Dichosos los que crean sin haber visto

II Carta Pastoral

Carta Pastoral sobre la Fe

Juan 20, 29

I. Introducción:

1.- Después de haber escrito mi primera Carta Pastoral sobre la esperanza cristiana, quiero compartirles, en el contexto del Año Jubilar de la Misericordia, mi segunda Carta Pastoral ahora sobre el tema de la fe. Uno de los grandes hechos espirituales, culturales y sociológicos que nos corresponde vivir en la postmodernidad es el rechazo de la fe, entendido como la ausencia de Dios de la realidad social, la exclusión del fenómeno religioso de la reflexión y de la praxis de la vida cotidiana. O también, tenemos la crisis de fe, propia de un mundo de increencia y secularizado que se desarrolla en el ámbito de las muchas certezas que ofrece la cultura de nuestro momento histórico. A este mundo de certezas le desconcierta lo que aún permanece en el misterio como el dolor, la muerte, y la enfermedad, la pobreza, la guerra, el hambre, la injusticia social, la trata de personas, el drama de la migración y tantas otras circunstancias que provocan en muchos la pregunta: si Dios existe, ¿por qué no hace algo?

2.- La respuesta cristiana a las grandes interrogantes del corazón humano solamente puede encontrarse en la experiencia de la fe. Por esta razón, he querido que mi segunda Carta Pastoral abordara el tema de la fe. He creído conveniente y necesario escribir sobre la fe, en primer lugar por la importancia fundamental que este tema tiene y, en segundo, porque nuestra Diócesis, como Iglesia Particular, no es ajena a las grandes interrogantes que antes he mencionado.

3.- El Año de la Misericordia nos permite encontrar el marco eclesial adecuado para profundizar en la experiencia de la fe, porque la consecuencia que ella deja en el creyente es precisamente la confianza en la infinita misericordia de Dios. A este propósito, el lema que el Santo Padre ha querido para este Año Jubilar es ya todo un programa de vida y un proyecto catequético existencial desde la fe: “Misericordiosos como el Padre”. Por eso, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible, y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret”(Bula el Rostro de la Misericordia 1).

II. ¿Qué es la fe?

4.- Dios, en su infinita misericordia, ha deseado revelarse a sí mismo a los seres humanos mostrándonos así el misterio de su voluntad, el de ser hijos suyos por adopción, compartiendo así con nosotros su naturaleza divina (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 51). Ante esta revelación, Él ha querido que nosotros podamos responder a su voluntad, conocerle y amarle, más allá de lo que seríamos capaces con nuestras propias fuerzas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica. 42).

5.- La respuesta a esta revelación, a este deseo de compartir de Dios con la persona su naturaleza divina, para que él pueda amarnos y vivir dentro de nosotros, esta respuesta es la fe. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 152). La fe, como dice la carta a los Hebreos, “es fundamento de las cosas que se esperan, prueba de las que no se ven” (Hb 11,1). Precisamente por ello, la fe es una gracia de Dios, el mayor regalo de todos los que podamos recibir. Ella ha sido el más grande don que hemos recibido en el Bautismo, desde la fe comprendemos nuestra nueva condición de ser hijos en el Hijo amado del Padre, nuestra identificación con Cristo y la vida en el Espíritu que nos hace nacer de nuevo. Por la fe, descubrimos y vivimos la rica y profunda experiencia de la vida trinitaria. Frente a tan alto don -que es gracia- la persona responde en libertad y responsabilidad, por ello “la fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios, es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado” (Catecismo de la Iglesia Católica 150). La fe es un “fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de Dios sobre la historia, como hizo el patriarca Abraham, como hizo María de Nazaret. Así pues, la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable” (Benedicto XVI, Audiencia General 24-10-2012).

6.- Como parte de su propia naturaleza, la fe no es un acto individual, sino que se trata de un encuentro entre dos seres personales, es diálogo y alianza. Es Dios que se revela, se comunica y se hace presente en la historia llamando al ser humano, y este último responde a la iniciativa amorosa de Dios. La fe es un creer en alguien y no en algo, por ello el cristianismo no es un conjunto de enseñanzas y preceptos, sino un encuentro personal y vivo con Jesucristo, rostro de la misericordia del Padre, que transforma la vida de quienes se confiesan discípulos suyos. Así lo afirmaba el Papa Benedicto XVI: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Encíclica Dios es amor 1).

7.- La fe como respuesta a la iniciativa divina y como orientación de toda la vida del creyente a Dios, es también profunda experiencia de confianza en Él. La vida del creyente está en manos de Dios, en su amor y providencia. La persona de fe cree y confía en que Dios le acompaña, cuida y protege en cada momento y circunstancia de su camino de vida. Por ello, el temor, la angustia y el desánimo no deberían tener cabida en la vida de la persona de fe. La Palabra de Dios nos invita insistentemente a la confianza en el Dios amor, providencia y misericordia (cfr. Sal 9,10; 22,4-5; 26,1-3; Mt 8,10, 9,2; 15,28). De manera particular e indiscutible, Jesús nos dice: “En el mundo tendrán luchas, pero no teman, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Fe es confianza absoluta y abandono seguro en las manos de Dios Padre que nos ama profunda e incondicionalmente (cfr. Is 41,10.14; 43,1; 49,14-16).

III. ¿Qué supone e implica la fe para el creyente?

8.- La fe, como respuesta a Dios que se revela y comunica, supone lo que muy bien expresó San Bernardo: “Es conversión del corazón a Dios” (De baptismo, II, 9). Esto implica “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada”, tal como lo proponía el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica “Porta fidei” (cfr. n. 10). A su vez, es una exhortación a reflexionar sobre el mismo acto de la fe en el misterio de Dios que se revela y se comunica amorosamente.

9.- Por ello, el contexto propio de la fe es el acto de conversión como cambio, pero también entendido como orientación a Dios, es el cambio de ser que pasa de la adoración de lo visible a la confianza y el abandono en lo invisible. Sin embargo, esta respuesta llamada conversión no se debe ver como un acto instantáneo, sino que supone “emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cfr. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cfr. Jn 17, 22)” (Porta fidei 1).

10.- El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que creer en el Dios único tiene consecuencias indiscutibles para nuestra vida. En este sentido, es importante detenerse en algunos de sus numerales. “Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios” (n. 223); “Es vivir en acción de gracias” (n. 224); “Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26)” (n. 225); “Es usar bien de las cosas creadas” (n. 226); “Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad” (n. 227), etc. Queda claro que la experiencia viva de la fe abarca expresiones diversas de la vida de la persona, pero, en definitiva, implica el asentimiento y el compromiso de toda la persona en su camino de respuesta a la iniciativa de Dios.

11.- Anteriormente se dijo que la fe no es un acto individual o privado, que se queda solamente en la persona creyente, por el contrario, este camino que es la fe, implica toda una proyección e impulso, sobre todo a nivel misionero, acción esencial de la Iglesia que consiste en el envío evangelizador, el testimonio de vida y el compromiso cristiano en las diversas circunstancias en las que vive el creyente. Como afirma San Juan Pablo II, “La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo, tal como se expresa en la profesión de fe trinitaria: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos (…) Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” En el hecho de la Redención está la salvación de todos, “porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio” Sólo en la fe se comprende y se fundamenta la misión.” (Redemptoris Missio 4).

12.- Por tanto, se puede afirmar que la experiencia de la fe se comprende como la iniciativa divina de un Dios que llama al ser humano a confiarle una misión, una tarea, un encargo y un compromiso de vida a la vez. Al mismo tiempo, le exhorta a disponerse para alcanzar la meta de la santidad en este mundo y la vida eterna después del momento presente. La fe implica a toda la persona que cree, su ser y su quehacer, lo que es y la forma como vive, su manera de pensar y de actuar. La fe, entonces, es camino, experiencia, vivencia y respuesta vital de toda la persona al llamado de Dios que le llena de inmensa y profunda alegría (cfr. Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium 1).

IV. ¿Cómo debería vivirse la fe desde la revelación?

13.- Vivencia en el amor: nuestra fe es en un Dios que se ha revelado como “rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6). Su Ser mismo es Verdad y Amor (Catecismo de la Iglesia Católica 231). Es un amor trinitario, relación de comunión divina y amorosa. Por lo tanto, si el amor es un salir siempre hacia el otro, porque “no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos” (Jn 15,13), la fe, entonces, debe ser vivida siempre en una realidad comunitaria, es decir, dentro de la Iglesia, misterio de comunión y cuerpo místico de Jesucristo. Por ello, como afirma el apóstol Santiago, “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir. «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe.” (St. 2,14-18). La fe, como camino de respuesta y experiencia vital, se vive en el amor y la comunión.

14.- Vivencia en el testimonio: hablando de esta vitalidad o manera de vivir desde la fe, el Papa Francisco afirma que “la fe lleva siempre al testimonio. La fe es un encuentro con Jesucristo, con Dios, y de allí nace y te lleva al testimonio. Y esto que el apóstol quiere decir: una fe sin obras, una fe que no te implique, que no te lleve al testimonio, no es fe. Son palabras y nada más que palabras” (Homilía, Casa Santa Marta, 21-2-2014). Entonces, la fe es camino y respuesta que se vive en el amor, en la comunión, en el testimonio y con las obras concretas de bien y misericordia. La fe es vivencia y testimonio.

15.- Vivencia en la comunión eclesial: hasta aquí resulta claro que la fe cristiana es una fe confesante en el testimonio del amor y cuya profesión verbal se hace en el Credo recitado, durante la liturgia eucarística, cada domingo, y que actualiza el diálogo bautismal efectuado el día de nuestra incorporación a la Iglesia, entre nuestros padres y padrinos, con el ministro sagrado. La dimensión comunitaria de la fe -expresada en la liturgia- incentiva la conciencia objetiva y pública de la fe. La gran tentación y peligro de la postmodernidad -que actualmente nos corresponde vivir- es optar por una fe subjetiva e individual, desvinculada del magisterio de la Iglesia y de la comunión con sus pastores, que se orienta a una concepción de Dios y de la experiencia de la fe autónoma y racionalista, ajena a la Revelación y a la Tradición de la Iglesia. Este divorcio -no nuevo- entre fe y vida, entre enseñanza religiosa y experiencia de fe, nos lleva a comprobar que el corazón humano, incluso de la persona creyente, fácilmente puede caer en el individualismo que es consecuencia del egoísmo, y puede asumir la fe como un acto bueno privado carente del “nosotros” eclesial y del compromiso efectivo del testimonio. Sin la dimensión eclesial y vinculante de la fe, desaparece el consecuente testimonio y el compromiso público que surge y se proyecta de la confesión personal de la fe. Por tanto, la fe madura y auténtica se vive desde el amor, se hace efectiva en el testimonio de vida inherente a la misma fe y se proyecta en la comunión como encuentro amoroso con los hermanos en la comunidad eclesial.

V. ¿Quién es hoy en día una persona de fe?

16.- En la actualidad, las implicaciones de la fe son fundamentales para lograr un perfil del creyente, sea mujer u hombre, en un momento histórico en el cual vivimos y que está marcado por fuertes transformaciones sociales, psicológicas, culturales, ambientales, económicas y tecnológicas. Los valores de la fe deben impregnar el corazón y la mente de todos los bautizados. Solamente así sus palabras y sus obras serán creíbles, dignas de fe, coherentes y capaces de cuestionar los actuales paradigmas de la identidad de la persona. Hoy, una persona de fe es aquella que es experta en comunión, gestora de servicio y compromiso, pues la fe es vida. Asimismo, un creyente en la fe es ante todo un testigo, un testimonio vivo y eficaz del Evangelio en medio del mundo, un discípulo-misionero creíble y valiente del Señor Jesús donde quiera que esté. Estoy convencido de que un cristiano, una persona de fe -esté donde esté y haga lo que haga- tendrá que marcar la diferencia. La diferencia en la manera de pensar y de actuar, siendo luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14; Lc 16,8).

17.- Uno de los mayores retos de la postmodernidad es la capacidad de establecer un diálogo sereno -desde la verdad y la caridad- con un mundo de increencia que, al mismo tiempo, es un mundo herido por el pecado de la discordia, la desigualdad y la globalización de la indiferencia. Por ello, no podemos desvincular la fe de la justicia social, de las relaciones laborales y de los ámbitos institucionales relacionados con la educación, la salud, la política, la economía, la cultura, el medio ambiente, etc., por lo cual podríamos decir que las implicaciones de la fe alcanzan los amplios y variados horizontes a los cuales llega la persona y su quehacer en cualquier área de la sociedad humana, pues a la experiencia viva de la fe nada de lo humano le es ajeno. La fe tiene que ver con la vida de quien cree.

18.- La fe no es algo ajeno ni mucho menos contrario a la razón, más bien, fe y razón se complementan y se ayudan entre sí. “Estas dos dimensiones, fe y razón, no deben separarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre unidas. Como escribió Agustín tras su conversión, fe y razón son «las fuerzas que nos llevan a conocer» (Contra Academicos, III, 20, 43). En este sentido, siguen siendo famosas sus dos fórmulas (Sermones, 43, 9) con las que expresa esta síntesis coherente entre fe y razón: crede ut intelligas («cree para comprender») –creer abre el camino para cruzar la puerta de la verdad–, pero también y de manera inseparable, intellige ut credas («comprende para creer»), escruta la verdad para poder encontrar a Dios y creer” (Benedicto XVI, Audiencia Papal, 30-1-2009). Muy oportuno e iluminador el anterior texto del Papa emérito, sobre todo cuando, muchas veces en la actualidad, se tiende a contraponer fe y razón. Por tanto, también se puede afirmar que una persona de fe es aquella que cultiva e ilustra la razón para buscar, conocer y seguir más a Dios.

VI. Medios para cultivar y madurar la fe.

19.- Anteriormente, hemos citado a San Bernardo refiriéndose a la fe como conversión y orientación del corazón humano a Dios. Esta conversión, que está a la raíz del camino cristiano como encuentro personal con Jesucristo, es el punto de partida para una vivencia auténtica y madura de la fe. La fe es luz que esclarece y fortaleza que sostiene el doble quicio del cristiano: ser discípulo-misionero. Y para ser entonces personas de fe, testigos, discípulosmisioneros y cristianos comprometidos, la experiencia de la escucha de la Palabra de Dios, de la oración personal y comunitaria -particularmente de la litúrgica en la Eucaristía-, el abrazo misericordioso del Padre en el sacramento de la reconciliación, la docilidad a la acción del Espíritu, la vivencia de comunión con la Iglesia y en la Iglesia, el servicio generoso a los más pobres y el impulso misionero que le debe animar siempre, serán medios para crecer y madurar en la fe aceptada y vivida como don de Dios.

20.- En este itinerario de fe, es preciso insistir que la interiorización de la Palabra de Dios nos lleva a la oración, como experiencia de encuentro con la voluntad de Dios y con la comunidad de los hermanos, perseverando así juntos en la plegaria al estilo de Pentecostés. El Espíritu anima, inflama, impulsa y envía a la misión que debe ser el compromiso de antes y siempre actual de la Iglesia, comunidad y pueblo de Dios que camina en la fe. De la oración, que se inspira en la Palabra y alimenta la fe, pasamos a la acción y al compromiso evangelizador que constituye la misión esencial de la Iglesia. Benedicto XVI plasmó este aspecto de forma muy hermosa con estas palabras: “Sin embargo, es importante que toda modalidad de anuncio tenga presente, ante todo, la intrínseca relación entre comunicación de la Palabra de Dios y testimonio cristiano. De esto depende la credibilidad misma del anuncio. Por una parte, se necesita la Palabra que comunique todo lo que el Señor mismo nos ha dicho. Por otra, es indispensable que, con el testimonio, se dé credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir. Esta reciprocidad entre Palabra y testimonio vuelve a reflejar el modo con el que Dios mismo se ha comunicado a través de la encarnación de su Verbo”. (Exhortación Apostólica Verbum Domini 91).

21.- El creyente, en su camino de fe, tiene como finalidad el poder configurar su vida con Cristo: “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Como afirmaba San Pablo, en la carta a los Efesios, estamos llamados a llegar a “la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13). Con respecto a esta última afirmación paulina, decía el entonces cardenal Ratzinger “Según el texto griego, deberíamos hablar más precisamente de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos seguir siendo niños en la fe, menores de edad. ¿En qué consiste ser niños en la fe? San Pablo responde: significa ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…» (Ef 4, 14). ¡Una descripción muy actual!” (Homilía Misa “Pro eligendo Pontifice” 18-4-2005). Cristianos maduros, a la altura de Cristo el hombre nuevo, necesitamos en la Iglesia, en la Diócesis y en cada una de las comunidades que buscan responder y comprometerse en la fe, pues son conscientes de que la fe es vida y compromiso con las exigencias temporales y actuales que nos exige nuestra condición cristiana y eclesial, de la cual depende nuestra eterna salvación (GS 43).

VII. Retos y desafíos de la fe en el mundo de hoy.

22.- La familia -Iglesia doméstica- como parte fundamental de la sociedad, tiene una inmensa importancia y responsabilidad en la transmisión de la fe, en primer lugar a sus hijos, pero al mismo tiempo como luz del mundo con el testimonio que se debe dar. El Papa Francisco ha dicho que los “vínculos familiares dentro de la experiencia de fe y del amor de Dios se transforman, son ‘completados’ con un sentido más grande y se hacen capaces de ir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias y para acoger como hermanos y hermanas también aquellos que están al margen de toda relación” (Papa Francisco, Audiencia General, 2-9-2015). La fe se empieza a conocer y a vivir en el seno de la familia, de ahí que el núcleo familiar es indispensable en la experiencia originaria y subsiguiente de la fe en la vida del creyente.

23.- El mundo actual es una sociedad que poco a poco ha ido mermando sus fundamentos, quitando sus bases. Una sociedad en la cual lo objetivo ha dejado paso al subjetivismo, no existiendo así una verdad, sino un conjunto de verdades, que se amoldan y se “acomodan” a situaciones, personas, culturas, momentos históricos, etc. Pareciera que hemos quitado y eliminado a Dios de nuestras vidas, y la consecuencia de ello es que la persona se convierte en una hoja que el viento va llevando de un lado al otro. Cabe aquí recordar que “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” (Cardenal Ratzinger, Homilía Misa “Pro eligendo Pontifice” 18-4-2005). La fe nos vincula con el valor de lo permanente y estable, a orientar la vida a las cosas definitivas sin perder el dinamismo de una renovación que se abre a seguir siempre el camino de Dios.

24.- Es imposible una desvinculación entre fe y vida, porque es esencial a la experiencia cristiana una incidencia histórica y comunitaria que involucra al creyente en la transformación de la sociedad en la que vive. Esta transformación solamente puede nacer de la conciencia madura de la fe que impulsa y hace tomar conciencia de la necesidad de un renovado compromiso por la solidaridad, la fraternidad y todas aquellas justas causas sociales que se orientan a defender la dignidad de la persona, la vida, la paz, la justicia, el cuidado de nuestra casa común, el desarrollo y todo aquello que fomente la concordia entre los pueblos y la igualdad entre las personas. “Precisamente por su conexión con el amor (cfr. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. (…) La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común”. (Papa Francisco, Encíclica Lumen fidei 51). La fe es vida, experiencia, encuentro, compromiso y proyección hacia todo aquello que nos exige el hecho de creer en Dios y vivir en el amor.

25.- El contexto del Año de la Misericordia nos permite realizar la experiencia de abrir el corazón al drama de “cuantos viven en la más contradictorias periferias existenciales , que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy!” (Bula El Rostro de la Misericordia 15). Un problema actual, dentro de los muchos que aquejan a la sociedad y a nuestra Diócesis también, es la migración de personas de nuestros países vecinos que vienen a buscar un futuro mejor en nuestras tierras, así como de hermanos que salen de nuestro país buscando una vida mejor en tierras extranjeras. Ya San Juan Pablo II alertaba sobre el peligro de estas personas con respecto a la pérdida de su fe. Esta pérdida dada especialmente a causa de sectas o movimientos religiosos los cuales por “la situación de desarraigo social y cultural, y por la inestabilidad en que se hallan, suelen ser presas fáciles de métodos insistentes y agresivos. Excluidos de la vida social del país de origen, extraños a la sociedad en que se insertan, obligados a menudo a moverse fuera de un ordenamiento objetivo que defienda sus derechos, los emigrantes pagan la necesidad de ayuda y el deseo de salir de la marginación, en la que están confinados de hecho, con el abandono de su fe”. (Mensaje Jornada Mundial del Migrante, 25 de julio de 1990).

26.- Otro ámbito al que debemos volver nuestra mirada desde la fe es el cuidado de nuestra casa común. Los territorios que abarca nuestra Iglesia Particular gozan de una inmensa belleza y riqueza natural, con la que nos ha bendecido nuestro Dios, pero en las últimas décadas hemos arremetido contra el medio ambiente, la mayoría de las veces buscando solamente el beneficio económico particular, dejando de lado el bien común que atañe a todos. En este sentido, recordemos el llamado que nos ha hecho el Papa Francisco: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos”. (Encíclica Laudato si’ 13).

27.- Tampoco podemos olvidar los numerosos rostros de pobreza dramática que encontramos en nuestro medio, pobreza e incluso miseria que exigen de nuestra parte una respuesta de fe activa, comprometida y misericordiosa, una fe que se traduce en las obras, especialmente en las obras de misericordia, fe caritativa, activa y operante. En este sentido, el Papa Francisco también nos ha dicho claramente que: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (Bula El Rostro de la Misericordia 15).

VIII. Conclusión.

28.- El camino evangelizador que hace nuestra Iglesia Particular es, sin duda, un itinerario de crecimiento y maduración en la fe. La fe que es don que se recibe y se comparte, nos hace entrar en el camino cotidiano de la conversión y del anuncio, porque aceptar a Jesucristo como Señor, supone siempre compartirlo y testimoniarlo con gozo y “parresía”, es decir, con la fuerza dinámica del Espíritu que nos impulsa al compromiso, al testimonio y a la audacia en la tarea de la transmisión de la fe. La presente Carta Pastoral ha querido ser una palabra orientadora, desde mi responsabilidad de pastor, sobre la amplia y urgente temática de la fe, pero también desea ser, ante todo, una palabra fraterna de quien hace junto con ustedes el camino de la fe, que no es otra cosa que la respuesta a este don inmenso y maravilloso que todos hemos recibido en el bautismo y con el cual colaboramos, cada día, en la construcción del Reino de Dios en la historia. Imploremos la maternal intercesión de la Santísima Virgen María, que es “dichosa porque ha creído” (cfr. Lc 1,45). Que Ella nos acompañe, momento a momento, en la experiencia viva y respuesta activa de la fe. Con mi oración y bendición, para que el camino de la fe de cada uno de ustedes sea muy fecundo, les saludo en la alegría inmensa y el gozo desbordante del Señor Resucitado que nos ha dado el maravilloso don de la fe como precioso fruto pascual.

Mons. José Manuel Garita Herrera, Obispo de Ciudad Quesada.

Domingo de Pascua en la Resurrección del Señor,

27 de marzo del 2016, Jubileo y Año Santo Extraordinario de la Misericordia.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO Carta Encíclica “La Luz de la fe”
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.