El amor nunca hace el mal

XXX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

Sábado 24 y Domingo 25 de octubre 2020,

San Rafael Arcángel, Muelle (Filial Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, sábado 6:00 p.m.) y Parroquia El Pavón (domingo 10:00 a.m.).

Hermanos todos en el Señor:

En el contexto del trigésimo domingo del tiempo ordinario, evocamos y celebramos a San Rafael, arcángel, patrono de esta comunidad. Agradezco a los sacerdotes la atención y acompañamiento pastoral de esta comunidad, y les felicito a ustedes por celebrar a su santo patrono, en un momento de gracia para renovar y avivar la experiencia de fe de cada uno de ustedes, así como también el compromiso con el Señor y con la Iglesia, pues nuestra vida cristiana es adhesión concreta a los valores en que creemos y respuesta efectiva a las situaciones y circunstancias que vivimos cada día y cada momento, sobre todo en este difícil año a causa de la crisis pandémica que estamos pasando. Pero el Señor nos precede y siempre nos habla en cada momento y situación de nuestra vida.

Por ello, hoy la palabra de Dios y el ejemplo de San Rafael salen a nuestro encuentro para animarnos e impulsarnos en este camino y compromiso de fe que, desde el mensaje de hoy, se traduce y concretiza en la práctica del bien y la vivencia del amor. Precisamente, hoy la Palabra nos ha hablado de amor, amar, ser amados, hacer el bien. Esta es una experiencia humana fundamental, pero, al mismo tiempo, es el centro y el alma de nuestra vida cristiana. En este sentido, decía el gran San Bernardo: “Hemos sido hechos por amor, hemos sido creados para amar”.

Amor no es simplemente un vago sentimiento o un estado de ánimo pasajero o dulzón. Amor es algo mucho más y más profundo, es la relación con un tú o con un nosotros; es la capacidad de hacer el bien, nunca el mal; es la capacidad no solo de dar, sino de darse que es más profundo y concreto. Amor es solidaridad, comprensión, misericordia, perdón, hacer y practicar obras buenas. Como espíritu bueno y como uno de los grandes arcángeles en la presencia de Dios, Rafael, medicina de Dios, hizo el bien, tuvo una misión de amor, hizo patente la bondad, la cercanía, el cuidado y la providencia de Dios. Todo esto nos habla de hacer el bien y de amar; por ello, los ángeles y arcángeles nos acercan y nos muestran más visiblemente el amor de Dios, que es el sumo Bien y la excelsa Bondad, porque su esencia es el amor, el amar.

Como hemos dicho, el amor nunca hace el mal. Por ello, la primera lectura del libro del Éxodo deja patente lo que manda el Señor a Israel, y nos pide hoy a nosotros: no hacer sufrir, no oprimir, no explotar ni practicar la usura con el forastero, el huérfano y la viuda, entiéndase con los más pobres y necesitados, pero diríamos también que no hacer nada de esto con nadie. Mal a nadie, bien y amor a todos. De ello se trata.

Este deseo del Señor en la primera lectura, el evangelio de Mateo lo lleva al punto máximo y al extremo. Jesús, ante la pregunta del doctor de la ley sobre cuál era el mandamiento más grande, responde de manera original y novedosa: amor a Dios y amor a los hermanos. Dos mandamientos que en el fondo se convierten en uno, que están juntos, no puede ser uno sin el otro, son inseparables. Para Jesús, y acá está su originalidad y novedad, no se puede amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano a quien sí vemos, como dice el apóstol San Juan en su primera carta. Por más mandamientos, prácticas, devociones y cosas buenas que hagamos o practiquemos, lo más importante y lo que en definitiva cuenta es el amor. Un amor real, concreto, visible, con hechos y obras de bien.

También diríamos que el Señor explica el alcance y la medida del amor: a Dios que es el Absoluto, hay que amarlo con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser. Y al prójimo, al hermano, la medida es amarlo de igual forma como nos amamos a nosotros mismos. Pensemos cuánto nos amamos a nosotros mismos, pues así deberíamos amar al prójimo. Definitivamente es original, novedosa, exigente la enseñanza de Jesús. En este sentido, otro grande, San Agustín, decía: “Mi peso y mi medida es el amor”. Allí está: el centro, el alma de la vida cristiana es el amor, el bien.

La segunda lectura de la carta primera de San Pablo a los tesalonicenses nos da el ejemplo vivo del apóstol y de la comunidad de Tesalónica. Ellos en la comunidad aprendieron el bien de parte de Pablo, y también practicaron ese mismo bien para con otros. Pablo les recuerda claramente: “Bien saben cómo hemos actuado entre ustedes para su bien”. Allí está el objetivo: dar ejemplo, hacer el bien, amar, ser testimonio de bien y amor para que también otros se vean beneficiados y lo practiquen.

Termino con una resonancia sobre San Rafael arcángel. Su función, misión y acción fue precisamente buscar y hacer el bien, poner de manifiesto en obras concretas el amor por parte de Dios. Sabemos que acompañó y cuidó al joven Tobías en su viaje a Media; libró de la influencia del demonio a Sara; después de ello, hizo posible el matrimonio de Tobías y Sara, y finalmente curó de su ceguera a Tobit, padre de Tobías. Está claro: todas obras de bien, obras de misericordia, obras de amor. Justo lo que nos enseña la Palabra de Dios de este domingo como centro y alma de toda nuestra vida cristiana, como el primero y el más grande mandamiento de todos.

Los Hechos de los apóstoles resumían admirablemente la vida y misión de Jesús diciendo que Él “pasó por este mundo haciendo el bien”. Hermanos, allí está la meta y el ideal, ese es el objetivo y la tarea, esa es la esencia y el alma de nuestro ser y quehacer cristiano: hacer el bien y amar. Está clara la lección del mensaje de hoy y el testimonio de San Rafael arcángel. Ahora nos toca a nosotros asumir, vivir y practicar esto en el momento y las circunstancias actuales que cada uno de nosotros vivimos. Y tenemos la oportunidad para ello siempre, pero especialmente ahora, en este tiempo y año de pandemia que tanta dificultad y daño nos ha traído, especialmente a los hermanos más vulnerables y necesitados. Allí está la oportunidad, el momento y las personas para que pongamos en práctica cuanto nos ha enseñado hoy la Palabra y el ejemplo que hemos recibido de San Rafael.

Sabemos que nos cuesta mucho llevar todo esto a la práctica. Pero igualmente sabemos y creemos que la Eucaristía es fuente y escuela del amor. En ella Cristo hace la entrega total de amor por nosotros a través de su cuerpo y de su sangre. Bien decía el mismo Señor: “No hay amor más grande que dar la vida por aquellos que se ama”. Es lo que hace Jesús por nosotros en cada Eucaristía; de aquí brota como de una fuente este amor divino e infinito. Y también la Eucaristía es escuela de amor, pues en ella aprendemos a amar al estilo de Jesús, nos alimentamos, recibimos la fuerza y el impulso para vivir amando y haciendo el bien. Esta es nuestra vocación, nuestra tarea y nuestro fin. Vayamos y hagámoslo vida.