
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 10 de abril de 2022.
Catedral de Ciudad Quesada, 11:00 a.m.
Hermanos todos en el Señor:
Con profunda gratitud a Dios, en razón de que estamos retomando presencialmente las celebraciones litúrgicas de nuestra fe, justo en estos días tan importantes y significativos, iniciamos hoy, en comunión con toda la Iglesia, la Semana Santa que nos permite celebrar los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.
Con la procesión que iniciamos en el Colegio Diocesano, y la continuación de la Eucaristía aquí, en Catedral, conmemoramos la entrada de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén para asumir y consumar su misterio pascual, por el cual nos ha salvado y redimido. Vamos a conmemorar los gestos más grandes de amor del Señor por nosotros, con la expresión máxima del mismo que consiste en dar la vida.
La entrada de Jesús en Jerusalén es realmente ambivalente; por una parte, es la aclamación festiva y gozosa del Señor como Mesías y Rey, como el Hijo de David y el bendito que viene en nombre del Señor. Por otra parte, manifiesta la conciencia clara y profunda de Jesús de que quienes hoy lo aclaman pedirán luego su condena a muerte. Día hoy de fuertes y paradójicos contrastes: alegría y dolor; aceptación y rechazo. A través de todo ello pasa y se manifiesta el misterio más grande del amor de Dios.
Los textos de la palabra de Dios, que hemos escuchado atentos y reverentes, sobre todo la pasión según San Lucas, ponen de manifiesto este misterio de amor, salvación y redención de Cristo que entra en Jerusalén para vivir y cumplir su Pascua.
La primera lectura del profeta Isaías, tomada del tercer cántico del Siervo de Yahvé, describe los sufrimientos, dolores, ultrajes y humillaciones de este personaje, y al mismo tiempo queda patente su confianza en Dios en medio de la prueba. Desde los primeros cristianos, este cántico del Siervo se identifica claramente con la pasión que Cristo sufre por nosotros y por nuestra salvación.
Lo que anunciaba veladamente Isaías en la primera lectura, lo pone de manifiesto con fuerte dramatismo San Pablo en la segunda lectura de su himno cristológico de la carta a los filipenses. Jesús, siendo Dios, no se aferró a su condición divina, sino que, haciéndose hombre y asumiendo nuestra carne, se rebajó y se humilló; tomó la condición de esclavo, obedeció y pasó por uno de tantos. Se humilló al extremo de la muerte y una muerte ignominiosa de cruz. Todo ello para mostrarnos su amor extremo y salvador. Por su humillación, Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.
Como sabemos, San Lucas es conocido como el evangelista de la misericordia de Dios, por ello, en el relato de su pasión que hemos escuchado, nos presenta varias escenas en las cuales Jesús, aun padeciendo los más terribles dolores, no se preocupa de sí mismo, sino de otras personas que también sufren y pasan por el dolor. Por ejemplo, la mirada amorosa y perdonadora para Pedro después de su negación; las mujeres que lloran en su camino al calvario; Jesús que ora en la cruz y perdona a sus verdugos. Todo esto muestra la solidaridad, la compasión y la misericordia de un inocente como Jesús que es condenado injusta y violentamente, pero que a cambio actúa con serenidad, paz, perdón y misericordia. Estos son los sentimientos de Cristo que entrega su vida en su pasión y cruz por nosotros. Este el amor más grande de Dios por cada uno de nosotros.
Hermanos, después de dos años de pandemia, crisis sanitaria y fuertes restricciones, nos permite el Señor volver a nuestros templos y calles para celebrar los misterios de nuestra fe y hacer expresión de nuestra religiosidad popular. Estos días son santos, días extraordinarios, días de gracia. Valoremos todo esto para vivir y experimentar estos días íntimamente unidos a Cristo que se entrega por nosotros. Se trata de vincularnos con sus mismos sentimientos de dolor, amor, entrega, humildad y perdón. Como ha dicho la oración de la Misa, Jesús se hizo hombre para padecer por nosotros en la cruz, por ello, hemos de aprender su ejemplo de humildad, de manera que, siguiendo las enseñanzas de su pasión, podamos participar algún día de su gloriosa resurrección. Esta es la síntesis de los grandes misterios que nos aprestamos a celebrar a partir de hoy.
Entremos con Cristo en Jerusalén durante esta Semana Santa; hagamos pascua con él, es decir, muramos a todo lo que sea mal, pecado e injusticia, y resucitemos a una vida nueva marcada por el amor, la humildad, la paz, el servicio, la capacidad de hacer el bien y de dar la vida por los demás. Esto es lo que ha hecho Cristo por la humanidad; hagámoslo por nosotros mismos y por los demás.