La humildad es terreno preferido y muy fértil para la gracia de Dios

Fiesta Patronal San Martín de Porres, 2020

Parroquia San Martín, Ciudad Quesada, 3 noviembre, 6:30 p.m.

Hermanos todos en el Señor:

Doy gracias a Dios y me siento muy contento de estar entre ustedes, un año más, para celebrar esta fiesta en honor de San Martín de Porres, patrono de esta comunidad parroquial, y también uno de los primeros frutos de santidad de nuestro continente americano. Además de intercesores nuestros ante Dios, los santos son modelos para nuestra vida cristiana, nos ofrecen virtudes a imitar y estilos a seguir desde la riqueza del Evangelio y desde el único modelo de Maestro que es Cristo el Señor. Los santos son un don extraordinario y una motivación muy elocuente de esperanza para avanzar en nuestra vocación común a la santidad. Y, por supuesto, San Martín no es la excepción; todo lo contrario, lo sentimos y valoramos como un santo muy nuestro y cercano.

Decía la oración de la Misa que Dios “llevó a San Martín a la gloria celestial, por medio de una vida escondida y humilde”. Vida escondida, es decir, discreta, sin protagonismos ni apariencias, sin llamar la atención, asumiendo aquello de Jesús del “más pequeño y el último”. Lo que decía justamente el salmo 130 de la Misa: “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altareros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”.

Segundo elemento que destacaba la oración de la Misa, una vida humilde. Es decir, una vida sencilla, con capacidad de salir de sí mismo para buscar a Dios y a los demás. Humilde es estar abajo, no encima: al ras de la tierra (humus, humilis) como lo indica el origen de la palabra humilde. También, el humilde es dócil y obediente; es el que se deja llevar por Dios y su voluntad. Humilde es el que se hace pequeño, porque sabe que el grande y único absoluto es Dios. En esa vida escondida y humilde de Martín el Señor hizo grandes signos de bien y santidad. La humildad es terreno preferido y muy fértil para la gracia de Dios.

Decía San Juan XXIII, el día de la canonización de San Martín de Porres, el 6 de mayo de 1962: “Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y si, en segundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mismos”. Justo lo que nos decía y recodaba el Señor, en el evangelio de San Mateo, ante la pregunta del doctor de la ley sobre cuál era el mandamiento principal y más grande de todos.

En efecto, a través de esa vida escondida y humilde, Martín de Porres hizo vida y testimonio concreto el proyecto de vida en el amor que nos propone Jesús. Amar, servir, hacer el bien, practicar obras de misericordia. Allí está la meta y el ideal, este es el trabajo que tenemos que hacer, la voluntad de Dios que estamos llamados a cumplir. Y Martín cumplió esto a cabalidad a través de la atención a los pobres, a los enfermos; a los negros, mulatos y esclavos; a los más pequeños, olvidados e ignorados. De allí el título de “Martín de la caridad”, es decir, el que fue capaz de amar, servir y hacer el bien de manera humilde y sencilla, incluso asumiendo los oficios más incómodos y difíciles, pues sabía que de esa forma amaba y hacía el bien.

Martín también asumió y practicó muy bien a lo cual nos exhorta San Pablo, en la primera lectura de la carta a los filipenses, entre otras cosas a alegrarnos siempre en el Señor, a que nuestra bondad sea conocida por todos; a vivir en medio de oraciones, súplicas y acciones de gracias a Dios; a buscar todo lo que es verdadero, noble, justo y puro. No hay duda que todas estas virtudes y actitudes las asumió y practicó San Martín. Notemos cómo la santidad es concreta y posible. La sencillez y la humildad, la obediencia y la docilidad hacen posible la obra de Dios en medio nuestro; allí está la clave.

Pero, además de una vida oculta y humilde, ¿qué más ayudó a San Martín para hacer posible esa vida y testimonio de amor, servicio, bien y obras de misericordia? Entre otras más, fundamentalmente dos cosas: su vida de penitencia y su oración eucarística. En cuanto a lo primero, se sumergía contemplando a Jesús crucificado hasta derramar lágrimas al meditar en los sufrimientos de la pasión y muerte del Señor. Esto lo llevaba a hacer sacrificios y privaciones, a ofrecer a Dios sufrimientos, dificultades y pruebas; se negaba a sí mismo para amar y dejarse amar por Dios. En cuanto a lo segundo, tuvo una especial devoción al Santísimo Sacramento a cuya adoración y contemplación dedicaba largas horas ante el sagrario. Sin duda allí estaba la fuente y el alimento para su humildad, sencillez, caridad y santidad. Todas estas son lecciones de oro para nosotros. Se trata de la vida y la escuela de los santos, de experiencias concretas vividas por hermanos nuestros en la fe que nos hacen ver que el amor, el bien y la santidad son posibles para todos en cualquier momento, lugar, situación o circunstancia que vivamos. Toda esta escuela es un reto y un desafío para nosotros, a fin de que aprendamos y vivamos estos testimonios.

Damos gracias al Señor por la vida y testimonio de San Martín, por esta celebración que estamos compartiendo, por la palabra que nos iluminado y animado, por las virtudes del santo patrono de esta comunidad que les desafía a ustedes a imitarlas y a ponerlas en práctica en las familias, los trabajos, la relación con los demás, en el caminar comunitario de ustedes como parroquia. La vida de los santos no es sólo para admirarla, sino ante todo para imitarla.

En un mundo y una sociedad tan llena de apariencias, autosuficiencias, orgullos, confianzas en sí mismos, poder, tener, placer, etc. ¡cuánto nos habla! ¡cuánto nos dice y enseña la vida oculta, humilde, caritativa, servicial, sencilla orante y contemplativa de Martín de Porres! Ahí está el patrimonio de los santos para que lo vivamos en la Iglesia y en el mundo, a fin de que nosotros cristianos marquemos la diferencia en medio de los anti signos, y seamos testimonialmente como dice Jesús “luz del mundo y sal de la tierra”, “fermento en medio de la masa”.

El alimento eucarístico que vamos a recibir, y la intercesión eficaz de San Martín de Porres, nos ayuden a llevar una vida humilde y caritativa en cumplimiento de la voluntad de Dios y así alcanzar la santidad y la eternidad.