La Virgen María, Templo del Señor

Peregrinación de la Diócesis de Ciudad Quesada a la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, Cartago.
Lunes 31 de julio de 2023.

Cada año, con inmensa alegría, y con motivo de la fiesta nacional en su honor, las diócesis de Costa Rica peregrinamos hasta la casa de la Madre común, Nuestra Señora de Los Ángeles, acá en Cartago. Corresponde hoy la celebración eucarística a la diócesis de Ciudad Quesada que se une a su hermana la Iglesia particular de Cartago para festejar el aniversario de la dedicación de la Santa Iglesia Catedral de esta diócesis; por ello acudimos a honrar hoy juntos a la Santísima Virgen bajo la figura y tema de “La Virgen María, templo del Señor”.

El aniversario de la dedicación de la Iglesia Catedral para una diócesis, significa no solamente festejar un acontecimiento histórico, sino también la oportunidad de reavivar en el presente la conciencia eclesial de pertenencia y también de compromiso con los retos pastorales que se asumen conjuntamente para proyectar el futuro. Con ello hacemos referencia, en primer lugar, al sentido de diocesanidad que ha de caracterizar a toda comunidad cristiana que conforma la diócesis, y especialmente a sus pastores. No se puede estar al servicio de la evangelización en una diócesis sin sentido de pertenencia, porque la diócesis es nuestra familia.

Cada diócesis es una presencia local que evidencia y a la vez nos vincula a la Iglesia universal, de la cual la diócesis forma parte. Ello se pone de manifiesto especialmente cuando reunido el presbiterio con su obispo, vida consagrada y fieles laicos, en la Iglesia Catedral celebran solemnemente el misterio eucarístico del que brota, en el que crece y al que tiende toda la vida de la Iglesia. Así, la Iglesia Catedral, Madre de todas las iglesias de la diócesis, es el espacio sagrado apto para gestar todo un sentido comunitario de diocesanidad, y ofrecer, a todo hombre y mujer de buena voluntad, una imagen de la identidad misma de la Iglesia, a través de la belleza mistagógica de la liturgia. Esta belleza se pone de manifiesto cuando la Iglesia peregrina eleva sus ojos a la Madre de Dios, imagen perfecta de la Iglesia, ya en comunión plena con la Trinidad, por su Asunción. Lo que decimos de la Iglesia en camino, lo encontramos ya realizado en la Madre del Salvador.

La riqueza de la Palabra de Dios proclamada nos permite detenernos en algunos elementos catequéticos de la rica y profunda relación entre el misterio de la Iglesia y la misión maternal de la Santísima Virgen. Un primer elemento se nos presenta cuando leemos con atención la primera lectura del Apocalipsis y descubrimos cómo la iniciativa divina entrega a los hombres una nueva ciudad santa; ya no es la Jerusalén histórica, que posteriormente habría sido destruida. Es una ciudad totalmente nueva a la que el autor sagrado denomina “la morada de Dios entre los hombres”. La primera en ser morada de Dios es la Inmaculada, “la llena de gracia”, la mujer del servicio pronto y fecundo en la Visitación, la que ha dicho de sí misma: “He aquí la esclava del Señor” en la Anunciación y, por último, la que solidaria con la situación penosa de los novios, en Caná de Galilea, ha sido intercesora ante su Hijo. Ella es una casa de puertas abiertas, como lo debe ser la Iglesia en la historia, asumiendo sus rasgos e imitando sus virtudes, siendo gestora de comunión y de diálogo en esta hora crucial para la humanidad.

En segundo lugar, la misma lectura del Apocalipsis nos presenta otro rasgo importante. Dios siempre “hace nuevas todas las cosas”. Dejarse hacer no es fácil. Dejar a Dios tomar las riendas de nuestra vida para que lleve adelante sus planes, es confiar, fiarse verdaderamente de Dios. No se trata de ser los protagonistas, sino los colaboradores humildes de la obra salvadora. Esto implica saber leer los signos de los tiempos y entregarse a la causa del Reino con todos los dones y talentos que hemos recibido; esta es tarea de todos los días.

El “sí” de la Anunciación nos reta frente a una cultura de la imagen y del descarte, para saber colaborar conscientemente en los grandes desafíos de la postmodernidad dando lo mejor de nosotros, sin cruzarnos de brazos en un presente marcado por la duda frente a un futuro a veces propuesto como desconcertante, en el cual se busca desechar a Dios del escenario histórico. Se trata de todo lo contrario, somos colaboradores de Dios en la transformación de la historia, en una historia nueva marcada por la esperanza y la confianza. No nos dejamos atrapar por el desaliento y la frustración, celebramos y apostamos por la bondad de Dios que renueva el corazón y la historia cada día. Hoy en día, esta tarea la continúa la Iglesia en su empeño evangelizador compartiendo los gozos y las esperanzas de cada etapa de la historia humana hasta alcanzar la deseada “civilización del amor”, a la que nos impulsó con decidido espíritu profético San Pablo VI.

Por último, el texto evangélico de San Juan nos ha planteado el reto del verdadero culto: “en espíritu y verdad”. El diálogo con la samaritana nos introduce en la profundidad del misterio esponsal de Jesucristo con la humanidad representada en la persona de la samaritana. Es la hora del encuentro cuando el sol ha alcanzado plenitud, al mediodía, y en esa hora de gracia por la que todos hemos pasado, hora de llamada y misión, hora que marca cambio y compromiso, nos acompaña siempre la Madre de Jesús. Con Ella entramos en el verdadero culto, que es el que brota del corazón; no ligado a la legislación mosaica y regulado por preceptos de muerte, sino orientado a la plenitud del amor desde la libertad y la gratuidad. Con Ella podemos decir “sí” a un nuevo modo de vida que brota del costado abierto de su Hijo en la Cruz.

Y este nuevo modo de vida, propio de los discípulos del Resucitado, nos lanza a una sociedad, especialmente costarricense, necesitada de solidaridad y caridad, urgida de autenticidad y coherencia, que no debe caer en los fáciles lazos del egoísmo, la mentira, la falsedad, la injusticia, la indiferencia y particularmente en la violencia y la criminalidad que nos están carcomiendo espantosamente. El nuevo modo de vida que estamos llamados a tener es el espacio existencial en el que el creyente vive el verdadero culto del que habla hoy San Juan. Culto y vida forman un binomio inseparable para el cristiano. No podemos celebrar aislados de la historia un culto que nos repliega en un escenario de seguridades falsas y que no salvan. Celebrar desde la fe y el amor nos lanza al amplio horizonte de la nueva creación que ya se ha iniciado con la Pascua del Señor.

Los textos de la Palabra de Dios nos han ayudado a reflexionar sobre algunos aspectos del misterio de la Iglesia, verdadero templo donde mora la gloria de Dios, y que es también, a la vez, anticipo gozoso de la vida eterna que nos espera en la Jerusalén del cielo. Este misterio contemplado y celebrado en el hoy de nuestra historia, brilla esplendente en la Virgen Madre de Dios. Esta mañana al mirarla cercana y materna en esta Basílica, que es casa común de nuestra nación, le pedimos con las palabras de la primera oración de esta celebración, denominada colecta, que Ella nos obtenga saber vivir como cristianos, con la conciencia de ser “piedras vivas” y escogidas… para que tu pueblo fiel avance sin cesar en la construcción de la Jerusalén celestial”. ¡Nuestra Señora de los Ángeles! Ruega por nosotros y por Costa Rica. Amén.