
Jubileo diocesano para las familias,
Domingo 23 de agosto 2020, Tiempo Ordinario XXI, Catedral de Ciudad Quesada, 11:00 a.m.
Queridas familias, hermanos todos en el Señor, presentes acá en Catedral y quienes están unidos a nosotros a través de Radio Santa Clara:
En el contexto del año jubilar diocesano, con motivo del 25 aniversario de la creación de la diócesis, y especialmente en este mes de agosto dedicado en Costa Rica a la familia, celebramos hoy este jubileo para las familias de la diócesis pidiendo de manera particular al Señor por cada una de ellas, por sus intenciones, necesidades, dificultades, ilusiones y esperanzas. Dios, que al interno de sí mismo es familia de personas unidas en el amor, conserve en su santo amor a nuestras familias, les dé la fuerza de su gracia para que vivan según el proyecto original de Dios para con ellas, y les conceda la fuerza y el impulso renovado que necesitan para cumplir su bella y noble misión en la Iglesia y en el mundo.
Celebramos este jubileo de las familias en el XXI domingo del tiempo ordinario, y me parece que el tema o mensaje de la palabra de Dios proclamada nos habla de la fe y de la Iglesia. En este sentido, considero providencial para este jubileo esta enseñanza pues, hablando hoy de y celebrando a la familia, la Iglesia se nos presenta, ante todo, como familia de fe compuesta por los bautizados que la conformamos como cuerpo visible. La Iglesia es familia de fe también, porque ella es esencialmente misterio de comunión y sacramento de la unidad íntima de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; es decir, la Iglesia es comunión de personas en una misma fe, esperanza y caridad; ella es signo visible de unión entre Dios y los hombres, como nos enseña el Concilio Vaticano II.
Destaca en el evangelio de Mateo la pregunta de Jesús a sus discípulos sobre quién dice la gente que es Él, y más precisamente les interroga sobre qué piensan y dicen ellos (los discípulos) sobre Jesús. El Señor está haciendo un sondeo acerca de la fe, cuál es nuestra postura o actitud frente a la persona, el mensaje y la propuesta de vida de Jesús. A nosotros, como Iglesia y familia de fe, se nos pide nuestra respuesta personal, familiar y comunitaria frente a Jesús. La confesión que hace Pedro de Jesús como el Mesías e Hijo de Dios nos ilumina e interpela como Iglesia, familia y comunidad de fe. Asimismo, Pedro es constituido por Jesús como roca, fundamento y base de esta comunidad y familia eclesial que somos nosotros, le ha dado la autoridad, la llave para conducir la familia y comunidad eclesial. Por consiguiente, la misión de Pedro y sus sucesores, hoy del Papa Francisco, es confirmarnos en la fe que hemos recibido de Jesús y ser fieles a su designio y mensaje.
Miremos e insistamos en este punto capital. La familia es Iglesia doméstica, es decir, pequeña comunidad eclesial, ámbito original y primario desde donde se transmite, se vive y testimonia la fe. La familia ha sido pensada y querida por Dios desde su plan salvífico y amoroso para vivir la comunión en el amor, para vivir y testimoniar la fe. Cuánto podrían inspirar e impulsar nuestras familias cristianas a la comunidad eclesial en general en esta tarea y misión que nos atañe a todos los bautizados. Cuán viva, dinámica y comprometida sería la Iglesia universal, diocesana y parroquial desde el testimonio e impulso de las familias cristianas como verdaderas y vivas Iglesias domésticas.
Para ser fieles a la fe que hemos recibido, para dar testimonio vivo de esa misma fe, en las realidades que vivimos, y para ser como Iglesia una auténtica familia de fe, cuánto necesitamos de la sabiduría, de la ciencia y del pensamiento de Dios, como decía San Pablo en la segunda lectura de su carta a los romanos. Digámoslo más claro, la Iglesia y la familia no son un invento humano, no son un fenómeno simplemente social o sociológico. La Iglesia y la familia son expresión del designio de Dios, son voluntad y proyecto suyo, por eso hemos de mirarlas desde la fe, con la sabiduría y el pensamiento de Dios.
La primera lectura de Isaías y el evangelio de Mateo nos presentaban la imagen de la llave. Llave de Dios a Eliacín para cuidar el palacio y la casa de David. Llave de Jesús a Pedro del Reino de los cielos para atar y desatar, para servir y cuidar de la comunidad y familia eclesial, nueva casa de David. Por ello, la familia es la llave para que la sociedad crezca y se desarrolle integralmente, pues es su base fundamental y necesaria. La familia es la llave para recibir y vivir primariamente la fe; es la llave para entrar en el misterio de comunión de personas a través del amor; es llave para recibir los dones de Dios. Llave, en fin, para vivir ya como familia de Dios en la Iglesia y, en definitiva, para entrar algún día en el cielo, en la gloria del Dios que es familia en el amor perfecto y eterno. Este es el camino, esta es la meta, este es el proyecto de Dios para con su Iglesia que es familia de fe y es también la misión de cada una de nuestras familias cristianas.
De frente a esta enseñanza y a esta realidad de lo que ha querido Dios que sea la familia de la Iglesia y cada una de nuestras familias cristianas, aprovecho esta ocasión del jubileo para expresar y compartir los siguientes desafíos que, entre muchos otros, me parece tiene la familia en el momento actual:
1.- Ser lo que es: Decía San Juan Pablo II en Familiaris consortio 17: “Familia, sé lo que eres. En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no solo su identidad, sino también su misión, lo que puede y debe hacer”. En este número, el Papa explica entonces que la vocación y misión de la familia brota de Dios, que su esencia es ser comunidad de vida y amor, a semejanza de Dios; y que su vocación consiste entonces en “custodiar, revelar y comunicar el amor de Dios”. La familia debe ser y hacer lo que Dios ha querido desde su designio de amor. Por tanto, la familia no es un invento humano o un fenómeno sociológico, sino un proyecto de vida para las personas en el amor que brota de la voluntad de Dios.
2.- Compromiso de fe al interno de sí misma: Lo primero es que la familia sea comunidad de personas en el amor y, en ese contexto, vivir y testimoniar la fe como el primer ámbito en el cual se recibe y practica la misma. Este es el compromiso esencial como bautizados e hijos de Dios. Los padres se comprometieron formalmente, el día del bautismo de sus hijos, a educarlos, formarlos y acompañarlos en la fe, a través de la palabra, pero, sobre todo, por medio del ejemplo y del testimonio, pues, ante todo, la fe es vida.
3.- Testimonio con alegría y valentía: Como acabo de decir, la fe es experiencia, vida y testimonio, pero no se trata de un testimonio cualquiera, común y corriente. Lo más grande que nos ha ocurrido es recibir la fe y conocer al Señor, por ello, el testimonio que hemos de dar de lo que creemos y vivimos ha de ser con claridad y valentía, no a medias y con miedo. Debe ser con alegría y generosidad, convencidos de lo que creemos y practicamos, con alegría, gozo, esperanza y generosidad, pues el Evangelio es Buena Noticia y fuente siempre de alegría.
4.- Animar la comunidad parroquial, diocesana y eclesial: Como primera comunidad de fe, la familia ha de ser fermento en la masa, luz del mundo y sal de la tierra; ha de ser impulso y ánimo. Por ello, en mi última carta pastoral “Somos piedras vivas”, en el undécimo reto que planteo, concretamente en los números del 81 al 85, pido “Acompañar la familia desde todas las iniciativas pastorales presentes en la diócesis”. Es decir, la pastoral de la familia no es una pastoral más, sino un eje que atraviesa toda la pastoral; una realidad y experiencia que está presente en todos los ámbitos pastorales de los que se ocupa la Iglesia. Así, la familia será fuente de impulso y renovación misionera y evangelizadora para la diócesis, la parroquia y la Iglesia en general.
5.- Fidelidad a la Iglesia: Decíamos antes que Jesús le confía a Pedro su Iglesia y las llaves del Reino. Le confía este encargo para que sea fiel a la enseñanza del Señor, para que confirme en la fe a los hermanos, para que cuide y vele por la familia y comunidad eclesial. Se trata de un compromiso de fidelidad y honestidad con la enseñanza que nos ha confiado Jesús. La familia, para ser comunidad de fe e Iglesia doméstica, para ser impulso evangelizador y misionero, ha de ser fiel a la enseñanza del Señor y de la Iglesia. Agradezco a las familias que así piensan y actúan, pero me preocupa que no pocas personas que se dicen católicas “comulgan” con ideas contrarias al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia sobre temas como vida, familia, matrimonio, doctrina social, entre otros.
Hermanos, la Eucaristía es ante todo acción de gracias. Por ello, damos gracias a Dios por el don y el regalo de nuestras familias; pero, al mismo tiempo, pedimos al Señor que el alimento de la Eucaristía, que es fuerza e impulso, ayude a nuestras familias a cumplir su misión y vocación desde el proyecto que Dios ha querido para ellas desde siempre. Sigamos trabajando por nuestras familias, desde el seno de ellas mismas, desde todos los ámbitos de la Iglesia y desde todos los sectores de la sociedad. El Señor bendiga y proteja, hoy y siempre, a nuestras familias.