Un nuevo sacerdote es un don y una gracia extraordinaria de Dios

Ordenación presbiteral de Fray Ronald Enrique Céspedes Jiménez O.S.A.

Jueves 26 de octubre de 2023, Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, Venecia.

Hermanos todos en el Señor, especialmente Fray Ronald:

Con esta ordenación presbiteral de Fray Ronald Enrique Céspedes Jiménez, ante todo damos gracias a Dios por un nuevo sacerdote que regala a su Iglesia, particularmente a la Orden de San Agustín. Hoy es un momento propicio para tomar conciencia de la necesidad y del valor inestimable del sacerdocio para la Iglesia. Un nuevo sacerdote es un don y una gracia extraordinaria de Dios, expresión inequívoca de su fidelidad y cumplimiento de su misma palabra “les daré pastores según mi corazón” (Isaías 3,15).

Junto con la acción de gracias a Dios, en primer lugar; al mismo tiempo, la ordenación de un nuevo presbítero es motivo de gran alegría eclesial y comunitaria, pues se trata de recibir a nuevo servidor y a un pastor, a otro Cristo llamado a hacer presente su misma persona a través del ejercicio del ministerio sagrado, especialmente de las funciones de enseñar, santificar y apacentar, en estrecha unión y colaboración con el orden episcopal.

La ordenación de un nuevo sacerdote es también un testimonio vivo y prueba fehaciente, a la vez, del misterio de la vocación: el Señor sigue llamando servidores cualificados para el bien de la Iglesia, los llamados siguen respondiendo a la invitación del Señor, y la finalidad del llamado es específicamente el servicio del pueblo de Dios.

Sin duda alguna, los textos proclamados de la Palabra de Dios nos han dicho quién es y cómo debe ser (actuar) el sacerdote. Hagamos algunos ecos del mensaje que hemos escuchado.

1.- El presbítero es un predicador y evangelizador: el ministro llamado y escogido es enviado a comunicar el mensaje de Otro (con mayúscula); por tanto, ese mensaje no es suyo, y al no ser suyo, no puede disponer personal y discrecionalmente del mismo. Por ello, de manera muy clara, el apóstol Pablo, en la primera lectura de la segunda carta a corintios que hemos escuchado, afirmaba que “no nos predicamos a nosotros mismo, sino a Cristo”. Por consiguiente, el Señor Jesús es el motivo, el centro y el fin de nuestro ministerio. Él, su persona y su mensaje son la finalidad de todo cuanto decimos y hacemos desde el servicio sacerdotal, pues él es el centro de la buena noticia del Evangelio. A él debemos anunciar, llevar y presentar, y máxime el sacerdote que, según la fe de la Iglesia, actúa en la persona del mismo Jesucristo. El sacerdote ha de ser otro Cristo hablando a los demás, comunicando sus palabras de vida eterna y salvación.

2.- El presbítero es ante todo un pastor: haciendo resonar el salmo 99, con el cual hemos rezado, como parte del pueblo de Dios y oveja del rebaño también, el sacerdote está llamado a continuar y hacer presente la persona y las acciones de Jesucristo, Buen Pastor, en medio del pueblo santo, y a través del ministerio sagrado que consiste esencialmente en servir dando la vida. Se trata entonces de amar, cuidar, apacentar y acompañar a las ovejas como lo indicaba Jesús claramente a Pedro en el evangelio que hemos escuchado: apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Amar y servir pastoralmente -desde el único modelo de Jesús Buen Pastor- es la esencia de nuestro ministerio; con ello nos basta para dedicarnos exclusiva y enteramente al servicio sacerdotal y pastoral. Si de verdad asumimos así el servicio pastoral, francamente no tendríamos tiempo para otras actividades, mucho menos para aquellas que no tienen que ver con el ministerio sagrado.

3.- El presbítero es un testigo y un servidor del amor: para ser testimonio de esta realidad tan esencial, sublime y profunda como lo es el amor, el sacerdote ha de hacer antes la experiencia de amar al Señor y sentirse amado por él. El impresionante evangelio de San Juan, que hemos escuchado, nos presenta el triple y crucial examen de Jesús a Pedro que precisamente versa sobre el amor: ¿Me amas más que éstos? Y dos veces más le insiste ¿me amas? Nuestro ser y quehacer sacerdotal está centrado en el amor: amor primacial al Señor y amor a sus ovejas que él mismo nos confía. Este amor es único y absolutamente distinto a los demás, pues se trata de amar y servir hasta entregar la vida, a semejanza del mismo Jesús. Fray Ronald, por supuesto esas mismas preguntas e indicaciones de Jesús a Pedro son para ti en este día de tu ordenación y también para el resto de tu vida en el ejercicio del ministerio sacerdotal: amar al Señor más que cualquier persona o cosa; amar a sus ovejas como él mismo las ama, trata y sirve.

Finalmente, quisiera hacer resonancia de tres exigencias que considero esenciales del ministerio sagrado para el presbítero:

1.- Fidelidad y honestidad: el ministerio sacerdotal es un tesoro que se nos ha confiado, es el sacerdocio del Señor. San Pablo decía en la primera lectura que “llevamos este tesoro en recipientes de barro”. La grandeza, sublimidad y santidad del sacerdocio las llevamos en medio de nuestras debilidades; qué misterio más profundo e incomprensible. Pero la exigencia de custodiar con fidelidad este tesoro es una obligación de siempre. Tenemos que ser fieles, celosos, cuidadosos y honestos con lo que no es nuestro, sino de Dios, y que por pura misericordia suya ha querido poner en nuestras manos pobres y débiles.

2.- Santidad y transparencia: el sacerdote es un consagrado y ungido, hombre sagrado y radicalmente diferente a los demás. No se pertenece a sí mismo, pues es de Cristo y es para la Iglesia. De allí que de él se espera siempre el testimonio de un auténtico hombre de Dios, de alguien verdaderamente santo y consagrado totalmente a sus deberes de estado. Viviendo de esta forma, su ministerio será siempre edificante y creíble, alejado de toda contradicción, escándalo y antitestimonio.

3.- Grandeza de corazón para amar, servir y dar la vida: el ministerio sacerdotal es para los demás, no para el ministro. Es para las ovejas que nos ha confiado el Señor, especialmente para las más débiles y necesitadas. Refiriéndose al ministerio episcopal, San Agustín decía que era y se trataba de un verdadero “officium amoris”, un oficio, deber o servicio de amor. Me parece que la aplicación sería también válida para el ministerio presbiteral como grado del orden que está en función de colaborar estrechamente con el episcopado. La esencia, el contenido y la forma de ejercer el ministerio sacerdotal como servicio es sin duda el amor; un amor para todos sin diferencia ni distinción. Para amar así, de verdad que hay que perder y entregar la vida. Esto habrá de ser lo más sacerdotal y característico del presbítero: servir amando y dando la vida, como el Señor desde el altar de la cruz, en ofrecimiento y entrega total hasta el final.

Fray Ronald Enrique, desde la fuerza y la eficacia de la oración, y desde la Eucaristía que ha de ser el centro y alma de toda tu vida sacerdotal, pedimos al Señor que haga muy fecundo y feliz tu ministerio presbiteral. Para que hagas mucho bien, santifiques y edifiques siempre, pedimos también al Buen Pastor que te conceda la gracia de la fidelidad y de la perseverancia. Que te realices plenamente en este santo ministerio, que lo vivas día con día con alegría, generosidad, santidad de vida y entrega incondicional. El Señor que comenzó en ti esta obra buena, él mismo la lleve a feliz término. Amén.