
Hace más de 50 años, San Pablo VI decía que las enseñanzas de la Iglesia “no serán quizá fácilmente aceptadas por todos”, y advertía que “son demasiadas las voces que están en contraste con la Iglesia” (cfr. Humanae vitae, n. 18).
En el mismo numeral, el Papa Pablo resaltaba que el fundador de la Iglesia, Jesucristo -como él mismo lo anunció- es “signo de contradicción” en el mundo y, la Iglesia, solamente es “depositaria e intérprete” de sus enseñanzas, las cuales debe seguir proclamando “con humilde firmeza”.
Ciertamente, pocas voces hoy defienden la vida desde la concepción hasta la muerte natural; se genera polémica si la Iglesia muestra una postura contraria a la eutanasia; incluso, si promovemos la objeción de conciencia, sobresalen muchas voces criticando la posición de la Iglesia o de quienes defienden este principio.
La persona humana, creada por Dios, ha sido dotada de inteligencia; su Creador le ha dado la libertad para tomar decisiones, le ha dotado de conciencia. Al respecto, San Juan Pablo II, decía: “La conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo a la obediencia (…) es el espacio santo donde Dios habla al hombre”, (Veritatis splendor, n. 58).
Hoy parece que a muchos no les importa la conciencia, o la ven como algo que debe quedar más allá de lo íntimo, atrapada en lo privado, oculta a la sociedad.
Recientemente, la Conferencia Episcopal Española ha publicado una nota doctrinal sobre la objeción de conciencia, sobre su importancia en el contexto en que vivimos, sobre su función y, además, sobre la responsabilidad cristiana de aplicarla cuando una ley atenta contra la dignidad humana.
Afirman los obispos españoles: “Vivimos inmersos en una cultura que no valora lo
religioso como un factor positivo para el desarrollo de las personas y las sociedades. El principio que está en la base de muchas leyes que se aprueban es que todos debemos vivir como si Dios no existiese”.
Es nuestra misión entender, a propósito de que nos encontramos en el tiempo de Pascua, que los creyentes estamos llamados a proclamar y dar testimonio de Cristo Resucitado, a llevar su Evangelio en medio del mundo, a iluminar la realidad con su verdad.
Esta misión, para nosotros cristianos, se entiende cuando nuestras acciones se encaminan a buscar el bien común, a mejorar la sociedad, a promover el desarrollo integral de las personas. Se entiende, claro, cuando proclamamos la vida eterna, cuando anunciamos, como lo he dicho en muchas ocasiones, que nuestra vida no se encierra en el tiempo y en el espacio de este mundo, pues nuestro futuro está más allá.
“La objeción de conciencia supone que una persona antepone el dictado de su propia conciencia a lo ordenado o permitido por las leyes. Esto no justifica cualquier desobediencia a las normas promulgadas por las autoridades legítimas. Se debe ejercer respecto a aquellas que atentan directamente contra elementos esenciales de la propia religión o que sean contrarias al derecho natural en cuanto que minan los fundamentos mismos de la dignidad humana y de una convivencia basada en la justicia (…). Además de ser un deber moral, es también un derecho fundamental e inviolable de toda persona, esencial para el bien común de toda la sociedad”, recalcaba la Conferencia Episcopal Española.
Que el Señor Resucitado nos dé la fuerza para manifestar con libertad y verdad una recta conciencia, apegada a los valores del Evangelio.
Fermento 215. Martes 10 de mayo, 2022