
Muy queridos hermanos y hermanas:
Con el salmo 117 exultamos y exclamamos hoy diciendo: “Este es el día del triunfo del Señor”. Cristo ha resucitado, el sepulcro está vacío, Aquél que estuvo clavado en la cruz y murió, está vivo. Este es el gran anuncio y la gran verdad que da totalmente sentido a nuestra fe. Con su resurrección, Cristo ha triunfado de la muerte, ha vencido el poder de las tinieblas, del dolor, de la angustia y del mal. Su presencia viva nos llena de profunda alegría, de un gozo indecible y de una esperanza firme, porque Él es el Dios con nosotros, que sigue actuando en el mundo, en la historia y en la vida de cada uno de nosotros. Dichosos nosotros, hombres y mujeres de fe, que tenemos la esperanza en el más allá, en el triunfo definitivo con Cristo Resucitado después de la muerte.
En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, Pedro anuncia el mensaje fundamental de la fe cristiana: Cristo está vivo, ha resucitado el que mataron colgándolo de un madero. La certeza de que el Señor vive y que salió del sepulcro es lo que sostuvo la fe de los primeros cristianos y nos sostiene hoy a nosotros. La presencia viva de Cristo transforma la vida de las personas, por ello, vemos cómo Pedro y los demás discípulos sintieron un impulso irresistible por anunciar y proclamar la verdad de la resurrección. Nosotros, hoy en día, estamos llamados también a proclamar que en Cristo resucitado está la vida, el perdón de los pecados y la esperanza de nuestra propia resurrección. Como fruto de la Pascua que hoy iniciamos, seamos testigos audaces y valientes de esta nueva vida que Cristo nos ha dado con su victoria sobre la muerte. Cristianos auténticos, decididos, convencidos, testimonios de verdad. Discípulos de Jesús que concretizan su fe en su vida de todos los días, en los hechos concretos de la vida social, cultural, política, económica, etc., la fe cristiana es un estilo nuevo de vida que ha de traducirse en testimonio y en compromisos concretos.
Como consecuencia de esta nueva vida, en la segunda lectura de San Pablo a los colosenses, el apóstol nos pide buscar las cosas de arriba, a dejar lo terreno, a superar nuestro afán de egoísmo y nuestro apego a las cosas pasajeras. Si hemos muerto al pecado con Él, hemos de estar abiertos a una vida nueva que se proyecta a la esperanza de entrar un día en su gloria. Por ello, no somos de este mundo ni estamos para este mundo, sino que estamos para el más allá.
En el evangelio de San Juan, la realidad del sepulcro vacío que primero encuentra María Magdalena y luego comprueban Pedro y Juan, es el anuncio del gran acontecimiento del poder de Dios que ha resucitado a su Hijo de entre los muertos. El sepulcro vacío es la afirmación de que el que había muerto ahora está vivo. Ellos vieron y creyeron, ahora sí entendieron que resucitaría al tercer día. Nosotros hemos recibido este anuncio y creemos también. Sólo la noche fue testigo de este acontecimiento maravilloso. Para nosotros, desde la fe, el sepulcro no fue el lugar donde estuvo muerto Jesús, sino el lugar del gran acontecimiento de la resurrección. Creemos y aceptamos el testimonio de los apóstoles y del evangelio para que en Cristo busquemos y encontremos la verdadera vida.
San Pablo afirma que, si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe no tendría sentido. Sería una fe en un Dios de muertos y no de vivos. Nuestra fe no es una fe de Viernes Santo, sino de Domingo de Pascua. Sin Cristo resucitado nuestra vida no tendría sentido, quedaría vacía y sin esperanza. Con su muerte y resurrección, hemos sido rescatados de la muerte eterna. Su muerte y resurrección es el precio que Dios ha pagado para que tengamos vida y vida eterna; para que hagamos pascua pasando de la oscuridad a la luz, del egoísmo al amor, del mal a la capacidad de hacer el bien. Por todo esto, alegrémonos y regocijémonos, demos gracias y alabemos al Señor. Sólo en Él está nuestra vida, nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestra paz.
Hermanos y hermanas, hoy es un día central y capital para nuestra fe cristiana, centrada en la resurrección de Cristo; pero es también un día muy importante y trascendental para nuestro país, a causa de la segunda ronda de elecciones que se está llevando a cabo. En este sentido, como pastor de la Iglesia, quiero compartir con ustedes dos resonancias que estimo necesarias e importantes en este momento:
1.- Los que ya han votado, en las primeras horas del día, han hecho muy bien delante de Dios, de la Iglesia y de la Patria; con ese gesto responsable han engrandecido al país, gracias por haberlo hecho, pues con ello han contribuido para su bienestar y desarrollo. Quienes todavía no han votado y lo pueden hacer, les pido que lo hagan como un deber cívico y moral a la vez; que lo hagan como un regalo maravilloso que todavía podemos hacer en paz y libertad; que voten para fortalecer la democracia que nos ha caracterizado y, en fin, que lo hagan para contribuir al bien integral de Costa Rica. No permitamos que otros decidan por nosotros, cada uno tiene su palabra y aporte que dar, su propia decisión que tomar.
2.- Lamentablemente, el país ha quedado muy herido, golpeado y dividido por una campaña política polarizada y encarnizada que ha generado enfrentamientos, conflictos y ofensas. Quede quien quede, elijamos a quien elijamos, en nombre de Dios y de la Iglesia, les pido que, a partir de esta misma noche, y principalmente de mañana, nos levantémonos con Cristo Resucitado para recuperar y alcanzar un ambiente nuevo y una experiencia renovadora de desarrollo para el país. Cristo nos levanta y nos restaura de actitudes de muerte como son el odio, la división, las ofensas y el egoísmo individualista y mezquino. Jesús, el hombre nuevo, nos levanta para reconciliarnos y unirnos, para congregarnos en el amor fraterno, para darnos su paz y su perdón, para darnos el impulso renovador de su Espíritu, a fin de contribuir -cada uno desde donde esté y con lo que hace- con el bien común de Costa Rica que nos atañe e importa a todos. Pongamos al servicio del país estos valores y principios cristianos que son parte esencial de nuestra fe. La fe ha de encarnarse y practicarse en las realidades concretas de nuestra vida.
Estamos celebrando la Eucaristía que es la prueba y la certeza de la presencia viva y continua del Señor resucitado. Él vive entre nosotros y nos sigue alimentando con su cuerpo glorioso y con su sangre preciosa para resucitar con Él el último día. Decía San Agustín que la Eucaristía es “signo de unidad y vínculo de caridad”. Que Cristo Resucitado nos regale a todos, sobre todo a este país que le ama y sigue, los dones de la reconciliación, la unidad, la paz y la concordia. Que nos conceda un futuro de bienestar y justicia para el bien de todos los que Dios ama y le aman a Él.
Aleluya, aleluya. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya. Amén.