“Eso es la Iglesia: comunidad de servidores en el amor a semejanza del Señor que no ha venido a ser servido, sino a servir”

Santa Misa Crismal,

Jueves Santo, 9 de abril 2020,

Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.

A causa de la pandemia que nos aqueja y del estado de emergencia en que estamos, lamentablemente, esta Catedral no cuenta hoy con una presencia numerosa del pueblo sacerdotal que es la Iglesia, en particular de nuestra diócesis. Por ello, quiero enviar un saludo afectuoso a todos los fieles cristianos de nuestra diócesis, es decir, a los fieles laicos y a los sacerdotes que están en comunión y sintonía con nosotros gracias a las facilidades de la tecnología. Agradezco la presencia, acá en Catedral, de diversos representantes de este pueblo santo y sacerdotal que es nuestra Iglesia Particular.

Esta celebración se denomina Misa Crismal porque en ella se consagra el santo crisma que se utilizará en los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, asimismo en la dedicación de iglesias y altares. El santo crisma se mezclará con aromas especiales para significar los dones del Espíritu que lo consagran, y el olor a Cristo que testimonialmente hemos de expedir sus discípulos. Al mismo tiempo, se bendicen los óleos de los catecúmenos, para el bautismo, y de los enfermos para confortar y animar a los que padecen enfermedad. Se trata de un ejercicio muy significativo y profundo de la función santificadora de la Iglesia, a través del ministerio del obispo. Esta Eucaristía única y particular está en función de la Pascua y del bien espiritual de todo el pueblo sacerdotal conformado por los bautizados.

Al mismo tiempo, la Misa Crismal tiene como acento principal de significación y contenido la celebración del único sacerdocio de Jesucristo que se perpetúa en la Iglesia, dígase, sacerdocio común y ministerial. Todos los bautizados somos partícipes del sacerdocio común, y del sacerdocio ministerial participamos aquellos sellados por el sacramento del orden. Según lo enseña el Concilio Vaticano II, entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial no solo hay diferencia de grado, sino también en esencia (cfr. L.G. 10). Valga recordar que sacerdote es sinónimo de servidor, es decir, aquel que es capaz de hacer el bien, de amar y dar la vida. A ello estamos todos llamados en la Iglesia, y de manera particular los ordenados que actuamos en la persona misma de Cristo.

Siento, queridos hermanos, que los textos proclamados de la Palabra de Dios nos transmiten los siguientes acentos y enseñanzas:

1. En la Iglesia somos profetas:

La primera lectura nos ha narrado la vocación del gran profeta Isaías. Elegido y enviado a proclamar un mensaje de esperanza, a ser mensajero de buenas noticias, a llevar consuelo y perdón de parte de Dios. Por el bautismo y también por el orden, el creyente ha de hablar en nombre de Dios, ser capaz de transmitir su mensaje, su buena noticia. Y lo hace con la fuerza y gracia de Dios que nos ha elegido. Por ello, en este sentido, hemos de decir como el profeta: “El Señor me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena noticia”. Como discípulos de Jesús, el Ungido del Padre, a todos en la Iglesia se nos ha encomendado esta tarea de ser profetas, de evangelizar y anunciar el mensaje de Dios, de llevar la buena noticia de la salvación siempre, pero especialmente en estos momentos de prueba, enfermedad y muerte. Seamos profetas de esperanza, de consuelo, amor y misericordia de Dios, nunca profetas de calamidades. Tengamos la convicción y el coraje de hablar en nombre de Dios.

2. En la Iglesia somos un reino de sacerdotes:

Así lo hemos dicho anteriormente, pero la segunda lectura del libro del Apocalipsis lo ha puesto de manifiesto de forma elocuente. Su autor presenta a Jesucristo como el soberano universal que ha constituido un reino nuevo por su sacrificio en la cruz, y, por ello, “ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre”. Eso es la Iglesia: pueblo sacerdotal y nación santa; comunidad de servidores en el amor a semejanza del Señor que no ha venido a ser servido, sino a servir. Ser sacerdotes es ser servidores, servidores capaces de una entrega generosa y con capacidad incluso de dar la vida, más allá de vanas palabras y simples sentimientos.

3. En la Iglesia somos ungidos:

La escena de San Lucas, que presenta Jesús en la sinagoga de Nazaret, sintetiza y proyecta en qué consiste su ministerio. Retomando el texto de Isaías, el Señor se presenta como Mesías, como el Ungido de Dios, por ello afirma: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”, y explicita para qué: para anunciar la buena noticia del evangelio que es salvación, para consolar, liberar, perdonar y anunciar el año de gracia del Señor. La misión del Ungido por excelencia, Jesús, es comunicar vida nueva, la vida de Dios, vida en abundancia y, en particular, vida eterna, pues Él ha venido a salvarnos y redimirnos. Esta es la misión de la Iglesia, conformada por los ungidos en virtud del bautismo y del orden: anunciar y dar testimonio del evangelio, comunicar la vida de Dios al mundo, colaborar con hacer presente el Reino de Dios ahora mismo y anunciar el Reino futuro del cielo. Puesto que la misión de la Iglesia es eminentemente salvífica y espiritual, el Señor nos ha ungido con el sello de su Espíritu para cumplir esta misión de la Iglesia que es sacramento de salvación. A la luz de esta verdad fundamental, queda claro entonces que, configurados con Cristo, hemos sido ungidos para ser profetas y sacerdotes.

En esta Misa que celebra el único sacerdocio de Jesucristo, que se perpetúa en el sacerdocio común y ministerial, el prefacio de esta celebración nos resume admirablemente este misterio tan propio del Jueves Santo. Rezaremos más adelante diciendo que “Cristo no sólo confiere la dignidad del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que, con especial predilección, elige a algunos de entre los hermanos, y mediante la imposición de las manos, los hace partícipes de su ministerio de salvación”. Hoy, estos elegidos, los presbíteros, renovarán enseguida las promesas que hicieron el día de su ordenación. Por las presentes circunstancias de emergencia, los sacerdotes, presentes acá en Catedral, renovarán en nombre de los demás presbíteros de la diócesis estas promesas. Pedimos hoy, especialmente, por nuestros sacerdotes, que actúan y sirven en la persona misma de Jesucristo, para que, como dice también el prefacio de la Misa “renueven el sacrificio redentor, preparen para tus hijos el banquete pascual, fomenten la caridad en tu pueblo santo, lo alimenten con la Palabra, lo fortifiquen con los sacramentos, y, consagrando su vida a ti y a la salvación de los hermanos, se esfuercen por reproducir en sí mismos la imagen de Cristo y te den un constante testimonio de fidelidad y de amor”.

Bellísima oración de este prefacio que resume la particularidad del sacerdocio ministerial, y que nos hace ver cuán necesarios son los sacerdotes y cuánto bien hacen en la Iglesia y en el mundo. Por ello, hoy no solo pedimos que el Señor siga dando a su Iglesia los sacerdotes que ella necesita – especialmente para nuestra diócesis y como fruto de su 25 aniversario- sino también que les conceda ser lo que son, es decir, imagen viva de Cristo, para lo cual han de ser fieles y santos en su ministerio. Hermanos, en medio de esta pandemia, hemos visto testimonios vivos y elocuentes de sacerdotes que sirven, acompañan, consuelan e incluso dan su vida literalmente por los que más sufren y han muerto también. Se es sacerdote siempre y hasta dar la vida.

En estos momentos y circunstancias, en los cuales la Iglesia sufre con el mundo entero a causa del mal que nos aqueja, pidamos fervientemente al Señor que nos anime, que nos fortalezca e impulse con la fuerza de su Espíritu que nos ha ungido, para ser una Iglesia, una comunidad sacerdotal en el servicio de todos, pero especialmente de los que más sufren y necesitan. Para ello, el Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo el Ungido y el Señor, nos entrega su cuerpo y su sangre en la Eucaristía a fin de tener la fuerza y el impulso para amar, servir y entregar nuestra vida también.

Mons. José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada