
VI Carta Pastoral
Carta Pastoral sobre el caminar de los jóvenes en nuestra Iglesia en el contexto de los nuevos retos e inquietudes que vive la sociedad.
Jeremías 1, 7.
I. Llamados a la misión
1.- “Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de este?». Jesús le respondió: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme». Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «El no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?». Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21, 20-24).
De esta manera, el apóstol Juan, el más joven de los doce, cumple la misión de contar las maravillas realizadas por el Maestro. No se guarda para sí mismo lo que vio ni lo que vivió, más bien, conforme al último mandato de Jesús, anunció la Buena Noticia y fue testigo de ella (cfr. Mc 16, 15).
2.- He querido escribir esta VI Carta Pastoral de manera especial a los jóvenes, que son el hoy de la Iglesia, más precisamente “son el ahora de Dios”, como nos dijo el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud, durante la Misa de Clausura, en la capital panameña. Con el título “No digas: ‘Soy joven,’ Porque adondequiera que te envíe, irás” (Jeremías 1,7) quiero exhortar a los jóvenes a dejarse llevar por el impulso del Espíritu Santo que recibieron en el Sacramento de la Confirmación, ese impulso que les fortalece en la fe y los lleva a donde el Señor Jesús quiere, para que sean testigos audaces y valientes de la vida cristiana. Presento esta Carta, también, en el año que hemos tenido la alegría inmensa de la Jornada Mundial de la Juventud, en Panamá, e igualmente el memorable Día Nacional de la Juventud, que tuvimos el gozo y la dicha de celebrar en nuestra diócesis. Asimismo, esta Carta es publicada en la memoria de Santa Teresita del Niño Jesús, virgen, patrona de las misiones y doctora de la Iglesia (1897-1925), una joven que consagró totalmente su vida a Dios en el Carmelo de Lisieux.
3.- Cuando vemos el contexto en que se desenvuelve la juventud de hoy en día, en el cual se muestra una secularización preponderante y se da poco valor a la fe, es momento también para ser valientes, para dejar que sea Dios el que actúe en cada uno de nosotros, para proponer en los jóvenes un camino que dé sentido a sus vidas más allá de la moda o de los placeres del mundo. La idea es que ellos tengan un auténtico sentido de responsabilidad, que vivan con conciencia trascendente de la eternidad y no solamente de acuerdo con lo que este mundo ofrece. Allí está el reto para la juventud: ser diferentes de lo que la ola presente en redes sociales les muestra: el éxito fácil, la cantidad de likes o las reacciones virales.
4.- En el evangelio de San Lucas (cfr. 2, 9-11) se nos anuncia un hecho trascendental que cambió la historia de la humanidad. “De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: ‘No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor’”. Esta es la Buena Noticia que no pasa de moda, el anuncio que ha de ser compartido en todas las plataformas sociales y que los jóvenes deben asumir con sus vidas, dando testimonio de que hemos sido hechos para la eternidad (cfr. Eclesiastés 3, 11).
5.- Decía San Juan Pablo a los jóvenes de todo el mundo, con ocasión del Año Internacional de la Juventud en 1985, en su Carta Apostólica Dilecti Amici: “En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro, y el futuro os pertenece. En efecto, la esperanza está siempre unida al futuro, es la espera de los ‘bienes futuros’”. De esta manera, queda claro que el papel de la juventud no puede quedarse en un estado efímero de alguna red social, o en una relación pasajera, o en una vida que no tiene trascendencia. La juventud es un don que el Señor otorga para que pueda ser aprovechado con la esperanza puesta en una vida futura, en una mejor vida, en la realización se sueños, proyectos e ideales, precisamente en un proyecto de vida definido después de discernir vocacionalmente cualquiera que sea el llamado que se sienta para realizarse en la vida.
6.- Si ponemos nuestra mirada en el Evangelio, nos fijaremos en la inquietud de corazón de un joven que aparece ante Jesús y le pregunta ¿qué se necesita para ganar la vida eterna? Este texto lo recogen tres evangelistas (cfr. Marcos 10. 17-22; Mateo 19, 16-22; Lucas 18, 18-23). El joven poseía bienes materiales, cumplía los mandamientos de la Ley de Dios, pero una inquietud y una necesidad de vida más allá de la terrena oprimía su corazón. Esa necesidad de Dios, finalmente, es la que debe llenar cualquier vacío en el interior del ser humano, en lo más profundo de los jóvenes que, muchas veces, según parece, o según entienden, poseen el mundo en sus manos. Hacia esa necesidad hay que caminar para encontrarse con quien libera el corazón, da sentido a la existencia y ofrece la vida eterna.
II. El hoy en el que vive nuestra juventud diocesana
7.- Los jóvenes que peregrinan en nuestra diócesis de Ciudad Quesada viven inmersos en una realidad social que indiscutiblemente les marca y les condiciona. Esta situación la debemos conocer, para que, escuchándolos a ellos y junto a ellos, podamos discernir la construcción, desde la adolescencia, de un proyecto de vida en el que la experiencia de encuentro con Jesucristo y la vivencia testimonial de la fe en la comunidad eclesial sean elementos esenciales, de tal manera que impregnen su entorno juvenil y la sociedad con los valores del evangelio.
8.- Como lo expresaron los padres sinodales y lo apunta el Papa Francisco, también en nuestra diócesis “aún en un contexto de globalización … existe una pluralidad de mundos juveniles” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 68), razón por la cual no es tan fácil ni es la idea de esta Carta Pastoral recoger y exponer toda la realidad en que vive inmersa nuestra juventud, pero sí quiero citar algunos elementos que considero más relevantes.
9.- Existen, en nuestra diócesis, polarizaciones sociales que marcan la vida de los jóvenes. Hay familias con mucho poder adquisitivo que les permite brindar a sus hijos grandes posibilidades de desarrollo humano de forma integral; mientras que hay otras que, sumidas en la pobreza extrema por más que luchan, no logran cubrir muchas veces ni siquiera las necesidades básicas para vivir dignamente.
10.- Un aspecto muy positivo, que deseo destacar, es la presencia de centros educativos hasta en las zonas más alejadas de nuestro territorio diocesano, lo que le da la posibilidad a nuestros jóvenes de ingresar al sistema educativo público y gratuito. En los últimos años, destaco también la presencia de nuevas oportunidades de estudio a nivel superior que se han ido estableciendo en las diferentes comunidades, pero que todavía no son suficientes. Junto a estos centros de estudio superior, lamentablemente han llegado a nuestra ciudad la presencia de megabares que se ofrecen como una propuesta de moda para el joven universitario, con todas las problemáticas y riesgos que estos arrastran.
11.- Nuestra juventud, como lo expresé en el número 3 de esta Carta, vive inmersa en una secularización preponderante, en la cual se le da poco valor a la fe. Los jóvenes son formados en un ambiente en que lo único válido es lo inmanente, aquello que se puede probar con la ciencia exacta, eso o esto que se puede experimentar concretamente, en definitiva, aquello que da placer inmediato. Por tanto, el aspecto trascendental, que es esencial al ser humano, no se ve ni siquiera como necesario; constantemente los jóvenes son bombardeados desde muchos flancos para convencerlos de la no necesidad de Dios ni de la fe.
12.- Nuestra juventud, en su mayoría vive inmersa en “una cultura ampliamente digitalizada que afecta de modo profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 88). Esta situación lleva a los jóvenes, de forma paradójica, a un estado de vida marcado por la soledad, supuestamente están muy comunicados a través de redes sociales, videojuegos en línea, etc., pero, en la vida real, están solos, no tienen contacto verdaderamente humano y fraterno.
13.- Como bien lo expresa el Papa Francisco, “Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por ejemplo, el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 88). Lamentablemente, estas nuevas posibilidades tecnológicas traen para nuestros jóvenes peligros y desvíos que puedan marcar en adelante sus vidas para mal.
14.- Nuestra Iglesia particular, por tener geográficamente una vasta zona fronteriza, nos convierte en un territorio en el cual la realidad de los migrantes está presente en el diario vivir. Muchos de ellos son jóvenes que vienen a nuestras tierras en búsqueda de mejores oportunidades de vida y de desarrollo humano, y que muchas veces no las encuentran; por el contrario, dolorosamente son víctimas de todo tipo de abusos inhumanos y de la explotación más vil.
15.- Igualmente, muchos jóvenes de nuestras comunidades se convierten en migrantes hacia la zona central del país, en búsqueda de mejores oportunidades de estudio o de trabajo que, por desagracia, son insuficientes en nuestro territorio. Esta situación les genera un fuerte golpe cultural y un triste desarraigo familiar que, en no pocas ocasiones, los lleva a experimentar realidades muy alejadas de sus principios y valores familiares y locales.
16.- La desintegración familiar es también otro aspecto que afecta a no muy pocos jóvenes de nuestra diócesis; familias que por diversas razones se dividen y los progenitores no son capaces de poner por encima de sus intereses personales el abordaje de la situación con los hijos, quienes terminan sufriendo, por lo general, de forma dramática las consecuencias.
17.- Muchos de los hogares de nuestros jóvenes se han convertido para ellos únicamente en espacios sin calor humano, ya que pasan la mayoría del tiempo solos, pues los adultos están inmersos en el trajín diario del trabajo y de los compromisos, y también porque no faltan familias muy reducidas en el número de sus miembros. Todas estas situaciones los lleva a vivir aislados en la soledad, o en el mundo digital al que aludía anteriormente.
18.- Por el ambiente de secularización ya señalado, nuestra juventud, con mucha facilidad, se ve atraída por experimentar todo tipo de diversión que le ayude a escapar de la realidad. Esto lleva a no pocos de nuestros jóvenes a ambientes en los que se fomenta el consumo de todo tipo de drogas, desde el alcohol hasta otras de origen químico. Lamentablemente, este fenómeno ha aumentado en nuestra zona el crecimiento del narcotráfico y la presencia de adictos en situación de calle, lo mismo que muchos jóvenes presos de la drogadicción en su propio ambiente de hogar y de estudio. Esto lo he podido comprobar tristemente con motivo de mis visitas pastorales. En la inmensa mayoría de las comunidades me dicen que el problema principal que tienen es el de las drogas, y en él, por desgracia, están implicados jóvenes.
19.- Otro aspecto preocupante es la banalización del don sagrado de la sexualidad, que al final termina reduciéndose a un mal uso del aspecto genital en búsqueda de experiencias placenteras momentáneas. Estas conductas no pocas veces terminan en situaciones muy traumáticas para los jóvenes, pues se queman etapas y se pierden ideales propios de un momento o edad determinados. En el fondo, todo esto produce vaciedad y frustración en los jóvenes, pues falta la presencia de un proyecto de vida y la proyección hacia una realización integral.
20.- En muchas ocasiones, los padres de familia abandonan su rol de ser los primeros educadores en la sexualidad de sus hijos, pues, por lo general, delegan esa misión en las instituciones educativas cuyos planes educativos reducen muchos de sus contenidos a una educación meramente informativa y biológica, sin referencia alguna a principios ni a valores humanos ni mucho menos cristianos.
21.- Todo esto está desembocando en un despertar sexo-genital cada vez más temprano de nuestros preadolescentes, que los expone a riesgos que los deshumanizan, y también a la explotación sexual, la pornografía, los embarazos a temprana edad, a enfermedades de transmisión sexual, etc. Todas estas son algunas de las consecuencias de la ausencia de una auténtica formación sexual integral tal y como lo pregona y persigue la Iglesia.
22.- Esta breve mirada a la realidad, en que se desenvuelven ustedes jóvenes, no debe dejarnos un clima de negatividad o pesimismo. Las personas de fe somos, ante todo, personas de esperanza, por tanto, les digo, queridos jóvenes, que sí hay una salida a estas situaciones negativas y que les ofrecen falsas y engañosas felicidades. Por ello, hago mías las palabras del Papa Francisco: “Si eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado, pídele a Jesús que te renueve. Con Él no falta la esperanza. Lo mismo puedes hacer si te sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el egoísmo o la comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena. Así no privarás al mundo de ese aporte que sólo tú puedes hacerle, siendo único e irrepetible como eres.” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 109). Por lo tanto, deseo dirigirles las siguientes propuestas que les ayuden a vivir con alegría y esperanza cristianas esta hermosa, única e irrepetible etapa de sus vidas.
III. Familia: escuela y experiencia de comunión
23.- Desde el designio eterno de Dios, y desde la constante enseñanza de la Iglesia, el don maravilloso, inestimable y sagrado de la vida humana tiene su origen en la unión diseñada y bendecida por Dios entre el varón y la mujer, pues se trata de un proyecto de amor divino plasmado en la realidad humana. Y la profundidad de este misterio se hace todavía más patente, en nuestro caso cristiano católico, desde la realidad nupcial en el sacramento del matrimonio.
24.- Hay que aceptar que, no hace mucho, las cosas parecían claras prácticamente en todo. Había una tendencia que no llegaba al impacto posmoderno de masacrar certezas y macro-relatos, pero las cosas irían cambiando. En Familiaris consortio n. 17, San Juan Pablo II llegó a decir “¡Familia, sé lo que eres!”. Así, con fuerza, sin matices y total certeza. Y es en la familia donde los jóvenes adquieren la enseñanza de la fe de manera primaria. Es en el ámbito familiar donde se asienta la vivencia de la fe en Jesucristo, además de la escuela testimonial que es la familia para los jóvenes.
25.- Debemos abordar en la familia la formación integral de los jóvenes para que junto con una sólida formación en habilidades blandas y una genuina preocupación de los padres de familia o encargados por dotarlos de la mejor enseñanza, y con ello adquieran una profesión bien remunerada, consigan una sólida formación espiritual, a fin de que los jóvenes sean felices en lo que hacen y adquieran una plena realización fruto de sus conocimientos, aptitudes y en línea con la vocación que Dios ha puesto en su corazón. No podemos desligar el designio de Dios, que quiere que todos sean felices, de la formación de los jóvenes: esto se aprende en casa, esto se vive y se testimonia con hechos.
26.- Ya en Aparecida, en el Documento Conclusivo se nos decía: “Es además un deber de los padres, especialmente a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y la ayuda que ellos le presten para descubrir su vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada” (303). A pesar de las amenazas que recibe la familia, esta no debe renunciar de ningún modo a su responsabilidad de educar a los hijos, más aún, de educarlos en la fe que es nuestro gran desafío como Iglesia.
27.- La juventud de hoy, más que nunca, requiere de la atención, de la guía, del afecto y de la comprensión de sus padres, y sobre todo de bases sólidas en la familia. “La familia está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, pequeña Iglesia, debe ser junto con la Parroquia el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños. Ella ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos misioneros”, nos dice Aparecida (302). Hoy, más que nunca, se debe recuperar el espacio de la familia como célula de la sociedad y de la Iglesia para formar integralmente a los jóvenes.
28.- Estando en la cruz, una de las últimas palabras que proclama el Señor, las dirige al discípulo amado. “’Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19, 27). Este legado de entrega de su madre al joven Juan no es más que la muestra de que Jesús, habiendo querido nacer en una familia, expresara también este deseo de unir a María a la familia humana y eclesial, de confiárnosla como madre precisamente por medio de un joven.
29.- Es así como podemos confiar también a los jóvenes la tarea de que sean integrantes fundamentales de la familia, de que aporten su creatividad, originalidad, positivismo, coraje y capacidad de comprometerse, y sus ganas de vivir, para que puedan crecer de la mano de los demás miembros de la familia a fin de aportar a nuestra sociedad. Debemos confiar en nuestros jóvenes y apostar por ellos. Hay que abrirles espacios y confiarles responsabilidades.
30.- Por ello, no podemos descartar a ningún joven, todos tienen el don de la vida que ha sido otorgado por Dios, y por ello están llamados a cumplir su voluntad. Asimismo, están llamados a ser expresión viva de su amor en la Iglesia doméstica en que han nacido, crecido y donde se han desarrollado. Descartar nunca; promover y confiar en nuestros jóvenes siempre. Esta ha de ser nuestra consigna y compromiso efectivo con ellos.
31.- En mi anterior Carta Pastoral “No volverás la espalda a tu hermano”, decía: “Ante la conciencia cristiana, clama una institución familiar a la que se le está suprimiendo su capacidad formadora, al querer imponerle conductas que no coinciden con la ética cristiana, que se supone practicamos una inmensa mayoría de costarricenses”. Mi llamado va dirigido para que tengamos una sólida conciencia del ser, quehacer y misión de la familia, en busca de una sólida formación de nuestros jóvenes, de manera que los podamos integrar en las distintas responsabilidades familiares, sociales y eclesiales.
IV. El Señor no se deja ganar en misericordia
32.- ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! (Jeremías 20, 7). De esta forma, vemos cómo Dios actúa siempre y en toda circunstancia como un padre amoroso y misericordioso que nos conoce, que nos confía una misión y que nos ha colocado en la historia de la salvación para cumplir sus proyectos. Esta es la experiencia de un llamado, de un joven profeta como fue el caso de Jeremías.
33.- No desconocemos las luchas, turbulencias e inquietudes de tantos y tantos jóvenes en su proceso de crecimiento. A ellos les doy una palabra de aliento: Ustedes no están solos, la Iglesia les acompaña con un mensaje de acogida, con maternal aprecio y con el don que nos da el Señor de su infinita misericordia. No siempre hemos tenido respuesta para todo lo que ustedes enfrentan, o no siempre esta respuesta ha llegado a satisfacer a los jóvenes en el momento oportuno. Pero la Iglesia está ahí, está en la persona de sus pastores, de la predicación del Evangelio, de su magisterio constante y de la santificación que realiza a través de los sacramentos que ofrecen la vida sobrenatural.
34.- Como bien lo dice el Papa Francisco en su exhortación apostólica Vive Cristo, esperanza nuestra, dirigida a todos los jóvenes y a todo el pueblo de Dios “las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón” (numeral 165). Y este llamado de Dios se recibe especialmente en la familia de la Iglesia.
35.- El mensaje del Evangelio es un mensaje de alegría que también va dirigido a toda la juventud. Es un llamado que les anima a vivir la alegría, pues “La felicidad está más en dar que en recibir” (Hechos 20, 35). Sabemos que los jóvenes no se cansan de dar, que en sus corazones vive la generosidad de mostrar apoyo y consuelo, de comprometerse con causas nobles y justas en busca de una mejor humanidad, porque en ellos está inscrito el amor, como decía San Juan Bosco: “los jóvenes aman con locura”. Potenciemos y aprovechemos esta maravilla presente en nuestros jóvenes.
36.- A este propósito, resulta muy iluminador y esperanzador el mensaje del Papa Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud del año 2013: “hay muchos jóvenes hoy que dudan profundamente de que la vida sea un don y no ven con claridad su camino. Ante las dificultades del mundo contemporáneo, muchos se preguntan con frecuencia: ¿Qué puedo hacer? La luz de la fe ilumina esta oscuridad, nos hace comprender que cada existencia tiene un valor inestimable, porque es fruto del amor de Dios. Él ama también a quien se ha alejado de él; tiene paciencia y espera, es más, él ha entregado a su Hijo, muerto y resucitado, para que nos libere radicalmente del mal. Y Cristo ha enviado a sus discípulos para que lleven a todos los pueblos este gozoso anuncio de salvación y de vida nueva”. Definitivamente, el don y la luz de la fe da sentido a la vida y vocación de los jóvenes, pues les invita a tener un encuentro amoroso y misericordioso con Dios. Ellos están llamados a llevar esta experiencia viva de Cristo y de la fe a los demás.
37.- Nos corresponde acompañar a los jóvenes en esta misión para que, a la luz de la fe, les podamos mostrar a Jesucristo como camino, verdad y vida (cfr. Juan 14, 6). Nuestra responsabilidad es acompañar a los jóvenes para que, en todo ese amor inscrito en sus corazones, puedan descubrir el amor de Dios siempre dispuesto a dar vida y vida en abundancia; en definitiva, a darles el sentido pleno de su existencia y la salvación que sólo Él les puede dar. Este es el gran reto y legado que tenemos para con los jóvenes.
38.- En este caminar, el Papa Francisco dio también una ruta de esperanza para los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil 2013, cuando les dijo en la Vigilia de Oración del sábado 27 de julio: “les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? ¿Por dónde empezamos? Una vez, le preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia, para empezar: por qué pared de la Iglesia empezamos. ¿Por dónde – dijeron –, Madre, hay que empezar? Por vos y por mí, contestó ella. ¡Tenía garra esta mujer! Sabía por dónde había que empezar”. Ojalá nuestros jóvenes tengan esta conciencia de ser protagonistas para bien y renovación de la Iglesia. Esta es nuestra esperanza y deseo más profundo. Pero, para ello, debemos abrir espacio y apostar por los jóvenes en la Iglesia. Se trata de darles confianza a ellos.
39.- Hoy la Iglesia necesita esta claridad, determinación y protagonismo de parte de los jóvenes, para que tomen el ejemplo de Jesús y, actuando con sus mismos sentimientos (cfr. San Pablo a los Filipenses 2, 5-11), sean constructores no solo de un mundo mejor, sino de un mundo creado por Dios para el bien, para caminar en la santidad, vivir el amor auténtico, y no el amor que ofrece el mundo, muchas veces pasajero y construido sobre bases que no son sólidas, o sobre ideas que no tienen nada que ver con la verdad que enseñó Jesús y que demostró en la cruz.
40.- Aunque en esta lucha, y en las vicisitudes de este mundo, se pueda perder la esperanza, exhorto a los jóvenes a reconocer en Dios esa misericordia entrañable que siempre les anima y acompaña: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Isaías 49, 15). Jóvenes, no tengan miedo de seguir al Señor, no tengan temor de mirar en la cruz el único e inigualable amor capaz de transformar el mundo. Tengan confianza y esperanza de que ese amor radical es posible asumirlo y llevarlo a la práctica, sobre todo de parte de ustedes que tienen sueños e ideales nobles y grandes.
41.- Quiero cerrar este capítulo diciendo a los jóvenes: muchas voces pueden llegarles a seducir en medio de este mundo que en ocasiones vuelve la espalda a Dios. Muchas veces habrá propuestas que parecen atractivas o interesantes, pero el Señor les ha dotado a ustedes de inteligencia y conciencia para que encuentren en sus corazones el camino seguro que es Jesucristo. La Iglesia necesita de ustedes para que también sean testigos de la verdad, para que den testimonio del Señor Resucitado que se ofrece totalmente para salvar al mundo. Sólo con amor verdadero se podrá encontrar la auténtica salvación, la única oferta que no pasa de moda, la única propuesta desinteresada que nace de Dios y que da sentido a nuestra existencia. Sólo con Jesús, podremos tener la convicción de decir como San Pablo: “Todo lo considero poca cosa comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Filipenses 3, 8). Nada en este mundo es comparable con la riqueza y la grandeza de Cristo. Este es el discernimiento y la opción a los que se debe llegar.
V. La luz de la fe
42.- San Mateo y San Lucas nos presentan en su evangelio lo que llamamos la confesión de Pedro (cfr. Mateo 16, 13-20 y Lucas 9, 18-21). A la doble pregunta de Jesús a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” y “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”, sólo el apóstol Pedro responde con elocuencia y contundencia: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Jesús le dice a Pedro que esta revelación le fue dada de lo alto del cielo, directamente de Dios Padre. Se trata de una auténtica confesión y un verdadero testimonio de fe.
43.- También hoy necesitamos este sentido de fe, la capacidad de poner nuestra mirada en lo alto del cielo para que Dios Padre nos ilumine y nos ponga en el camino propuesto por su Hijo cuando se encarnó de María la Virgen para traer la salvación al mundo (cfr. Mateo 1, 22-23). La fe nos hace trascender y entrar en el ámbito de lo sobrenatural. La fe es vida y ha de traducirse en testimonio claro y firme de lo que se cree, es decir, la experiencia de la fe se confiesa.
44.- También hoy requerimos que los jóvenes pongan su mirada en las cosas de la fe y tengan la experiencia de María de esta fe como respuesta y compromiso con proyecto de Dios. Ella, con seguridad, convicción y generosidad respondió al ángel del Señor: “hágase en mí según tu Palabra” (Lucas 1, 38). María, en la anunciación, se presenta como una joven audaz, que apostó y arriesgó confiando en la fe, dejándose llevar dócilmente por el Espíritu de Dios. Aquí los jóvenes tienen un modelo concreto y desafiante de lo que es vivir en la fe con todos sus riesgos y consecuencias.
45.- En este sentido, hoy también necesitamos jóvenes que sepan discernir lo que viene como fruto del Espíritu Santo en sus vidas, para que puedan hacer brillar las buenas obras de Dios en medio de la sociedad, de manera que Jesús pueda ser conocido y aceptado desde la fe. Necesitamos jóvenes con fe, con decisión y valentía para anunciar la Buena Nueva en todos los ambientes, sobre todo, que sean testigos audaces y creíbles de sus valores y convicciones.
46.- Jóvenes, sé que también les preocupa algo que el mundo ha vendido de manera distorsionada o que, en algunos casos, la Iglesia no ha sabido mostrar suficientemente: nadie está excluido del amor de Dios. Nadie, de parte de la Iglesia, es rechazado ni mucho menos discriminado. La Madre Iglesia, con la fe puesta en el Señor, ofrece el amor de Dios para todo aquel que quiera aceptarlo desde sus pensamientos y sus vivencias más propias. Por ello, requerimos de jóvenes con fe y valor que transmitan al verdadero Jesucristo, sin distorsiones, interpretaciones y reduccionismos, sino según el esplendor de la verdad sobre el Hijo de Dios, tal y como lo ofrece la Iglesia al mundo desde hace más de dos mil años.
47.- Jóvenes, pongan la mirada de sus corazones en Cristo: “Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con ‘dolores de parto’ (cfr. Romanos 8, 22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos y grandes ideales, y que los lanza al anuncio de la vida que vale la pena. En dos detalles curiosos del evangelio de Marcos puede advertirse el llamado a la verdadera juventud de los resucitados” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 32).
48.- Queridos jóvenes, hoy más que nunca vienen a mi mente las palabras de San Juan Pablo II, cuando el 3 de marzo de 1983, en el antiguo Estadio Nacional, exhortó a los jóvenes costarricenses, y entre los cuales me encontraba yo, con un mensaje válido también para los jóvenes del mundo entero.
Así habló el Papa con un programa sencillo de “no” y “sí” para vivir con testimonio alegre:
No al egoísmo;
No a la injusticia;
No al placer sin reglas morales;
No a la desesperanza;
No al odio y a la violencia;
No a los caminos sin Dios;
No a la irresponsabilidad y a la mediocridad.
Sí a Dios, a Jesucristo, a la Iglesia;
Sí a la fe y al compromiso que ella encierra;
Sí al respeto de la dignidad, de la libertad y de los derechos de las personas;
Sí al esfuerzo por elevar al hombre y llevarlo hasta Dios;
Sí a la justicia, al amor, a la paz;
Si a la solidaridad con todos, especialmente con los más necesitados;
Sí a la esperanza;
Sí a vuestro deber de construir una sociedad mejor.
49.- De parte de Dios y de parte de la Iglesia siempre habrá un sí para ustedes, jóvenes. Siempre podrán contar con un sí de acompañamiento, de iluminación, de aliento y de vida en Jesucristo. Un sí fundado en la verdad, para que ustedes se encuentren con esa persona que transformará sus vidas, pues ya lo decía el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica Dios es amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Los invito a encontrarse de verdad y personalmente con Cristo. Así verán cómo cambia y encuentra sentido su vida, todo lo que son y lo que hacen.
50.- Como ven jóvenes, no vivimos en letra muerta, la Iglesia se funda sobre la persona de Jesucristo que cambió la historia de la humanidad para siempre, que para siempre también nos ofrece su vida, y vida en abundancia. La Iglesia les invita a hacer experiencia viva de la propuesta de Jesús que alcanza toda la vida.
VI. Llamados a la esperanza
51.- Jóvenes, Jesús es la esperanza que se nos ha dado y que nos llama desde el fondo de su corazón amigos. “Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Juan 15, 15). El encuentro con Jesús ha de tener como resultado que ustedes se conviertan en verdaderos amigos del Señor. Él será para ustedes el amigo que nunca les falla, el amigo siempre fiel con el que pueden contar incondicionalmente.
52.- Con esta convicción y seguridad, jóvenes, siéntanse alegres porque ustedes son el presente de la Iglesia. Un presente en el que Dios les ha confiado una gran tarea para seguir siendo colaboradores en la construcción del Reino. Aquí se les abre todo un camino y experiencia de verdadero compromiso eclesial. La Iglesia quiere acompañarlos y llevarles siempre por la senda de la verdad que es Cristo mismo.
53.- Valga esta oportunidad, queridos jóvenes, para recordar estas palabras de esa gran Santa y Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta”. Esto es lo que debemos entender: para vivir la vida, sólo Dios basta. Él es el sentido más profundo y la riqueza incomparable de nuestra existencia.
54.- Jóvenes, la gran esperanza nos viene de Dios, porque ustedes son fruto del pensamiento amoroso del Padre que desde siempre los eligió. “Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones” (Jeremías 1, 5). Jóvenes, ustedes son los nuevos profetas elegidos por Dios, para ser sus portavoces en el mundo, para llevar un mensaje nuevo, joven y esperanzador que ilumine y anime.
55.- Ustedes están llamados a proclamar las palabras de Dios, no las del mundo; deben ir a los lugares y situaciones donde el Señor los mande para dar testimonio de su fe, para decir “soy cristiano, pertenezco a la Iglesia, estos son mis valores y convicciones” sin ningún temor o complejo. La fe que es vida, ha de convertirse en testimonio valiente y convincente.
VII. A manera de conclusión: Una pastoral de la juventud
56.- “La juventud es un tiempo bendito, y el joven una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría, un canto de esperanza y una bienaventuranza” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 135). Estas palabras de la última exhortación apostólica nos motiven a todos, fieles y pastores de nuestra Iglesia diocesana, a consagrarnos verdaderamente en el acompañamiento y construcción del proyecto de vida de cada uno de nuestros jóvenes. En este sentido, deseo proponer como Obispo algunos retos para una renovada pastoral de la juventud en nuestra Iglesia Particular.
57.- En primer lugar, deseo animar, motivar y felicitar a todos los agentes de pastoral que acompañan procesos con la juventud en las parroquias de la diócesis, en los distintos grupos y movimientos apostólicos y en las experiencias en pequeñas comunidades. Les exhorto a redoblar esfuerzos para que, en cada una de estas experiencias de fe, con profunda identidad y renovado compromiso eclesial “ayudemos a los jóvenes a crecer en la fraternidad, a vivir como hermanos, a ayudarse mutuamente, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres” (Vive Cristo, nuestra esperanza, 215). Los jóvenes tienen un gran corazón para comprometerse con grandes y nobles causas.
58.- La pastoral de la juventud debe verse interpelada por los cambios sociales y estructurales en los que se desenvuelven los jóvenes de hoy en nuestra diócesis; por ello, hemos de poner en práctica la actitud de la escucha de los mismos jóvenes, a fin de que, con su astucia e ingenio, podamos discernir nuevos estilos y nuevas estrategias para convocar a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor y al desarrollo de un camino de maduración de los que ya han hecho esa experiencia en el seno de la comunidad.
59.- Jóvenes, que cada encuentro fraterno en los grupos de pastoral de la juventud, sea para ustedes una oportunidad para profundizar el “kerygma”, es decir, la experiencia personal de ustedes de encuentro con Dios Padre, a través de su Hijo muerto y resucitado, para que sea un momento de crecimiento en al amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio a los más pobres y en el cuidado de la creación, nuestra casa común. Pertenecer a grupos pastorales juveniles ha de proyectarlos a estos importantes y actuales compromisos en la Iglesia y en la sociedad.
60.- Es menester que nuestras experiencias de pastoral de la juventud sean ambientes seguros y experiencias de acogida cordial, pues, hoy en día, muchos jóvenes que se encuentran en situación de orfandad existencial deberían experimentar con nosotros caminos de amor gratuito, promoción humana, afirmación y crecimiento integral como personas y como creyentes.
61.- Ustedes, queridos jóvenes, sin duda alguna son capaces de aprender y abrirse a propuestas contemplativas, de hecho, hoy en día, en las distintas experiencias de pastoral de la juventud que caminan en nuestra Iglesia diocesana, se viven momentos fuertes de adoración eucarística y de oración con la Palabra de Dios, especialmente. Por ello, les animo a fortalecer este tipo de experiencias que nos recuerdan que somos seres espirituales, llamados al diálogo -cara a cara- con nuestro Dios como fuente fecunda de toda acción apostólica que hacemos en la Iglesia.
62.- Les insto, queridos jóvenes, a que reciban con gratitud la gracia que Dios nos regala en cada uno de los sacramentos, allí está el origen de toda la obra santificadora de la Iglesia. Como se les dijo el Papa Francisco a los jóvenes en Brasil: “Poné a Cristo en tu vida. Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No le tengas miedo a pedirle perdón, porque Él en su tanto amor nunca se cansa de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! Poné a Cristo: Él te espera también en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio, se su sacrificio de amor” (Fiesta de acogida de los jóvenes, Homilía Papa Francisco, Copacabana, Rio de Janeiro, 25 julio 2013).
63.- Parte esencial del proceso de la pastoral de la juventud es la vivencia de la caridad. Ustedes jóvenes poseen una sensibilidad social extraordinaria, no la escondan, por el contrario, que, de forma regular, como grupo de jóvenes, estén siempre en salida para tocar las heridas de Cristo en los más pobres, para acompañar a familias en situación de pobreza extrema, para visitar a nuestros adultos mayores que viven muchas veces en la soledad de una casa o en un hogar de ancianos. Hay tantas situaciones y rostros apremiantes, a nuestro alrededor, que son un grito desgarrador y desafiante para que actuemos en la caridad como buenos samaritanos y auténticos discípulos de Jesús.
64.- Con igual importancia, la pastoral de la juventud debe ser un espacio para crecer en el aprecio y cuidado de la casa común, de esta hermosa creación que nuestro Dios ha puesto en manos nuestras para que la valoremos y conservemos. Por ello, serán muy laudables las iniciativas que se tomen en los grupos juveniles en función de preservar y rescatar la naturaleza, como pueden ser caminatas para sembrar árboles a las orillas de ríos, recolección de basura en espacios comunales, campañas de reciclaje, etc. Cuiden y aseguren, jóvenes, el ambiente y casa común donde vivirán especialmente ustedes en los decenios venideros.
65.- En nuestra diócesis, contamos con la presencia de instituciones educativas católicas que deberían sentirse sin duda parte de la pastoral de la juventud, y a las cuales insto que tengan como gran objetivo lograr que los estudiantes se constituyan como personas fuertes, integradas, protagonistas y capaces de vivir su fe, en un mundo que los ridiculiza. Asimismo, sería muy importante lograr que lleven una vida de oración, en medio de una sociedad con un ritmo acelerado, y ser luz en sus ambientes como instrumento de transformación social desde el evangelio (cfr. Vive Cristo, nuestra esperanza, 221-223).
66.- Como parte de la vida de los jóvenes y de su formación integral, no debemos olvidar tampoco actividades de índole cultural, artístico, musical y deportivo que nos ayuden a estar cerca de los ambientes juveniles y que, sobre todo, ayuden a testimoniar que los jóvenes activos dentro de la Iglesia viven con toda normalidad este hermoso proceso de la juventud con el sabor propio del Evangelio.
67.- Finalmente, jóvenes, les exhorto y animo a ser conscientes, hoy más que nunca, de que para nosotros la verdadera y única vida es Cristo. Y que, por ello, tenemos que jugarnos la vida por Él y por la Iglesia. Juguémonos la vida por Jesús con nuestro testimonio claro, valiente y decidido. Allí está el reto y el desafío especialmente para ustedes -como futuras generaciones- reflejar un rostro siempre nuevo y joven de la Iglesia. María, Madre y Modelo de la Iglesia, nos ayude a responder y ser fieles a este llamado del Señor.
En la sede episcopal, el día 1 del mes de octubre del año del Señor 2019, memoria litúrgica de Santa Teresita del Niño Jesús, virgen, patrona de las misiones y doctora de la Iglesia.