
I Carta Pastoral
Carta Pastoral sobre la Esperanza
Romanos 5, 5
Queridos hermanos y hermanas:
“La esperanza no defrauda” (Rom. 5,5). Al inicio del nuevo año 2015, año del XX aniversario de la creación de nuestra diócesis, por el entonces Pontífice, hoy santo, Juan Pablo II, por medio de la Bula “Maiori christifidelium bono” (25-VII-1995), he querido acercarme a todos ustedes, a sus hogares, lugares de trabajo y comunidades cristianas, transcurridos los primeros meses desde que me fue confiado el servicio pastoral como Obispo diocesano. Mi palabra quiere ser una palabra de esperanza, la palabra de un cristiano que con ustedes hace el camino de la fe y desea serviles como pastor, padre, hermano y amigo.
1.- Invitados a la esperanza:
Agradezco al Señor las experiencias vividas durante estos primeros meses en la diócesis. Tanto la acogida que me han brindado y el afecto que me han demostrado en los encuentros con parroquias, grupos, personas e instituciones, me han permitido asumir con alegría y confianza este delicado servicio del episcopado, a mí confiado por el Santo Padre Francisco, quien hablando de la esperanza nos dice: “La esperanza cristiana no es sencillamente un deseo, un auspicio, no es optimismo: para un cristiano la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada de la realización última y definitiva de un misterio, el misterio del amor de Dios, en quien hemos renacido y en quien ya vivimos” (Audiencia 15-10-2014). Con el paso de los meses, he empezado a conocer la realidad de nuestra joven diócesis y, aunque siempre hay elementos difíciles, experiencias dolorosas y hasta angustiantes como la pobreza, el desempleo, la violencia, el creciente clima de indiferencia religiosa, la inmigración, la inseguridad, problemas como los que se viven en la familia al hablar de desintegración, o de la necesidad de incrementar las relaciones interpersonales entre padres e hijos, o los que nacen de los ataques contra la vida y la persona humana; no obstante y pese a estas situaciones difíciles, sin duda son más los signos de esperanza que nos traen luz y confianza. Todo ello nos hace confiar y esperar en el Señor.
Por esto, precisamente, he querido que esta carta se publicara todavía en el ambiente festivo en el que la liturgia nos ha introducido desde la noche santa de la Navidad. La belleza de la fe, celebrada estos días desde el gozo de la Navidad, fiesta de luz y alegría por el misterio de la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, es una gran catequesis sobre la esperanza. El Emmanuel es nuestra verdadera esperanza. Él es nuestra fuente de alegría y paz. Por eso, somos testigos de una esperanza tal que puede transformar la oscuridad en luz, como ha ocurrido en la noche de la Navidad, que se ha visto transformada en día con la luz que, bajando del cielo, ha envuelto a los pastores disipando las tinieblas y el temor.
Somos hombres y mujeres de esperanza. “Hemos sido salvados por la esperanza” (Rom. 8,24). Nadie nos puede arrebatar esta certeza. Ningún signo de muerte es mayor que el Dios de la Vida que nos ha salvado por la esperanza. Optar por la esperanza es entrar en el horizonte de la confianza y dejarse transformar por la fuerza del amor de Jesucristo, que es más fuerte que la muerte y el mal. Es la esperanza la que nos pone en el camino de la fe y la que nos renueva cuando el desaliento o el pesimismo nos quieren impedir caminar. El cristiano no es un hombre o una mujer sin esperanza, al contrario, es gestor de fraternidad y solidaridad porque tiene una razón por la cual vivir y luchar, y esa razón es el Señor.
2.- El plan pastoral diocesano y el espíritu de comunión eclesial:
Quisiera, queridos hermanos y hermanas, que el espíritu con que asumiéramos nuestro proyecto pastoral, hacia el cual nos dirigimos, sea un espíritu de auténtica comunión fraterna que tenga su origen en la esperanza. No demos espacio al individualismo, al egoísmo y al pesimismo, no escuchemos las voces de quienes -como falsos profetas- anuncian calamidades que no tienen otro sendero más que el de la división, el miedo o el desaliento. La esperanza nos tiene que renovar en la conciencia de pertenencia a una realidad eclesial concreta: la diócesis, y a un compromiso bautismal permanente que tiene como meta la conversión y la santidad. Estamos en camino desde que en la fuente bautismal la Iglesia, nuestra Madre, nos ha regalado la gracia inmensa, la mayor de todas, la de hacernos hijos adoptivos de Dios, y nos ha hecho parte suya, de esta Iglesia, comunidad creyente por la fe y la caridad. Es la esperanza la que anima nuestro camino. Es ella la que nos impide olvidar la meta que nos aguarda. Y para llegar a ella, debemos avanzar apostando por la comunión y favoreciendo todo lo que nos ayuda a ser una comunidad, signo-sacramento, de verdadera caridad de la que nace la unidad. Solamente desde el testimonio de unidad que ofrezcamos como Iglesia diocesana, seremos un signo creíble ante un mundo cansado de divisiones y ambigüedades.
3.- Apostar por la comunión es hacer una opción por el Evangelio y por los valores del Reino de Dios:
La comunión eclesial es una gracia, pero es también un proyecto. Una gracia que recibimos al ser engendrados a una nueva vida por el Bautismo, que nos ha hecho Iglesia. Y también es un proyecto que nos exige discernimiento, oración, escucha, confrontación, perdón, reconciliación y diálogo. Solamente desde un clima de oración, se puede establecer un espacio de encuentro sereno, sincero y fraterno desde la verdad y la caridad que nos ofrece el Señor. Y es en este clima de hermanos donde florecen los verdaderos valores que hacen a la Iglesia creíble. Creíble en sus pastores, hombres de Dios al servicio de la comunidad cristiana. Creíble en las personas consagradas que viven la pasión por el Evangelio. Creíble en sus laicos, testigos incondicionales de la fuerza transformadora que lleva a cabo el Espíritu. Creíble en sus instituciones y servicios a la persona y a la vida humana. Es necesario, por tanto, que pastores y laicos tomemos conciencia de nuestro propio lugar en la edificación de la Iglesia, de nuestra Iglesia particular, que es la diócesis. Tener conciencia quiere decir asumir la propia vocación como servicio y desde una generosa actitud de disposición colaborar en la búsqueda, ante todo, del “reino de Dios y su justicia” (Mt. 6,33). La diócesis la construimos todos, es el proyecto común en el que todos hemos de dar lo mejor de nosotros mismos, no escondiendo el talento, sino haciéndolo fructificar. Es por ello de suma importancia que las opciones pastorales de la diócesis sean asumidas por todos nosotros como tarea prioritaria, y que los grandes retos a los que deseamos responder desde el Evangelio sean conocidos e integrados en las acciones pastorales de todas las parroquias de la diócesis.
4.- Nuestra diócesis: una Iglesia en salida:
Los signos de los tiempos, leídos desde el magisterio del Papa Francisco, nos ponen delante una nueva manera de concebir la Iglesia, como una Iglesia en salida que tiene que provocar la cultura del encuentro, la revolución de la ternura y el contacto con la experiencia de la misericordia de la que ella misma es destinataria. No podemos esperar que los demás vengan a nosotros, tenemos que ir al encuentro de ellos allí donde están y viven, allí en la realidad de las periferias existenciales, como nos pide el Papa.
La Iglesia en salida, que rompe con esquemas de pasividad, conformismo, comodidad y autorreferencia, tiene como prioridades pastorales, entre otras, los alejados y distantes, la familia, la juventud, los desempleados y migrantes, la pastoral vocacional, la pastoral social -en clave de inserción y de solidaridad con los más pobres- y la recuperación del domingo como el Día del Señor. Para responder a todos estos retos, es necesario orar y discernir juntos el paso del Señor por la diócesis en estos veinte años de camino recorrido. Tenemos que revisar, con humildad y objetividad, qué se ha hecho, cómo se ha hecho y qué tenemos que hacer de frente a las exigencias del momento presente y futuro.
Desde esta perspectiva y con esta motivación, iniciaré, en los próximos meses, las visitas pastorales a las diversas comunidades parroquiales de la diócesis. Quiero encontrarme con cada uno de ustedes para conocerlos y escucharlos, para celebrar la fe, atender la Palabra, orar para percibir juntos el soplo del Espíritu y discernir desde él los proyectos que juntos hemos de asumir como diócesis. Tenemos el reto de construir puentes de comunión y diálogo, para favorecer así el proyecto evangelizador al que nos lanza el Documento de Aparecida y la Exhortación Apostólica “El gozo del Evangelio”, siendo discípulos misioneros como Iglesia en salida.
5.- Construir juntos el presente y el futuro de la diócesis:
Queridos hermanos y hermanas, el nuevo año 2015 se nos presenta como un espacio para la comunión, y desde ella construir juntos el proyecto de Dios sobre nuestra diócesis. Construir juntos quiere decir, lo he dicho antes al escribir sobre la visita pastoral, sentarse a la mesa de la Palabra para escuchar, celebrar la fe para renovarnos, acoger al hermano para descubrir todo lo que de bueno hay en él o ella, que es reflejo de la bondad de Dios, y por último, discernir la voluntad de Dios en nuestra vida diocesana.
Tenemos algunos retos eclesiales importantes al celebrar el vigésimo aniversario de nuestra diócesis:
1.- La urgente llamada a la conversión personal, comunitaria y pastoral, conversión al compromiso y al cambio.
2.- Asumir el proyecto pastoral diocesano, una vez que lo discernamos y definamos, fieles a la inspiración y a la luz del Espíritu.
3.- Incentivar la conciencia comunitaria y fraterna que anima toda acción eclesial. Somos familia de bautizados, hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo.
4.- Lograr una pastoral integral y orgánica, superando divisiones o inclinaciones personales, cuya meta sea una renovada pastoral de conjunto.
5.- Dinamizar la misión evangelizadora en la diócesis a la que nos invita el Documento de Aparecida en clave discipular y misionera. En esta línea, es fundamental priorizar la iniciación cristiana y kerigmática donde sean necesarias.
6.- Alcanzar una cultura en defensa de la vida y de la dignidad de la persona humana en todas sus etapas y dimensiones.
7.- Crear canales eclesiales de solidaridad y fraternidad para contrarrestar la pobreza y sus múltiples rostros, muchos de ellos presentes ya como prioridades en la pastoral urbana, rural, campesina y migrante.
8.- Potenciar una formación integral de nuestros agentes de pastoral en la línea del Documento de Aparecida, es decir, en la espiritualidad de los discípulos misioneros.
9.- Renovar la conciencia del impacto del testimonio cristiano en la cotidianidad de la experiencia viva de la fe.
10.- Favorecer la centralidad de la Palabra de Dios en toda acción pastoral, y con ella la prioridad por la oración y el lugar de la gracia como iniciativa de Dios en favor nuestro.
11.- Discernir las grandes prioridades y acciones pastorales a las que nos tenemos que avocar juntos y de manera inmediata, en espíritu de comunión y corresponsabilidad eclesial.
12.- Animar, de manera especial, la pastoral sacerdotal de la cual dependen en mucho las demás áreas y ámbitos pastorales.
Conclusión:
Podríamos detenernos en muchos otros temas y en otras realidades que requieren una iluminación desde el Evangelio. He querido que esta primera carta sirviera para abordar los temas más necesarios y para abrir espacios conjuntos de reflexión y acercamiento entre el Pastor y la comunidad de hermanos y hermanas a él encomendada. Les pido acoger la presente como la primera de otras cartas que deseo escribir para ir informando y motivando sobre la marcha pastoral de la diócesis. Aprovecho la presente para felicitar a las diversas expresiones de vida consagrada presentes en nuestra diócesis, por el recién inaugurado Año de la Vida Consagrada, al que el Santo Padre Francisco ha invitado a toda la Iglesia a vivir, y agradecer esta vocación específica dentro de la comunidad cristiana. Que sea un año de renovación y compromiso para todas las personas consagradas.
Encomiendo a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, a quien veneramos en la diócesis con la hermosa advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, el camino pastoral de nuestra Iglesia particular de Ciudad Quesada. Que ella nos acompañe en el sendero cotidiano de nuestra respuesta bautismal y nos ayude a escuchar a su Hijo, que es “la resurrección y la vida”, así entraremos de su mano, al igual que lo hizo San Carlos Borromeo, Patrono de nuestra diócesis, en la experiencia del encuentro con la persona fascinante de Jesucristo, “el camino, la verdad y la vida”, que es siempre nuestra esperanza.
Reciban mi saludo de Pastor y, con él, mi afecto sincero y paternal bendición,
Mons. José Manuel Garita Herrera
Obispo de Ciudad Quesada
1 de enero del año del Señor 2015
Solemnidad de Santa María Madre de Dios, al inicio del XX aniversario de la Diócesis.