La Eucaristía es Cristo mismo

El Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Domingo 11 de junio de 2023, Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.

Esta solemnidad delCorpus Christi fue instituida por el Papa Urbano IV, en el año 1264 (siglo XIII), para reafirmar la fe de la Iglesia en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, y tributar culto público a este sacramento fuera de la Misa. Esta presencia real se manifiesta en el pan y el vino consagrados, no sólo durante la celebración de la Misa, sino también en el pan que se reserva el sagrario. La Eucaristía se reserva con una doble finalidad:para llevarla en viático a los enfermos y para ser adorada por nosotros los creyentes.

Escuchamos en la primera lectura del Deuteronomio: “Recuerda todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto… Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”.

En los discursos del Deuteronomio se exhorta a Israel a mantenerse fiel al Dios de la alianza. El maná sostuvo su lenta peregrinación por el desierto.  Aquel alimento había de ser siempre recordado y agradecido como una prueba del amor de Dios hacia su pueblo. Y, además, lo invitaba a reconocer el valor de la palabra de Dios como expresión de su voluntad.

En la segunda lectura, ante la indiferencia de algunos cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus hermanos, san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo para mantener la unión en la comunidad: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”. Y, a modo de preguntas, el apóstol afirma que el cáliz de bendición nos une con la sangre de Cristo; y el pan que partimos nos une a Cristo por medio de su cuerpo. 

El evangelio de san Juan que hemos escuchado recoge una parte del discurso que, después de la repartición de los panes y los peces, Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm, discurso conocido como del pan de vida. En él vemos importantes revelaciones.

1.- En Sicar, Jesús se dio a conocer a la Samaritana como el que puede dar el agua que salta hasta la vida eterna. Ahora, en Cafarnaúm se revela como el pan vivo que da la vida. Solo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre. La carne y la sangre del Hijo del Hombre resumen toda su persona, su vida y su enseñanza. Son verdadera comida y verdadera bebida. Ahí está la verdadera vida y la promesa de la resurrección. En él está la vida eterna.

2.- Jesús revela que su Padre vive y que él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de Cristo y vive para los demás. Como ha dicho el papa Francisco, “en la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor que no quebranta a nadie, sino que se parte a sí mismo. Es el Señor que no exige sacrificios, sino que se sacrifica a sí mismo. Es el Señor que no pide nada, sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la eucaristía también nosotros estamos llamados a vivir este amor” (Homilía del 6 de junio de 2021).

Hermanos, la enseñanza de la Palabra proclamada nos resume la sublimidad y profundidad del misterio que hoy celebramos en la solemnidad del Corpus Christi. El mismo Jesús nos dice quién es él en la Eucaristía y lo que celebramos y vivimos cada vez que participamos de ella.

1.- “Este es el pan que ha bajado del cielo”. Los creyentes en Jesucristo no despreciamos el pan que nos viene de la tierra y del trabajo humano. Pero recibimos y agradecemos, como un don impensable, el verdadero Pan que nos ha venido del cielo, es decir de la bondad divina, y que es el mismo Cristo.

2.- “No como el pan que sus padres comieron y murieron”. Los discípulos de Jesús valoramos el camino que llevó a los hebreos hacia la libertad. Pero sabemos y creemos que Cristo es el nuevo maná que nos sostiene en nuestro camino hacia la salvación y la vida eterna.

3.- “El que come este pan vivirá para siempre”. Los cristianos estimamos y valoramos los deseos de vida y de progreso integral de todos nuestros hermanos. Pero creemos que el cuerpo y la sangre de Cristo son semilla de una vida que no tendrá fin, pues es promesa de eternidad.

Hermanos, ante este misterio inmenso y sublime de la Eucaristía -que es el cuerpo y la sangre de Cristo para tener vida, que es promesa de resurrección para el último día, que es verdadera comida y verdadera bebida y que nos hace permanecer en Cristo y Cristo en nosotros- no podemos ni debemos olvidar algunas actitudes y disposiciones fundamentales de nuestra parte para recibir la Eucaristía y participar de ella. Valga esta solemnidad del Corpus Christi para recordar algunas enseñanzas esenciales de la Iglesia al respecto.

1.- Para recibir la Eucaristía hay que estar en estado de gracia; nunca y jamás recibirla en pecado mortal o grave (el que destruye la caridad en el corazón del hombre por una violación grave de la ley de Dios; el que se comete con pleno conocimiento y deliberado consentimiento en materia moral grave, cfr. catecismo de la Iglesia Católica numerales 1856 y 1857). Si tenemos conciencia de pecado mortal, hay que acudir antes a la confesión sacramental para acceder al perdón de los pecados y recibir luego dignamente al Señor, a fin de no cometer jamás un abominable sacrilegio con lo más grande y santo que tenemos en la Iglesia como lo es la Eucaristía.

2.- La Iglesia nos permite recibir la Eucaristía de distintas formas: en la boca, con las manos, de pie o de rodillas, del sacerdote o de un ministro extraordinario de la comunión. Atención: ninguna de estas formas es más digna o menos indigna que otra; lo importante es la conciencia y el respeto que tengamos hacia la Eucaristía, y la auténtica y profunda disposición espiritual que tengamos para recibirla con fe, respeto y devoción. La Eucaristía es Cristo mismo, no es pan común y corriente que se trata de cualquier manera.

3.- Ante la sacralidad y sublimidad de la Eucaristía, hemos de presentarnos de manera decorosa y digna, incluso en el vestir y en la actitud física con que vamos a comulgar. Bien decían antiguamente nuestros mayores: “Las cosas santas se tratan santamente”. En la Iglesia no tenemos nada más santo y más grande que la Eucaristía. Tampoco olvidemos la genuflexión ante el Santísimo Sacramento; la vela o la lámpara en el sagrario nos recuerda su presencia real entre nosotros.

Hermanos, al escuchar dentro de poco la invitación de Jesús, “coman, beban”, acerquémonos con el alma limpia, con corazón puro y con verdadera hambre espiritual a este sacramento eucarístico que es fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia. Comamos siempre de este alimento y de este banquete que es el pan vivo bajado del cielo; Cristo mismo que nos purifica, alimenta, fortalece y santifica.

¡Para siempre sea alabado el Señor Sacramentado! En el cielo y en la tierra para siempre sea alabado.