
Natividad del Señor, Misa del Día.
Domingo 25 de diciembre de 2022,
Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.
Hermanos todos en el Señor Jesús que nos ha nacido:
Exultantes del gozo y la alegría que inundan el mundo entero, por el nacimiento de nuestro Mesías, Salvador y Señor, decíamos anoche que Jesús, el Niño-Dios, nacido en el pobre y humilde pesebre de Belén, ha sido el regalo más grande y maravilloso que se nos ha dado para nuestra salvación. En este día, en el que resplandece la luz de la gloria de Dios, celebramos y proclamamos el centro del misterio de la Navidad: la Palabra, el Verbo eterno del Padre, se encarnó, se hizo hombre, ha nacido y vive entre nosotros para ser nuestra verdadera paz y nuestra salvación definitiva. Bien lo recuerda San León Magno: “ha nacido entre nosotros para hacernos partícipes de su divinidad”, es decir, para hacernos entrar en su naturaleza divina y alcanzar la salvación que sólo Dios puede dar. Qué misterio más grande y entrañable; qué intercambio más maravilloso entre Dios y el hombre por el cual hemos sido salvados y redimidos.
Si damos un rápido vistazo a nuestra realidad presente, de inmediato podremos constar que pareciera que la guerra, la violencia, el sufrimiento, el odio y la muerte prevalecen sobre la paz, el amor y la unidad que deberían reinar entre nosotros. Sin embargo, la natividad de nuestro Salvador es un mensaje contundente de esperanza y fe en que Dios -que se ha acercado absolutamente a nuestra humanidad por la encarnación y el nacimiento de su Hijo- nos trae y regala su paz y su salvación por sobre todo signo de violencia, muerte, mal, pecado, desaliento y pesimismo. El Niño pobre, débil, indefenso e inofensivo que contemplamos nacido en Belén, es nuestra paz y nuestra salvación definitivas.
Así lo anuncia el mismo profeta Isaías, en la primera lectura, primero al pueblo de Israel desterrado entonces en Babilonia, y este día a nosotros acá. Nos anuncia la paz y la buena noticia de la salvación, y este mensaje atraviesa los montes y se difunde por doquier. Los centinelas de Jerusalén repiten las buenas noticias de paz y salvación. Pero, el gran anuncio es que el Señor mismo vuelve a Jerusalén, como rey poderoso y victorioso; por ello la ciudad santa estalla en gritos de júbilo y alegría; todas las naciones reconocen al Señor, y la tierra entera verá la salvación que viene de Dios. Este anuncio de paz y salvación se cumple en el Dios que ha venido a nosotros para siempre, en la persona de su Hijo, a quien contemplamos, celebramos y adoramos nacido en Belén. Él es nuestra paz, nuestro gozo, alegría y salvación. Sólo Él nos puede dar verdadera paz, auténtica alegría y salvación eterna en medio de tanto sufrimiento, dolor, violencia, oscuridad y egoísmo que hay en el mundo.
Para el autor de la carta a los hebreos, en la segunda lectura, el Hijo y el Verbo de Dios -que nos ha nacido en Belén- es la última y definitiva palabra que Dios Padre nos ha dado a la humanidad. Él es la plenitud de la revelación, es el resplandor de la gloria de Dios y es quien sostiene todo el universo. Nos recordaba el texto que Dios, de muchas maneras, en distintas ocasiones, y por los antiguos padres y profetas, nos ha hablado; pero ahora, lo ha hecho definitivamente y para siempre en el Hijo, en la Palabra que se nos ha dado y que ha nacido para purificarnos de nuestros pecados y llevarnos a la majestad de Dios en las alturas, es decir, al cielo, a la salvación eterna. Jesús es la Palabra definitiva de Dios para nuestra salvación; acojámosla y escuchémosla siempre. Él es nuestra salvación.
El mensaje culminante y central de este glorioso día nos lo ha dado el evangelio de San Juan que se ha proclamado. Se trata de una parte de su prólogo; es un majestuoso himno poético que contempla al Hijo de Dios en su existencia eterna y en su encarnación histórica, el Verbo eterno y la Palabra encarnada. Desde siempre ha existido; desde siempre ha sido fuente de luz y vida para todos los hombres; por ello, Él es la luz que ilumina al mundo. Él, que existía desde siempre como luz y vida, se ha acercado, ha venido, ha nacido entre nosotros por nuestra salvación, y de ahí la solemne y central afirmación de hoy: “Y el Verbo (la Palabra) de Dios se hizo hombre (carne), y habitó entre nosotros”. Por este acontecimiento que hoy celebramos, hemos contemplado su gloria, hemos nacido de Dios; de su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia. En Él, que se ha encarnado, hemos visto y contemplado a Dios para nuestra salvación. Qué misterio de cercanía, abajamiento, donación, amor y salvación el de Dios al darnos a su Hijo a través de su nacimiento en Belén. Por ello, cómo no va ser Él nuestra alegría, nuestra paz y nuestra salvación. Esto es lo que hoy celebramos, proclamamos y confesamos con gozo indecible y gratitud imperecedera.
Hermanos, al recibir hoy al que es nuestra paz, nuestra luz y nuestra salvación verdaderas, al que se nos ha dado en Belén como regalo de salvación, demos testimonio de Jesús como la luz y la vida de todos los hombres. Que, a través de nosotros, muchos que no lo conocen, lo puedan conocer y encontrar en Él alegría y paz verdaderas. Que contribuyamos a que Él pueda iluminar a nuestro mundo tan en tinieblas y oscuridades a causa de tantos males, injusticias y falta de Dios. Hermanos, no podemos quedarnos de brazos cruzados, estamos llamados a hacer algo, ojalá mucho, para que el inmenso amor de Dios, manifestado en el nacimiento de Jesús, sea por todos conocido. Esto es celebrar de verdad Navidad. Este es el desafío que tenemos los cristianos, discípulos del que ha nacido y se nos da dado. Esto es lo que necesita el mundo y que hemos de vivir y proclamar desde nuestras familias, comunidades, lugares de trabajo o donde quiera que estemos y actuemos. El único y verdadero regalo de Navidad es Jesús: luz, paz, alegría y salvación para el mundo. Necesitamos ser testigos de esta gran verdad y de este gozo inmenso.
Al recibir en la Eucaristía al que se ha hecho carne, que ha nacido entre nosotros, y que se nos da como alimento de vida eterna también, pidamos a Dios la paz, la alegría y la salvación que el mundo y los hombres tanto necesitamos. Que Jesús nazca, hoy y siempre, con su amor, en el corazón de cada persona de buena voluntad, especialmente en todos los que creemos en Él y lo confesamos como nuestro Señor, Mesías y Salvador. Amén.