Corazón de Jesús para adorar, amar y reparar

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Jornada de Oración por la santificación de los sacerdotes,

Viernes 19 de junio 2020, Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.

Hermanos todos en el Señor:

Tras las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, ocurridas entre 1673 y 1675, se introdujo en el calendario litúrgico de la Iglesia universal esta fiesta del Señor. El acento de esta celebración está en el amor infinito de Dios por la humanidad, manifestado en Cristo que se entrega, y cuyo corazón fue traspasado después de morir en la cruz.

El corazón humano alude al centro de la persona, se refiere a lo más íntimo y profundo de su ser; expresa la capacidad de amar y de darse. Y al hablar concretamente del Corazón de Jesús, nos referimos al Dios hecho hombre que tiene y ha mostrado esa capacidad infinita e inagotable de amar a todos y cada uno de nosotros. Por ello, Jesús, hombre perfecto, amó como ninguna otra persona, pues el amor de Jesús es total e incondicional, tierno, delicado, suave, infinito, inagotable, entrañable y misericordioso. Pero la manifestación máxima del amor de Jesús se expresa en su entrega total que llega hasta la muerte en cruz y ser traspasado por una lanza.

Como lo hemos podido notar, los textos de la Palabra de Dios, que se han proclamado, ponen de manifiesto clara y grandemente este amor infinito e inagotable de Dios que se ha revelado en su Hijo que se entrega por la salvación del mundo. Los invito a adentrarnos y a meditar en la Palabra a partir de tres verbos.

1.- Adorar:

Esta solemnidad nos llama a adorar, a alabar este amor infinito e inagotable de Dios. Adorar y alabar ese amor eterno y fiel que se revela desde antiguo a Israel, como lo decía la primera lectura del Deuteronomio. Adorar al Dios que “ha elegido y consagrado a su pueblo por el amor que le tiene”. Adorar al único Dios que “siempre guarda su alianza y su misericordia hasta mil generaciones para los que lo aman”. Cómo no adorar y alabar la fidelidad, la paciencia y la misericordia que Dios ha tenido y tiene con nosotros en cada momento, en cada circunstancia, en cada caída, en cada error o infidelidad. Adorar este amor que nos ha dicho sí para siempre, que se mantiene irrevocable y eternamente en favor nuestro. Contemplar la grandeza, profundidad y eternidad de este amor, nos lleva necesariamente a adorar y alabar.

Adorar también este amor infinito de Dios que se manifiesta de manera especialísima en su Hijo y en su sacratísimo corazón, como queda patente en el evangelio de Mateo. Adorar y alabar a Jesús, porque nos dice e invita “Vengan a mí …”. Adónde más vamos a ir, pues sólo Él tiene palabras de vida eterna, se trata de ir sólo a Jesús porque sin Él nada podemos hacer. Adorar, porque Él sabe que nos cansamos y agobiamos, y por ello Él es suave alivio y seguro descanso; Él es nuestra paz como dice el apóstol Pablo. Adorar, porque nos invita a aprender de Él que es manso y humilde de corazón. Allí está el modelo de actuación para nosotros: siempre con mansedumbre y humildad, con los mismos sentimientos de Cristo, con sencillez, docilidad y obediencia en la fe. La mansedumbre y la humildad son expresiones inequívocas del amor divino; del verdadero amor, no de un amor simplemente humano. Adoremos y alabemos siempre.

2.- Amar:

Si de verdad hemos experimentado el amor de Dios, entonces la consecuencia será amar. Es lo que justamente nos dice el apóstol Juan en la segunda lectura: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Quien ha sido amado, sentirá siempre el impulso de amar. Nuestra vocación de hijos de Dios es vivir en el amor, amar, dar la vida, hacer el bien, servir. El apóstol nos recuerda que “El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”. La esencia de Dios es ser amor y su acción más íntima y propia es amar, por ello decía San Juan “nosotros debemos amarnos los unos a los otros.

Amar y amar, porque hemos sido amados primero por Dios. Así lo entendieron y vivieron los santos. San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. San Bernardo: “La medida del amor es amar sin medida”. Santa Teresita del Niño Jesús: “Mi vocación es el amor”. Si hemos sido amados, si somos amados, amemos y vivamos amando, porque “Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”.

3.- Reparar:

El mismo Jesús lo decía a Santa Margarita María: “Este es el corazón que tanto ha amado al mundo, pero que a cambio ha recibido rechazos y desprecios”. Cuánto hemos ofendido el amor de Dios, cuán infieles hemos sido, cuántas veces lo hemos profanado, sobre todo el mundo que rechaza y reniega de Dios. Un mundo que quiere sacar a Dios de en medio, y, peor aún, que quiere vivir como si Dios no existiera. Esta es la tragedia más terrible para el ser humano que ha sido creado precisamente para ser amado y para amar.

Por todos estos rechazos, desprecios, indiferencias y profanaciones del amor de Dios, cuánto tenemos que reparar, cuánto desagravio hemos de hacer, y cuánta penitencia deberíamos practicar, sobre todo desde la adoración al Corazón de Jesús en la Eucaristía. Reparar y desagraviar, gran desafío y tarea que nos deja esta solemnidad del amor de Dios en Cristo Jesús, traspasado por nuestros pecados.

Finalmente, hermanos, celebramos hoy también la jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes. Pedimos que los ordenados seamos sacerdotes con el Corazón de Cristo. Orar y pedir por la santificación de los sacerdotes significa que todo sacerdote tenga muy clara su identidad, que sea fiel, que ame sobre todas las cosas a Dios que lo ha llamado, que ame y sea fiel a la Iglesia, que se cultive espiritualmente y persevere desde la oración. Pedir que los sacerdotes sean santos significa también que sean fiel reflejo de la imagen y del corazón de Cristo en medio de sus comunidades, que sirvan y se entreguen con generosidad y en caridad pastoral, que sean modelo e inspiración en el bien, la virtud y la santidad. En fin, significa pedir que, quien ve a un sacerdote, vea y reconozca en él al mismo Cristo, porque el sacerdote ha de ser un “alter Christus”, otro Cristo.

Hermanos, que esta Eucaristía nos inflame a todos en el amor infinito y misericordioso del Corazón de Cristo. Y que nuestros sacerdotes sean de verdad lo que decía el Santo Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”. Que así sea, amén.

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada