“Mostremos que nuestra Diócesis es una Iglesia viva, en camino, servidora y testimonio para Dios y las personas”

Fiesta del apóstol Santiago,

XXVII aniversario de la creación de la Diócesis de Ciudad Quesada,

Lunes 25 de julio, 6:00 p.m., Iglesia Catedral.

Hermanos todos en Cristo el Señor:

Según el ordenamiento litúrgico universal, celebramos hoy la fiesta del apóstol Santiago, y, en particular, conmemoramos nosotros el XXVII aniversario de la creación de nuestra Diócesis de Ciudad Quesada, razón por la cual damos gracias a Dios y pedimos especialmente por nuestra Iglesia Particular.

Santiago el Mayor, nació en Galilea. Su nombre significa “protegido de Dios”. Fue hijo del Zebedeo y de María Salomé, y hermano mayor de san Juan Evangelista. Dice Orígenes que éstos no eran simples pescadores, como Simón y Andrés, sino verdaderos navegantes que poseían un barco de cabotaje y marineros a sueldo. Además, según Nicéforo de Constantinopla, historiador antiguo, el Zebedeo disfrutaba de cierta posición económica. En el Evangelio de san Marcos se lee que, andando el Señor por la ribera del mar de Galilea, los vio con su padre, remendando las redes, y los llamó. Y ellos se fueron tras de él.

Más adelante, Jesús les cambió el nombre, y por su ardoroso celo los llamó Boanerges, que quiere decir “hijos del trueno”. El Señor los llevó consigo cuando fue a resucitar a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga; quiso que fuesen testigos de la gloria de su sagrada humanidad cuando se transfiguró en el monte Tabor, y de su mortal tristeza en el huerto de Getsemaní; y después de su resurrección hizo que se estuvieran presentes en casi todas las apariciones. Santiago predicó, probablemente, en Palestina y Siria, y volvió a Jerusalén, pero Herodes Agripa lo mandó decapitar en la pascua del año 44. Fue el primer apóstol que padeció el martirio.

Celebrar la fiesta de uno de los apóstoles es remontarnos, sin duda, a los orígenes de la Iglesia, en cuanto designio de Cristo de fundar esta comunidad sacramento de salvación que, como lo confesamos en la profesión de fe, la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Fundamental esta verdad, pues nos pone de manifiesto, hoy en día, que la Iglesia no es creación ni posesión nuestra, sino de Dios en la persona de su Hijo.

Lo mismo podemos decir de la Diócesis en cuanto Iglesia Particular, en la cual se hace presente la realidad de la Iglesia universal, pues, como bien dice el decreto Christus Dominus n. 11, “en la diócesis vive y actúa la una y única Iglesia de Jesucristo”. Nosotros, en el momento presente de la historia, hemos de considerar y contemplar estas verdades con auténtico espíritu de fe, pues la Iglesia, ciertamente humana, es, ante todo, una realidad y un misterio de fe. De esta visión y contemplación dependerá nuestra justa ubicación y real actuación en la Iglesia, especialmente en nuestra Diócesis, con su realidad, retos, desafíos, anhelos, problemas y esperanzas, en el espíritu del proceso sinodal que actualmente vivimos en la Iglesia universal.

Me parece que la Palabra de Dios proclamada, entre otros elementos, nos ofrece dos fundamentales a considerar y practicar en la realidad de la Iglesia, en especial de nuestra Iglesia Particular o Diócesis:

1.- La Iglesia, la Diócesis, se sostiene en virtud de la gracia de Dios y no de nuestras fuerzas y capacidades. Hablando del ministerio apostólico y de su propia experiencia vocacional, San Pablo, en la primera lectura de 1 corintios nos acaba de decir que “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros”. Por ello, la Iglesia, a pesar de dificultades, pruebas, ataques y persecuciones, se mantiene firme e incólume porque está sostenida por la fuerza extraordinaria de la gracia que proviene de Dios. Este, hermanos y hermanas, es un dato fundamental de la fe que habrá de animarnos, esperanzarnos y llenarnos de mucha confianza para todo lo que hacemos y vivimos en la Iglesia y, por ende, en nuestra Diócesis como Iglesia Particular. La obra es del Señor, él garantiza su camino, desarrollo, fruto y fecundidad. 

2.- La Iglesia, la Diócesis, es sacramento de salvación para el servicio y el bien de las personas. El servicio ha de ser la clave y la mística que nos identifiquen; no la ambición ni la figuración de los primeros lugares. Nos contaba el evangelio de San Mateo de la petición de la madre de los Zebedeos, de sus aspiraciones y ambiciones como si el Reino de Cristo fuese un poder humano para escalar y triunfar. Jesús aprovecha aquella situación para transmitir la enseñanza clave que ha de animar el camino cristiano y la misión de la Iglesia: la meta y el objetivo es el servicio, la capacidad de dar la vida, de ser los últimos y los esclavos, no los primeros ni los señores. Así como Santiago tuvo que madurar su propio camino hasta entender que la verdadera aspiración es dar la vida, así también nosotros en nuestro servicio a la Iglesia y a la Diócesis hoy.

En este sentido, hemos de servir y no servirnos de la Iglesia; por ello, no deberíamos escatimar tiempo y esfuerzo para dar lo mejor de nosotros mismos, para ofrecer un testimonio de Iglesia sencilla y servidora, capaz de lavar los pies de todas las personas, especialmente de las que más sufren y están más olvidadas. El servicio es acción y testimonio, no palabrería ni mucho menos demagogia; el servicio cristiano se identifica con la misma caridad, por ello, hemos de ser una Iglesia y una Diócesis de caridad, inspirada siempre en Cristo que no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos nosotros. Una Iglesia que vive en comunión, unidad y espíritu de sinodalidad, caminando siempre juntos y cumpliendo su misión esencial de evangelizar.

Hoy, al contemplar y celebrar el ministerio apostólico en la persona de Santiago, y al evocar nosotros particularmente la apostolicidad de la Iglesia, en la cual se fundamenta la realidad de nuestra Diócesis, le pido especialmente al Señor por esta nuestra Iglesia Particular para que sea de verdad una Iglesia sinodal, es decir, en marcha y que camina, que nunca se conforma ni cae en la ley del menor esfuerzo; una Iglesia diocesana alegre, dinámica, servidora, testimonial, sal y luz; una Iglesia misionera y evangelizadora, con verdadero impulso y pasión por llevar a Cristo como buena noticia y salvación para todos. Que el Señor nos regale este espíritu, tanto a pastores como a laicos, para que, con ardor renovado, nos comprometamos, día tras día, con la misión esencial de la Iglesia que es evangelizar, en particular, con los desafíos, retos, esperanzas, acciones y proyectos concretos de nuestra Iglesia diocesana de Ciudad Quesada. Mostremos, pues, que nuestra Diócesis es una Iglesia viva, en camino, servidora y testimonio para Dios y las personas.

La fuente inagotable de fortaleza e impulso para la Iglesia viene de la Eucaristía, al punto de que sin Eucaristía no hay vida cristiana ni fruto apostólico. Que este sacramento de amor y unidad realice la comunión entre nosotros, nos alimente y fortalezca con la gracia de Dios, y nos conceda impulsos renovados para ser la Iglesia que el Señor quiere y que nuestra Diócesis necesita. Que, como Santiago, antes de buscar privilegios, seguridades y primeros lugares, seamos capaces de servir dando la vida. Este será nuestro mejor testimonio y servicio cristiano y eclesial.

Amén.