
Fiesta de San Carlos Borromeo 2020,
Miércoles 4 de noviembre, Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
Hermanos todos en el Señor:
Un año más, y en medio de circunstancias extraordinariamente particulares, la providencia de Dios nos concede la gracia de celebrar a nuestro santo y egregio patrono, San Carlos Borromeo. La fiesta del presente año 2020 tiene, sin duda, un énfasis y una mayor significación en el contexto del año jubilar que estamos celebrando por el 25 aniversario de nuestra Iglesia Particular. Dentro de este camino jubilar, tenemos también hoy particularmente la celebración del jubileo propio para los sacerdotes.
Sin duda alguna, después de cuatro siglos y medio, San Carlos Borromeo nos sigue iluminando y edificando a nosotros, hoy en día, como modelo de creyente, servidor y pastor. Nos sigue retando y desafiando con su vida, testimonio y modelo de santidad.
Desde palabra de Dios que se nos ha proclamado, quisiera tratar con ustedes dos temas concretos aplicables a la vida de San Carlos, y también útiles para todos, pero especialmente para quienes tenemos la responsabilidad del cuidado pastoral en la Iglesia. Quiero referirme a los valores y virtudes de la humildad y la caridad que se hicieron vida y testimonio edificante en nuestro santo patrono.
Como hemos visto, los textos proclamados nos ubican en la imagen fuerte y clara del pastor. La imagen y figura del pastor no debe asumirse como libremente se quiera o se entienda, pues la palabra nos brinda claramente las características de cómo debe ser y actuar un pastor, lo cual supone estas virtudes básicas y fundamentales de la humildad y de la caridad.
1.- ¿Por qué y cómo la humildad?
Porque el Señor dice, en la primera lectura del profeta Ezequiel, que él mismo “buscará y cuidará a sus ovejas”. Personalmente las buscará para reunirlas, apacentarlas, curarlas y alimentarlas. Este gesto e iniciativa de cercanía y búsqueda personal supone humildad, sencillez, apertura y espontaneidad. Este es un Dios y un pastor humilde que toma la iniciativa, que se pone en movimiento, que busca y actúa. Y así actuó San Carlos animado por la humildad: salió, se puso en marcha, buscó y apacentó a sus ovejas, especialmente a las más necesitadas. Fue, se puso en marcha, buscó qué hacer, y actuó como pastor humilde y generoso, nunca instalado, acomodado o seguro. La intuición de los santos los lleva siempre a tomar la iniciativa, a actuar y a servir con humildad. A esto estamos llamados todos los cristianos, pero especialmente quienes actuamos en la persona de Cristo. Siempre en camino y siempre en actitud de servicio.
Como rezaba el salmo 88, San Carlos humildemente “cantó las misericordias del Señor”, alabó su grandeza y amor; anunció y dio testimonio de la fidelidad y de la eterna alianza del Señor. Para dar el lugar primacial y principal a Dios, sin duda hay que tener humildad y sencillez de corazón, pues Él es el centro y el fin, no nosotros. Con toda verdad esto lo entendió y vivió a cabalidad San Carlos; como sabemos “Humilitas” fue su lema. Cuánto tenemos que aprender de esto todos, fieles laicos y especialmente sacerdotes. En el humilde y en el sencillo, Dios hace maravillas. La humildad es terreno fértil para grandes frutos de santidad, testimonio y bien pastoral.
2.- ¿Por qué y cómo la caridad?
Caridad es el amor mismo, y el amor no es un vago o pasajero sentimiento o afecto. El amor es salir humildemente de sí mismo para darse, no solo para dar algo. Darse es sinónimo de oblatividad y generosidad; darse es entregar la vida poco a poco o en un solo acto. En este sentido, es clarísima y muy conocida la imagen de ese Dios humilde y amoroso que se ha encarnado en la persona de su Hijo, y que en el evangelio de Juan se ha autodenominado como “el Buen Pastor”.
Nos ha dicho Jesús: “Yo soy el Buen Pastor”. Y, ¿por qué lo es? Inmediatamente lo explica con dos razones: “porque da la vida por las ovejas” y porque “conozco a mis ovejas y ellas me conocen”. En primer lugar, el Buen Pastor da la vida, es caritativo, es todo amor porque no huye, al contrario, defiende a las ovejas de los lobos y de cualquier tipo de mal. Se expone, arriesga, está incluso dispuesto a morir (dar la vida) con tal de que las ovejas vivan y estén seguras. Actúa no por un salario, por interés, cálculo o ventaja, sino porque ama, porque su ser y su actuar más propio e íntimo es amar y vivir amando. Este Buen Pastor amó hasta el extremo, pues entregó su vida en la cruz; se dio totalmente a través de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por nuestra salvación. Por ello, Él mismo dice que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que se ama” (Juan 15, 13). Queda claro que amar es darse; lo demás son discursos y palabras.
En segundo lugar, Jesús es Buen Pastor por el conocimiento real, práctico, vital e íntimo que tiene de sus ovejas. No se trata de un conocimiento teórico o intelectual, sino de un conocimiento vital y existencial, repito. Él conoce la vida, historia, situaciones, necesidades, sufrimientos y esperanzas de sus ovejas; es un conocimiento personal que supone estar efectivamente en tiempo y lugar con las ovejas; dedicarse, consagrarse a estar y compartir con ellas. Sólo así, estando y compartiendo, surge el conocimiento mutuo, el reconocimiento de la voz y las palabras tanto del pastor como de las ovejas, recíprocamente. Se trata de estar con las ovejas, de compartir con ellas para conocerlas vital y existencialmente desde dentro y hacia adentro, en auténtica profundidad. El amor es un conocimiento y una sabiduría divina, como decía Pablo en la segunda lectura de la primera carta a los corintios, donde afirmaba que Cristo lo envió a “anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo”. El Evangelio es sabiduría divina, es mensaje de amor y salvación. La cruz de Cristo es el signo del amor extremo que da la vida.
Como discípulos de Jesús, todos sin excepción estamos llamados a darnos, no solo a dar algo, y menos lo que no nos hace falta. Cuántas oportunidades nos da el Señor para amar dándonos, para servir y hacer el bien; para llevar esperanza, consuelo, alivio, paz, fortaleza y solidaridad a quien más lo necesite de nuestra parte. Tantos momentos y oportunidades para ser también “buenos samaritanos” teniendo y mostrando compasión que es la expresión más propia de la caridad cristiana. Que el Buen Pastor nos abra los ojos y el corazón para amar y hacer el bien en tantas situaciones a nuestro alrededor.
Y así actuó también San Carlos. Como buen pastor que conocía y daba la vida por sus ovejas, cuánto se dio y se entregó hasta casi morir consumido por la caridad pastoral, apenas a la edad de 46 años. Toda una vida entregada y consumida por amor. Amor de cercanía pastoral; amor y dedicación de tiempo para evangelizar y predicar, para visitar a las ovejas y consolar a los enfermos, para catequizar e instruir, para organizar la Iglesia Particular. Amor y dedicación de tiempo para formar a los futuros pastores de la Iglesia, para promover la disciplina y las buenas costumbres en la comunidad, para animar y dar testimonio en la vocación común de todos a la santidad. Amor y entrega para exponer y arriesgar la vida en manos de los enemigos y también en medio del azote de la peste. Amor y entrega humilde para soportar las dificultades, pruebas, envidias, persecuciones, rechazos y toda clase de sufrimientos por Cristo y por la Iglesia.
Como decía al inicio, hermanos, ¡cómo nos sigue hablando, retando y desafiando la humildad y la caridad de San Carlos Borromeo! ¡qué actual sigue siendo su ejemplo y testimonio! Insisto, todos como cristianos estamos llamados a la vivencia y testimonio de las virtudes de la humildad y de la caridad. Son esenciales a nuestra condición de discípulos, por ello Jesús nos habla de hacernos pequeños, de ser los últimos y los esclavos. El apóstol Pablo también nos recodará que si no tenemos caridad y amor no tenemos nada ni somos nada.
Hermanos, estamos llegando a final de año jubilar diocesano. Con todo y la crisis de la pandemia, este ha sido un tiempo de gracia para renovar nuestra identidad como Iglesia Particular; un tiempo propicio para reavivar el impulso y retomar nuestro compromiso evangelizador y apostólico. Todos como parte de la diócesis estamos llamados a ello, y más todavía con el ejemplo de San Carlos. Pero especialmente estamos llamados y comprometidos a este reavivar y renovar el compromiso quienes tenemos la responsabilidad del acompañamiento pastoral en esta Iglesia Particular. Pidamos por nuestros sacerdotes, les ruego que pidan por mí también, roguemos para que, de verdad, andemos siempre en humildad y ardamos en caridad. Sólo así podremos ser y actuar como consagrados, hombres de Dios, servidores santos y auténticos pastores como San Carlos Borromeo.
La Eucaristía sin duda fue la fuente inagotable de humildad y caridad pastoral para San Carlos Borromeo. Este sacramento -fuente y cumbre- fue el centro de toda su vida; fue alimento, fortaleza e impulso para amar, para darse y servir con humildad y generosidad. Sigamos nosotros también este camino de sabiduría y santidad, sigamos la huella de nuestro santo patrono, y veremos entonces en nuestra propia vida los frutos de amor, santidad y bien que quiere y espera el Señor de cada uno de nosotros.
¡San Carlos Borromeo! Ruega por nosotros.