
Nos disponemos a iniciar un nuevo año cristiano. Nos aprestamos a vivir este nuevo ciclo, y lo hacemos con la firme convicción de que caminamos por este mundo con la mirada puesta en la vida eterna.
El mundo sigue su recorrido, envuelto en las modas, en las carreras de fin de año y, nosotros, cristianos, en medio de esta realidad, tenemos un llamado que cumplir: anunciar lo más trascendente, la salvación del hombre. Desde luego que no podemos apartarnos o escondernos de la realidad que vivimos, pero podemos hacer la diferencia, con nuestra vivencia y testimonio.
Se nos convoca a ser capaces de dialogar con el mundo que nos rodea, al tiempo que anunciamos la Buena Noticia que nos ha pedido nuestro Señor Jesucristo. Como Iglesia, en particular, tenemos una grave responsabilidad “con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito”, como lo pedía San Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam, n. 43.
“Nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio. Nadie es enemigo, a no ser que él mismo quiera serlo. No sin razón se llama católica, no sin razón tiene el encargo de promover en el mundo la unidad, el amor y la paz”, expresaba el Papa Pablo VI.
Estamos llamados a construir un mundo diferente, dispuesto al bien común, a la fraternidad, a la paz y al amor. Este no es un discurso de domingo; nuestra vocación es servir al Señor y hacerlo en medio de la sociedad.
Si bien es cierto no somos ajenos al cambio del año civil, que se vive el 1 de enero, no dejemos de proclamar que, como católicos, tenemos nuestro cambio de año a partir del Primer Domingo de Adviento, el cual nos abre a un tiempo que refuerza nuestra esperanza en el Señor.
Sin dejar de lado que muchos se adelantan a la época navideña, adornando con muchos símbolos las casas o lugares de trabajo, mostremos con fe viva la corona de Adviento, no como un adorno más, sino más bien como ese motivo que debe llevarnos a reunirnos en familia, en los lugares de trabajo, o en la comunidad en general, para celebrar al Señor.
Con muchos gestos y actitudes, revistamos de cristianismo el lugar en que nos corresponde vivir o trabajar. No aceleremos esta época de espera que la Iglesia nos invita a vivir para conmemorar el gran acontecimiento de la salvación que entró a la humanidad en el nacimiento de Jesucristo.
No nos dejemos robar la esperanza propia de este tiempo litúrgico. Seamos signo de alegría con nuestra vida y testimonio.
Reflexionemos también cómo ha sido nuestra vivencia cristiana en el año que la Iglesia concluyó hace pocos días. No podemos terminarlo como si nada hubiera cambiado en nuestras vidas, como si nada hubiera pasado.
Aprovechemos para acercarnos al sacramento de la reconciliación, estemos preparados para recibir al Señor en nuestros corazones y empecemos con fe y esperanza este nuevo año cristiano.
Fermento 244. Martes 29 de noviembre, 2022