para ser discípulos del Señor ¿Cuáles son? 1.- Renunciar a nosotros mismos; 2.- Tomar la propia cruz. 3.- Y seguirlo. Renunciar a uno mismo significa no centrar la vida en nuestro propio egoísmo e interés, sino en Dios y en su proyecto. Descentrarse de uno mismo, renunciar a nosotros mismos, supondrá prueba, sufrimiento y cruz. Aunque nos cueste entender y nos resistamos a ello, la prueba, el sufrimiento y la cruz son parte de la misión, por ende, del seguimiento. “Perder la vida” por Jesús es poner los ojos y el corazón en él, en su camino y en su seguimiento; en definitiva, poner la mirada en la vida eterna. Porque, ¿de qué nos vale ganar esta vida si perdemos la eterna, por no cumplir la misión y no seguir al Señor? Esta pregunta cambió la vida de muchos santos como San Antonio Abad y San Francisco Javier. No vale para nada ganar esta vida si se pierde la eterna. Aquí estará la consecuencia de seguir o no al Señor, de cumplir fielmente o no la misión.
Queridos catequistas, ustedes, además de recibir la misión de ser discípulos de Jesús por el bautismo, han recibido el llamado y la misión particular de ser educadores en la fe para muchos niños y jóvenes. Tienen en sus manos la tarea de enseñar a seguir al Señor y de cumplir la misión que él encomienda a cada catequizando. En estos tiempos difíciles, confusos y exigentes es primordial que no pierdan de vista ni olviden nunca dos aspectos fundamentales en el seguimiento y en el cumplimiento de la misión de ustedes:
1.- La consciencia de que son llamados por el Señor y enviados por la Iglesia: el ser cristiano, discípulo o catequista no es algo nuestro; es un llamado y un don, una gracia que recibimos del Señor a través de la Iglesia. Es una misión y un encargo que hemos recibido de Otro como es el Señor; por ello el seguimiento y la misión se hacen en nombre del Señor y de la Iglesia, no en nombre propio o con ideas y acciones propias como si fuera cosa nuestra y no del Señor y la Iglesia.
2.- La consciencia de que deben ser fieles: si son conscientes de que el llamado es del Señor y el envío de la Iglesia, de que la misión y el encargo no es propio sino de Dios, la consecuencia de ello es, pues, ser fieles y honestos; transmitir, enseñar y testimoniar lo que han recibido del Señor y de la Iglesia; no cosas o ideas de ustedes. Fieles como Jeremías, al punto de pasar pruebas, burlas y persecuciones. Fieles como Jesús, al punto de pasar por la pasión y la cruz. Hoy, en medio de tanto relativismo, ideología, negación y crisis de la verdad, el cristiano tiene que ser fiel, honesto y de una pieza; máxime ustedes que han recibido el llamado, el envío y la misión de ser educadores en la fe. Por tanto, no pueden decir ni hacer otra cosa distinta de lo que han recibido del Señor y de la Iglesia. Fidelidad y honestidad porque son llamados y enviados de parte de Otro. Ofrezcan sus vidas, sus cuerpos, sus mentes, sus energías y sus carismas como “ofrenda agradable a Dios”, tal y como decía San Pablo en la segunda lectura de romanos; así serán fieles en el seguimiento y el cumplimiento de la misión.
Que el Espíritu de Dios, el alimento y fuerza del cuerpo y sangre de Cristo que recibimos en la Eucaristía, les ayuden hoy y siempre a sentirse llamados y enviados; a cumplir fielmente, con alegría y generosidad la misión -a semejanza de Jeremías y Jesús- para que puedan sentir la satisfacción de ser servidores y administradores fieles y honestos en favor de todos aquellos que se les han encomendado para educarlos y acompañarlos en la fe. Dios les pague y bendiga por todo lo que hacen en la Iglesia y en la Diócesis con su servicio catequístico. Amen y entreguen su vida en esta bella y noble misión de ser catequistas. Así sea, amén.