
PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE CIUDAD QUESADA Y II DÍA DE LA NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES,
Basílica de los Ángeles, Cartago, martes 24 de julio 2018.
Hermanos todos en el Señor y en María nuestra Madre:
Por gracia de Dios, un año más, como Iglesia Particular de Ciudad Quesada, hemos encaminado hoy nuestros pasos hasta este Santuario Nacional y casa de nuestra Madre y Patrona, Nuestra Señora de los Ángeles, para unirnos a este camino preparatorio de la fiesta nacional en honor de nuestra amada Negrita. Hemos venido también para presentar al Señor, por mediación de la Santísima Virgen María, las intenciones, necesidades, proyectos, la historia y el caminar de nuestra Diócesis. Agradezco sinceramente la presencia y compañía de Mons. Mario Enrique Quirós Quirós, obispo de Cartago. Muchas gracias por la importante, significativa y numerosa presencia tanto de sacerdotes como de fieles de diversas parroquias de nuestra Diócesis. Gratitud también para el P. José Francisco Arias Salguero y sus vicarios por la acogida siempre amable y fraterna que nos dispensan cuando peregrinamos a este santo lugar.
Una intención especial por las comunidades de Guatuso y Sarapiquí que han sufrido en estos días por la situación climática de nuestro país, nos solidarizamos a ellos. Ponemos sus intenciones en esta celebración eucarística.
En general, y en consonancia con el gran tema de la fiesta nacional 2018: “Santa María, Madre y Reina de la unidad”, queremos orar especialmente en esta celebración por nuestra Patria, para que la Madre -que siempre nos une y congrega en el amor de su Hijo- nos atraiga los dones de la paz, la unidad y la reconciliación; valores cristianos y regalos de Dios, a fin de que caminemos, como nación unida, integrada y armoniosa, para alcanzar los fines, objetivos y metas que nos exige el bien común en este momento histórico de Costa Rica. Sólo unidos saldremos adelante. Y en esto, los cristianos católicos de este país hemos de ofrecer nuestro ineludible e infaltable aporte y compromiso efectivo.
En particular, me detengo a compartir con ustedes una breve y sencilla reflexión acerca del tema propuesto para hoy, segundo día de la novena: “Santa María, discípula del Señor”. Ante todo, y como punto de partida fundamental, hemos de considerar que discípulo es el que está en proceso y camino de aprendizaje, es el que sigue las enseñanzas e indicaciones de un maestro que le guía, es el que se deja conducir por el que más sabe y tiene más experiencia.
Sin duda, María nos da ejemplo acabado de ello, es decir, ella es verdadera discípula porque, ante todo, se pone a la escucha de la Palabra, guarda las cosas de Dios en su corazón, se deja llevar por el Espíritu, es dócil y obediente a la voluntad del Señor. Antes que ser Madre de Dios, María es discípula, pues camina en la fe, responde a lo que Dios le pide, no se siente acabada o completa, está siempre abierta a recibir, a aprender, a caminar y a crecer. He allí la clave del discípulo. Sin duda, a nosotros la realidad del discípulo y el testimonio de María como discípula nos dicen y nos tienen que decir mucho para el camino, la vivencia y la experiencia cotidiana de nuestra fe.
Aprender, dejarse llevar, caminar y crecer continuamente es la consigna del discípulo. Algo de ello nos transmite la primera lectura del libro del Eclesiástico, en el cual se nos habla de alguien que, desde joven, deseó y buscó la sabiduría; por supuesto no la sabiduría humana, sino la sabiduría que viene de Dios. Este desear y buscar la sabiduría divina tiene como consecuencia crecer, madurar, dar fruto y caminar fielmente en la verdad. Aprender discipularmente de la sabiduría de Dios es sinónimo de prudencia, es asumir las palabras del Señor que son espíritu y vida, como decía el salmo 18, con el que hemos rezado. Para ser verdaderos discípulos del Señor, como María, nos resulta necesario un auténtico sentido sobrenatural, es decir, mirar desde Dios y desde la fe, la historia, los acontecimientos y los retos de nuestra vida.
Siento muy interesantes y aleccionadores dos detalles que destaco del evangelio proclamado de San Lucas, en el contexto de la pérdida y del hallazgo de Jesús en el templo de Jerusalén. Primero, no obstante ser todavía niño, Jesús es verdadero Dios, es el Señor y el Maestro; sin embargo, él escuchaba, preguntaba y dialogaba con los doctores de la Ley. Es decir, Jesús también asume la actitud de discípulo: escucha, pregunta, aprende, se abre. Pensemos ahora cuánto más necesitamos nosotros de esta actitud discipular para crecer y madurar. Segundo detalle, ante del misterio de la divinidad de su Hijo, María quizá no entiende del todo el proceder de Jesús, por ello, antes que protestar o reclamar, ella guarda, conserva e interioriza en su corazón todas aquellas cosas que veía y oía. Siendo la Madre de Dios, se deja llevar -dócil y discipularmente- por el Espíritu, a fin de profundizar e interpretar el misterio. Clave fundamental para nosotros: para ser verdaderos discípulos hemos de escuchar, meditar, interiorizar y discernir, para entender el misterio de Dios y aceptar su voluntad.
Hermanos, la experiencia de la fe y el seguimiento discipular de Jesús es algo que no acaba, supone e implica toda nuestra vida de creyentes. No acabamos de aprender, de asimilar y de caminar. Al mismo tiempo, la misión a la cual somos enviados -como discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia- menos todavía que acaba para nosotros; por ello, decimos y afirmamos que somos discípulos-misioneros. Esta constatación de nuestra realidad discipular, debería hacer más dinámica, activa y comprometida la experiencia de nuestra fe, de nuestro seguimiento de Jesús y de nuestra misión en la Iglesia y hacia fuera de ella. En este sentido, nos dice el Documento de Aparecida en su n. 41: “Los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo (…) Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios de comunicación podrán proporcionarle”.
Por tanto, conscientes de lo que nos decían los obispos de América Latina y el Caribe, ojalá nunca seamos cristianos y discípulos católicos conformistas, de mínimo esfuerzo, desanimados, o, peor aún, como a veces se dice y escucha, “católicos, pero no practicantes”. Esto no se entiende ni se sostiene; esto es un sinsentido, una manifiesta contradicción y un absoluto anti-testimonio. O somos o no somos, o estamos con Jesús o estamos contra él, como el mismo Señor nos lo dice en el evangelio. La fe cristiana siempre será opción radical y urgente.
A este propósito, también con mucha claridad, en clave discipular-misionera, el Papa Francisco nos dice en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium n. 120: “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41)”.
Hermanos, como auténticos discípulos de Jesús e inspirados por el testimonio de María -primera discípula- para ser auténticos cristianos-católicos y discípulos-misioneros, en medio de las circunstancias y exigencias actuales que vivimos, quiero compartirles y concretar las siguientes resonancias:
- Un discípulo estará siempre abierto y dócil para aprender, crecer y madurar en la fe. Se trata de una experiencia que no termina.
- Un discípulo nunca dejará de buscar y caminar en el seguimiento del Señor, a ejemplo de María. Es decir, que nunca nos sintamos completos, acabados y satisfechos.
- Un discípulo siempre habrá de ser coherente y consecuente, es decir, alguien que asume, que hace suyas y practica las enseñanzas de su Maestro y Señor. Un verdadero discípulo no se desvía del camino de la verdad y de la recta fe, no cae en contradicción ni en inconsecuencia entre lo que cree y practica en todas las dimensiones de su vida.
- Un discípulo siempre da testimonio visible, valiente y comprometido. La fe cristiana no es algo privado u oculto. La fe es respuesta personal, es experiencia comunitaria y testimonio visible en cuanto que hemos de ser “luz del mundo y sal de la tierra”.
- Un discípulo seguirá siempre la enseñanza de la Iglesia y se dejará guiar por sus pastores, auténticos maestros de la doctrina, de la fe y de las costumbres. Un discípulo fiel a la Iglesia conoce su fe, se forma y crece en ella. Por tanto, no se deja llevar por simples opiniones, por esnobismos de la época ni mucho menos por ideologías.
Poniendo nuestra mirada en el ejemplo y testimonio de Santa María, discípula del Señor, vamos a pedir en esta Eucaristía tres cosas: tener claridad de nuestra identidad de cristianos; caminar y crecer siempre como discípulos; y traducir la experiencia de nuestra fe en un testimonio claro, valiente, creíble y comprometido. Que el alimento del cuerpo y de la sangre de Cristo nos fortalezcan para ser fieles y para dar fruto. Y que el amparo maternal de nuestra Madre y Patrona, la Virgen de los Ángeles, nos acompañe y anime siempre en el fiel seguimiento de su Hijo, con todas las consecuencias y compromisos que ello implica para nosotros como creyentes y discípulos.
Así sea, amén.
Monseñor José Manuel Garita Herrera
Obispo de Ciudad Quesada