
VI Día Novena Nuestra Señora del Pilar,
Celebración conjunta de la diócesis de Ciudad Quesada y Alajuela,
Jueves 8 de octubre, Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
Hermanos todos en el Señor, acá presentes y quienes nos siguen a través de los medios de comunicación:
Como decía al inicio, damos gracias al Señor por esta celebración conjunta y experiencia de comunión, desde la Eucaristía, entre la diócesis madre de Alajuela y su diócesis hija de Ciudad Quesada, en el contexto de la novena preparatoria a la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, y también del centenario de la diócesis de Alajuela, el próximo 16 de febrero de 2021, misma fecha en la cual se creó la Provincia Eclesiástica de Costa Rica.
Esta Eucaristía la ofrecemos especialmente por nuestros productores agropecuarios y demás áreas de la producción, para que tengan ánimo y esperanza en medio de la adversidad, y sigan proveyendo al país con el fruto de su esfuerzo. Y con mayor razón pedimos hoy por ellos, sobre todo en estos momentos de tensión social que les ha afectado grandemente para la venta y distribución de sus productos, perdiendo gran cantidad o la totalidad de ellos a causa de los bloqueos y manifestaciones en las vías.
Como tema propuesto para este sexto día, reflexionamos hoy sobre “Santa María de Nazaret” que resalta la presencia y misión de María al interno de la sagrada familia, o de la familia de este pueblo nazareno donde Jesús vivió y se desarrolló. La intimidad de este núcleo familiar en el cual, por el misterio de la encarnación, Jesús se insertó en una historia, en un pueblo y en una familia como núcleo básico y primario para todo ser humano, más todavía para un creyente, es de indispensable importancia y necesidad, pues la familia es Iglesia doméstica donde se recibe, desarrolla, madura y se vive la fe. La familia de Nazaret fue escuela de fe y amor para Jesús, María y José, y es modelo ejemplarizante para nosotros hoy en día.
A partir de los textos proclamados de la palabra de Dios, y mirando especialmente la presencia y testimonio de María, quisiera destacar los siguientes tres aspectos:
- Disponibilidad al plan de Dios: nos cuenta San Pablo, en la primera lectura de su carta a los gálatas, que “en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios nació de mujer”. Por ello, Jesús tomó nuestra carne, entró en nuestra historia, pueblo, cultura y costumbres. De verdad se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Y el instrumento, el medio y vehículo para que ello fuera posible fue precisamente la persona de María por su fe y confianza, por su sí y disponibilidad, por su apertura y docilidad al plan de Dios. El ser instrumentos disponibles en manos de Dios es la actitud que ha de caracterizarnos como creyentes, es decir, ponernos en manos de Dios -como el barro en manos del alfarero- para que el Señor cumpla su designio y su plan en y a través de nosotros, así como lo hizo en y con María para que naciera el Hijo de Dios.
- Obediencia a la voluntad de Dios: el evangelio de San Lucas nos narra la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén. María y José, como padres creyentes y familia de fe, cumplen con la Ley de Moisés de presentar y ofrecer a Jesús como primogénito a Dios. Es decir, son obedientes a la ley y a la voluntad de Dios; cumplen con lo que Dios pide; para ellos Dios es el primero, el absoluto, el importante, el infaltable, si queremos decirlo así. Esta visión y actitud la da el sentido de la fe, la experiencia religiosa y la relación con Dios, visión y experiencia que se vive desde una familia y desde la historia y las costumbres de un pueblo de fe como fue Israel, y como ha sido en nuestro caso Costa Rica. Sentido de fe, sustrato religioso, relación con Dios, obediencia a su voluntad como lo esencial y fundamental de la vida. Ante todo, la fe es respuesta en obediencia a la voluntad de Dios, y esto fue lo que caracterizó a María y a la familia de Nazaret.
- Humildad y sencillez: de esta virtud fundamental y preferida de Dios nos hablaba el salmo 130. “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”. Dice la Escritura que “Dios rechaza al soberbio y se complace en el humilde”. La humildad fue una de las tantas virtudes que caracterizaron a María. Ella fue la esclava del Señor, Dios miró la humillación de su sierva, ella se hizo pequeña para que el único Grande fuera alabado, bendecido y ensalzado. La humildad se traduce en capacidad de abajarse, de dejarse llevar y de ser dócil; y así fue y actuó María, para que en ella el Señor hiciera grandes maravillas. La humildad es terreno fértil para que Dios saque mucho fruto de los corazones sencillos como el de María.
Me parece hermanos, que estas tres virtudes y actitudes que hemos mencionado de María, es decir, la disponibilidad, la obediencia y la humildad, son todo un reto para nosotros como Iglesia hoy, especialmente para nuestras diócesis de Alajuela y Ciudad Quesada. Nuestra presencia y misión en la Iglesia y en nuestras diócesis no son cosa nuestra, no se trata de un proyecto humano, personal o grupal, sino de estar y trabajar en la viña del Señor como instrumentos y con estas tres actitudes y virtudes a semejanza de María. Ella tuvo muy claro que no era el centro, ni la protagonista; ni la primera o la más importante, sino todo lo contrario, tenía muy claro que era la sierva y la esclava disponible, obediente y humilde de Dios. Así debe ser nuestra actitud y acción en la Iglesia, para cumplir el plan y la voluntad de Dios, no nuestros planes ni deseos. María no se buscó a sí misma, sino que siempre buscó a Dios y su voluntad con disponibilidad, obediencia y humildad.
De igual modo, para nuestras iglesias domésticas, que son nuestras familias, las virtudes de la disponibilidad, la obediencia y la humildad nos ayudarán en mucho para la vivencia de nuestra fe, para vivir en la comunión y el amor, y para practicar el respeto mutuo y el servicio de unos a otros. Así como lo vivieron y practicaron Jesús, María y José en la familia de Nazaret.
Que animados por la Palabra que hemos escuchado, motivados por el ejemplo de María, y alimentados con la fuerza de la Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo, hijo de María, nos sintamos dispuestos a servir, amar y hacer el bien en la Iglesia, especialmente en nuestras diócesis, y podamos decir así, como nuestra Madre, “hágase en nosotros la voluntad de Dios”.