
Ordenación diaconal Orden de San Agustín,
Fray Iván Fernando Alvarado Villalta OSA, y Fray Joel Antonio Zambrana Alfaro OSA,
Sábado 28 de agosto de 2021, Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, Venecia, 10:00 a.m.
Fiesta de San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia.
Hermanos todos en el Señor:
En el memorable día de la fiesta litúrgica de San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, tenemos la gracia inmensa de celebrar la ordenación diaconal de Fray Iván Fernando Alvarado Villalta y de Fray Joel Antonio Zambrana Alfaro, ambos de la Orden de San Agustín, concretamente de la Delegación Nuestra Señora de la Paz de Centro América, y quienes forman parte de la comunidad agustina que acompaña pastoralmente a esta Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria de Venecia. Especial gratitud a Fray Rodrigo González Jiménez, al P. Prior Provincial y demás autoridades de la Orden por haberme solicitado presidir esta celebración. Saludo a todos ustedes aquí presentes: sacerdotes de la diócesis, frailes y formandos de la Orden de San Agustín; familiares, amigos y compañeros de los ordenandos, fieles laicos de esta comunidad parroquial y a quienes nos acompañan a través de la transmisión de este rito sagrado. Gracia y paz para todos.
Permítanme unas generalidades muy importantes acerca del grado del diaconado como parte del orden sacerdotal, dirigidas a todos ustedes, pero, como es comprensible, de manera especial a Fray Iván y Fray Joel. Diácono es sinónimo de servidor. Servidor al estilo de Jesús: pobre, humilde, generoso, de corazón grande, capaz de asumir la cruz y dar la vida, dispuesto a ser el último y el esclavo, pronto a darse a tiempo y destiempo, sin cálculos ni reservas.
A este propósito, en su sermón 356 sobre la vida de los clérigos, decía San Agustín: “Los diáconos son pobres por don de Dios y esperan en su misericordia. Al no disponer de nada, dieron fin a sus ambiciones mundanas; viven con nosotros en comunidad, y la unidad de la caridad ha de ser antepuesta a la comodidad terrena”. Queda claro, diaconía es capacidad de servir desde la pobreza y la sencillez; es capacidad de dar la vida desde la caridad y la unidad.
Por consiguiente, el diácono, en cuanto servidor, nunca ha de pensar en sí mismo, autorreferencialmente, como diría el Papa Francisco; entiéndase, buscando propia comodidad, conveniencia o ventaja. En este sentido, también, y fuertemente, San Policarpo de Esmirna decía que “el diácono debe actuar según la verdad del Señor que se hizo siervo de todos”. Servicio, servidor, siervo: la lógica de Jesús en el dar la vida.
Como parte del tercer grado del sacramento del orden, el diácono, por la imposición de manos, se convierte en inmediato colaborador del obispo y de la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad hacia los más pobres y necesitados. Asimismo, el diácono se convierte en clérigo y se incardina, en el caso de ustedes dos, a la Orden de San Agustín, en cuanto instituto religioso clerical, y al cual se vinculan a título de pertenencia y dedicación a su servicio con mística de consagración, sobre todo a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Ya ordenado, el diácono podrá administrar el bautismo, presenciar el matrimonio, llevar el viático, presidir las exequias y dirigir la homilía, entre otras funciones. Por tanto, se trata de un ministro (servidor, siervo) de Jesucristo y de la Iglesia: es llamado y ordenado para servir y no ser servido, para entregarse con humildad, sencillez, discreción y generosidad a través de un testimonio probado. En ese espíritu asume el compromiso del celibato, acogido como don precioso de Dios para consagrarse íntegramente a Cristo y a la Iglesia con el gozo y la alegría del Evangelio. Y también asume el compromiso de la oración en la liturgia de las horas, rezando por las necesidades de la Iglesia y el mundo. Queridos Iván y Joel, este es el don y el misterio maravilloso que ustedes reciben hoy, a través de la ordenación diaconal. Este es el don y el misterio de nuestra vocación, como decía San Juan Pablo II; regalo inmenso que recibimos no por mérito nuestro, sino por pura misericordia de Dios.
Los textos de la Palabra de Dios, que se han proclamado en este rito de ordenación y en la fiesta de San Agustín, nos dan luces e inspiraciones muy importantes a todos, pero especialmente a ustedes, Iván y Joel, hoy en el día de su ordenación diaconal y de su ingreso al orden sagrado.
1.- Vivir y servir para la comunión y la caridad en la Iglesia:
Partiendo de la verdad que la Iglesia es misterio de comunión y amor, la primera lectura de los Hechos de los apóstoles nos presentaba el ejemplo de la primitiva comunidad cristiana y el ideal de toda comunidad eclesial: vida en común, constancia en la oración, enseñanza desde la Palabra de Dios, participación en la Eucaristía como fracción del pan, solidaridad y caridad efectivas para con los más necesitados. Iván y Joel, en medio de esa realidad y dinamismo eclesial, ustedes son llamados a servir a la Iglesia de Cristo, que se alimenta y edifica desde la Eucaristía, que es “signo de unidad y vínculo de caridad” como decía San Agustín. No pierdan nunca de vista que la Iglesia es misterio de comunión en la caridad. Para eso trabajamos y servimos a través del ministerio ordenado.
2.- Vivir y servir para predicar siempre la Palabra de Dios:
Fray Iván y Fray Joel, inspirados en la pasión apostólica de San Pablo y en el corazón ardiente de caridad de San Agustín, cumplan, lleven a cabo lo que decía la segunda lectura de la segunda carta a Timoteo: proclamen siempre la Palabra, prediquen el Evangelio a tiempo y a destiempo; exhorten y corrijan con toda paciencia. Sean fieles al encargo y enseñen siempre la sana doctrina. Sean valientes, no tengan miedo; digan las cosas como son desde la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Cumplan siempre la tarea de ser evangelizadores incansables.
3.- Vivir y servir para actuar a semejanza del Buen Pastor:
Decíamos antes que lo específico del diácono es servir. Jesús ha venido a servir, no a ser servido; vino a dar y entregar la vida en rescate por muchos. Esta es la esencia del ser y quehacer del Buen Pastor: dar la vida por las ovejas; cuidarlas y protegerlas, estar junto a ellas y acompañarlas siempre. Para ello, el Buen Pastor conoce a sus ovejas, está y comparte constantemente con ellas, dando su tiempo y sus fuerzas por el bien de cada una.
A San Agustín lo conocemos como gran filósofo, escritor y teólogo, pero, ante todo, fue un buen pastor entregado al servicio de las ovejas dando la vida por ellas. Y desde esta convicción, como bien sabemos, en su sermón 46 sobre los pastores, fustiga fuertemente a los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas del Señor. Fray Iván y Fray Joel, en nuestra vida y en nuestro ministerio, al final lo que cuenta es esa capacidad de dar la vida y de darse en pequeños detalles, en grandes acontecimientos, en todo momento y circunstancia. No somos asalariados, somos servidores. No somos señores ni patronos, somos siervos y esclavos. Esta es la lógica y la voluntad de Jesús. Así es como Él quiere que vivamos y sirvamos en su Iglesia.
Finalmente, les comparto algunos ecos desde la vida y testimonio de San Agustín, padre y patrono de ustedes. Para ser fieles y santos, siguiendo al “Doctor de la gracia”, den siempre primacía e importancia a la gracia de Dios. Nuestra vocación es gracia, todo lo que somos y tenemos es gracia, el fruto que podamos dar es gracia; sólo con la gracia de Dios podemos servir fielmente y mantener nuestro sí hasta el final.
Asimismo, imiten de San Agustín la búsqueda incesante de Dios, el deseo y la sed irresistible de llenarse de Él como caridad infinita. Encuéntrenlo y siéntanlo muy dentro de ustedes para sentirse amados y poder así amar a los demás. Clamen con el Santo de Hipona en sus Confesiones: “¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche”. Que el Señor, por intercesión de San Agustín, mantenga siempre encendido en sus corazones el fuego inextinguible de su amor.
Estamos celebrando esta ordenación dentro de la Eucaristía. Para San Agustín, el fin último de la Eucaristía es la unión de los cristianos con Cristo y la unión de los cristianos entre sí. Para nuestro santo obispo y doctor de la Iglesia, el sacramento eucarístico es un estar dentro de Cristo y de los otros; por ello, es “signo de unidad y vínculo de caridad”. Fray Iván, Fray Joel y hermanos todos, que la presencia real de Cristo en la Eucaristía sea para todos nosotros fuente de alimento, fortaleza, santificación y vivencia profunda del amor divino que nos colma y sacia plenamente.