
Iniciamos hoy la Semana Santa, en la cual celebramos los misterios centrales de nuestra fe cristiana, y semana crucial también para el futuro de nuestro país, en vista de la segunda ronda de elecciones del próximo domingo. Comenzamos esta Semana Mayor con la conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén. El Señor entra como siervo obediente a sufrir la pasión y a pasar por la muerte para darnos nueva vida con su resurrección.
Entra el Señor manso y humilde, montado en un borrico, es aclamado con ramos y palmas como aquel que viene en nombre del Señor, como Mesías, Salvador e Hijo de Dios. Los ramos, las palmas y las flores de hoy, nos recuerdan el triunfo glorioso de Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte. Nos recuerdan la victoria de Cristo en la Pascua y nos piden aclamarlo y adorarlo como Rey y Señor de nuestras vidas. Estamos llamados a proclamar y vivir el señorío de Cristo en nuestra propia vida. Y hoy pedimos, especialmente, que Jesucristo siga reinando en Costa Rica -nación cristiana de fe- con su amor, su paz y su justicia.
Isaías, en la primera lectura, nos presenta al siervo de Dios que sufre el oprobio, la humillación y el desprecio. Pero es aquel que pone su confianza en Dios: “El Señor me ayuda, sabía que no quedaría defraudado”. Este siervo que anuncia Isaías es Cristo que en su pasión fue apaleado y que recibió ultrajes, salivazos y humillaciones. También, hoy en día, los cristianos -en razón de nuestra fe- podemos recibir rechazos y desprecios, pero nos mantenemos firmes en el Señor que nos fortalece por su gloriosa pasión. Cristo es el siervo de Dios que muere en la cruz por nuestra salvación. Asume todo esto por ustedes y por mí ¡Qué locura y extremo de amor!
En la segunda lectura de San Pablo a los filipenses, se nos hace ver que Jesús, con su pasión y muerte, se rebajó, se despojó de su condición divina y pasó por uno de tantos. Se humilló al extremo, se hizo esclavo y obediente hasta la ignominiosa muerte de cruz. La humildad será siempre el camino cristiano, nunca el orgullo, la fuerza, el poder o el odio, que muchas veces quieren sacar de en medio el mensaje y la experiencia del amor, la misericordia y el perdón, valores propios de la fe cristiana.
El impresionante relato de la pasión, según San Marcos, que hemos escuchado, nos presenta paso a paso, momento a momento, la experiencia dolorosa y dramática del abandono, del rechazo, la humillación, la traición, la condena, la cruz y la muerte de Jesús que ha sufrido como varón de dolores. El evangelista nos presenta a este siervo sufriente como el Hijo de Dios, no es un hombre cualquiera, es el Hijo de Dios. Ante la pasión, vemos actitudes contrastantes y desconcertantes: la traición de Judas, el abandono de los apóstoles que dejan solo al Señor, la negación de Pedro y su arrepentimiento, el rechazo de la misma gente que lo había aclamado un día como hoy, la cobardía de Pilato, la ayuda del Cireneo, la compañía de las mujeres en el calvario y la fe del centurión que reconoce a Jesús como Hijo de Dios. Todo esto es expresión del amor más grande, inimaginable, extremo e infinito de Dios por nosotros. El amor de Dios es siempre fiel y total. Por el contrario, el amor humano es egoísta, interesado, calculador, engañoso y muchas veces infiel. Los hombres nos podrán mentir, fallar y engañar, pero el amor de Dios es siempre uno y fiel para con nosotros.
Hemos rezado con el salmo 21 que se aplica hoy -de manera extraordinaria- a Jesús en su pasión y muerte. No reclama el abandono del Padre, sino que asume la muerte orando y confiando, en total abandono a la voluntad de Dios que lo fortalece y consuela para consumar su plan de amor y salvación.
Entramos en la semana más importante para nuestra fe cristiana. La semana de los más grandes misterios de la salvación, la semana en que ha quedado patente el amor más grande del mundo. Hermanos y hermanas, los invito a que la vivamos acompañados de dos actitudes fundamentales:
- Contemplemos y profundicemos este misterio de amor infinito de Aquel que se humilló, pasó por la pasión y la muerte por nuestra salvación. Pensemos cuánto valemos para Dios, qué precio ha pagado por nosotros. Cuánto vale para Dios la vida, la familia, la comunidad y la actividad de cada uno de nosotros en la Iglesia y en la sociedad. Cristo se ha entregado por nosotros para que tengamos vida nueva y que podamos superar el odio, la violencia y la muerte con actitudes de amor y misericordia. Esta es la propuesta del camino y de los valores cristianos, muy distinta a aquellas vías, ideas o propuestas que prescinden de la fe, la religión y los valores éticos, morales y espirituales.
- Acompañemos y vivamos muy unidos a Jesús durante estos días. Meditemos, oremos en un clima de recogimiento, espiritualidad, reflexión, austeridad y unión familiar, pero, sobre todo, hagamos pascua: pasemos de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del egoísmo al amor, del hombre viejo al hombre nuevo. Tengamos los mismos sentimientos de Cristo que obedeció, se humilló y se entregó. Pidamos especialmente, en esta Semana Santa, por el futuro de nuestro país. Que ejerciendo nuestro derecho y deber al voto, sigamos fortaleciendo la democracia de este país que siempre ha tenido a Dios por delante. Así, podremos seguir viviendo en paz, justicia, equidad, armonía, respeto y auténtica tolerancia, cimentados en estos valores que surgen y son expresión genuina de nuestra fe cristiana.
La Eucaristía que estamos celebrando nos ayude a entrar en el espíritu propio de estos días santos, para que unidos a Cristo hagamos experiencia de este amor supremo y extremo que se ha entregado por nosotros hasta la muerte por nuestra salvación.
Amén.
Monseñor José Manuel Garita Herrera
Obispo de Ciudad Quesada