La Iglesia necesita sacerdotes orantes para que sean de verdad hombres de Dios

San Juan María Vianney, Patrono de los sacerdotes.

Viernes 4 de agosto de 2023, Catedral de Ciudad Quesada, 11:00 a.m.

Por primera vez hemos querido destacar con esta celebración la memoria de San Juan María Vianney (1786-1859), patrono de los sacerdotes. En primer lugar, para honrar su legado e imitar su testimonio. Y, en segundo lugar, para pedir en la oración por el ministerio y santificación de todos los sacerdotes de la Iglesia, de manera muy especial por los de nuestra diócesis de Ciudad Quesada.

El testimonio y legado del Santo Cura de Ars es muy fuerte, desafiante y actual para los sacerdotes de hoy. Es todo un ejemplo y programa de vida -no solo para los párrocos, sino para todos los presbíteros- de lo que significa una vida consagrada a la caridad pastoral y a santificarse a través del ejercicio del ministerio sacerdotal. Es vivo, impactante y elocuente el testimonio y legado de San Juan María Vianney, potenciado por su humildad, pobreza y sencillez, expresión de su consagración total a Cristo y a su Iglesia, desde la pequeñez de la parroquia de Ars donde el Señor le permitió hacer maravillas a través de su ministerio.

Quisiera compartir un par de puntos relativos a la palabra de Dios que se ha proclamado, y luego detenerme en algunas claves de la vida y testimonio del Santo Cura de Ars, que me parece debemos recoger hoy los sacerdotes que queremos ser fieles y santos a través del ministerio sacerdotal que hemos recibido por pura misericordia de Dios.

La primera lectura del Levítico nos ha enumerado las fiestas de culto principales del pueblo de Israel (la pascua, las semanas o las primicias, y los tabernáculos o de los campamentos). Todo este detalle ritual y cultual revela que Israel era un pueblo santo por voluntad de Dios y que, a través de la celebración del culto, estaba llamado a santificarse continuamente por designio de Yahvé. Hoy, nosotros, la Iglesia, el nuevo Israel, somos también un pueblo santo que se santifica especialmente a través del ejercicio del ministerio sacerdotal como lo ejerció en su tiempo el Santo Cura de Ars, y como lo ejercen hoy nuestros sacerdotes y ministros. Santos todos desde nuestra vocación bautismal, y llamados continuamente a santificarnos.

El evangelio de San Mateo nos narra la presencia de Jesús en la sinagoga de Nazaret, las dudas y rechazo que surgieron entorno a su persona y ministerio. Por parecerles tan conocido y cercano, a los nazarenos se les dificultó aceptar a Jesús, se les hizo casi imposible creer en él, pues no era solamente hombre, sino verdadero Dios. A Jesús, el Hijo de Dios, se le reconoce y acepta en la fe para confesarlo a través de la vida y del testimonio de cada uno de nosotros. El sacerdote, de manera especial, ha de proclamar y predicar a Jesucristo como Señor, Mesías, Salvador y Redentor nuestro, para conocerlo, amarlo y seguirlo -cada vez más y mejor- todos los días de nuestra vida en nuestra experiencia permanente de fe. El Santo Cura de Ars se consagró a la evangelización, a la predicación y a la catequesis para anunciar apasionada y constantemente a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Fundamental y esencial es la tarea evangelizadora y misionera la de los sacerdotes de ayer, de hoy de siempre.

Quisiera ahora destacar, en particular, algunas claves y rasgos del testimonio y ministerio sacerdotal del Santo Cura de Ars que iluminan, inspiran y desafían a los sacerdotes de hoy:

1.- Identidad y conciencia de la grandeza del sacerdocio: desde su sencillez y humildad, San Juan María Vianney siempre tuvo clara y profundamente arraigada la conciencia de que, como sacerdote, era otro Cristo. Esa era su identidad más propia y genuina: hacer presente a Jesucristo a través del ministerio sacerdotal; transparentar al Señor a través de los gestos, palabras y acciones sacerdotales para bien de los fieles que se le habían encomendado. Tal era su identidad y conciencia sacerdotal que decía “¡Qué cosa tan grande es ser sacerdote! Si lo comprendiera del todo, moriría”.

2.- Vida espiritual, de oración y experiencia mística: más allá de las extenuantes jornadas apostólicas y pastorales, el Santo Cura de Ars siempre tuvo y defendió el tiempo para la oración y la contemplación. Noches y madrugadas de largas vigilias, innumerables horas de adoración eucarística, espacios para la práctica de la penitencia, momentos para la meditación y la lectura espiritual. Por la profundidad de su vida de piedad, el Señor le concedió la gracia de experiencias místicas de íntima y constante unión con el Señor. La oración es la fuente y la clave para el fruto apostólico y la fecundidad pastoral. La Iglesia necesita sacerdotes orantes para que sean de verdad hombres de Dios.

3.- Consumada caridad pastoral: solo por la gracia de Dios se podía explicar la agotadora y extenuante actividad pastoral del Cura de Ars. Incontables horas de confesiones, consejería y dirección espiritual; largos momentos de predicación y catequesis; atención y acogida no solo de sus feligreses de la pequeña parroquia de Ars, sino de miles de peregrinos que venían de toda Francia a buscar su consejo y dirección. El tiempo del sacerdote no es suyo, sino de sus ovejas, sobre todo de las más heridas y necesitadas de tiempo, acogida, atención y curación. Desde su sacerdocio, San Juan María Vianney no vivió para sí ni se buscó nunca a sí mismo, por el contrario, todo su tiempo, todas sus fuerzas y toda su vida eran y fueron para sus ovejas. Caridad pastoral es dar la vida por las ovejas, a semejanza de Jesús, el Buen Pastor. La Iglesia necesita de sacerdotes dedicados, consagrados, encendidos en auténtica caridad pastoral por el bien y la salvación de las almas. Así lo hizo y lo vivió el Cura de Ars. Él fue la llama que ardía y se consumía en bien de los demás. Así queremos y pedimos para que sean hoy nuestros sacerdotes: encendidos en el amor de Dios por las almas.

4.- Lo principal, su testimonio de santidad: se dice que San Juan María Vianney hizo no pocos milagros. Pero el principal milagro y bien que hizo fue su testimonio sacerdotal de santidad. En él, los fieles y peregrinos descubrían claramente la mismísima presencia de Cristo. Como aquel abogado escéptico de Lyon, que fue por curiosidad a Ars y le preguntaron luego que qué había visto, a lo cual respondió: “He visto a Dios en un hombre”, refiriéndose lógicamente al Santo Cura. No hay duda -la historia y la experiencia lo demuestran- lo que hace fecundo, eficaz, creíble, y si se quiere, contagiante el ministerio de un sacerdote es su testimonio de santidad. Eso es lo que llega e impacta a las personas; las cambia y las renueva. El testimonio de un sacerdote santo despierta deseos de santidad y santifica a sus ovejas. Que podamos ver en la vida y ministerio de nuestros sacerdotes la presencia viva del Señor, pues son, ni más ni menos, que otros Cristos. Pidamos en esta Eucaristía los sacerdotes santos que necesita el mundo y la Iglesia. Oremos por la santificación, fidelidad y perseverancia de nuestros sacerdotes. Hoy, primer viernes, lo pedimos especialmente al Corazón de Jesús, recordando aquello que hermosamente decía el Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesucristo”. Que Jesús, el Buen Pastor, conceda a su Iglesia, especialmente a nuestra diócesis, muchos santos Curas de Ars.

¡Oh Jesús, pastor eterno de tu Iglesia! Danos muchos y santos sacerdotes ¡San Juan María Vianney! Ruega por nosotros.