“La oración es fuerza, sostén y consuelo, es abandonarse en Dios que nunca abandona”

Celebración de la Pasión del Señor,

Viernes Santo, 10 de abril 2020,

Catedral de Ciudad Quesada, 3:00 p.m.

Esta celebración única e impresionante del Viernes Santo -en el primer día del Triduo Pascual- está sin duda caracterizada por el silencio y la austeridad, actitudes estas que nos disponen a contemplar y profundizar el centro del misterio que conmemoramos en esta tarde: la muerte de Jesús como camino que nos lleva a la Pascua. Y el signo glorioso de la cruz, que domina en esta celebración, es expresión elocuente y luminosa del amor de Dios que llega hasta el extremo en la persona de su Hijo.

La muerte de Jesús no es expresión de fracaso, todo lo contrario, se trata de una muerte gloriosa y salvadora. Y la cruz de Cristo, en la que él muere, no es signo de derrota o maldición, sino trono glorioso desde el cual triunfa el poder del amor y la salvación. Ayer decíamos que celebrábamos la entrega de Jesús hasta el extremo, y ese extremo es su muerte gloriosa y salvadora desde el madero y el árbol bendito de la cruz que nos ha traído la salvación.

Todo este misterio de la muerte de Cristo queda patente en la elocuencia, solemnidad y profundidad de los textos de la Palabra de Dios que hemos escuchado. Podríamos decir que, progresivamente, se nos habla de un siervo, un orante, un sacerdote y un rey, realidades todas que convergen en la persona de Jesús que entrega su vida y muere por nuestra salvación y redención en el acto más grande de amor.

1.- Un Siervo: Así nos presenta Isaías, en el cuarto cántico del siervo de Yahvé, a este personaje misterioso que se puede identificar con alguien en particular o con el pueblo de Israel, pero que, sin duda, se identifica con Jesús. Se trata de un siervo que carga sobre sí con los pecados de los demás, pasando por indecibles sufrimientos, pero que es premiado al final por haber soportado una pena inmerecida. Sin duda, se trata de una descripción al calco de la pasión y muerte de Jesús: estaba desfigurado, no tenía aspecto de hombre, despreciado y rechazado, varón de dolores, soportó nuestros sufrimientos, traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes, no abría la boca como manso cordero llevado al matadero, por sus llagas hemos sido curados. Impresionante recuento de sufrimientos y dolores del siervo que se entrega en obediencia y por amor. Hoy, en este siervo no solo vemos a Jesús, sino también la agonía de todos los que sufren odio, injusticia, maltrato, persecución, rechazo, violencia, enfermedad y muerte, sobre todo en estos momentos que estamos pasando.

2.- Un Orante: en el momento más dramático y de abandono en la cruz, Jesús asume la muerte orando, confiando en el Padre. Por ello dirá como reza el salmo 30 de la liturgia de hoy, y también el salmo 21: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, “A ti, Señor, me acojo”, “Se burlan de mí, estoy en el olvido como los muertos … pero yo, Señor, en ti confío”. La oración es fuerza, sostén y consuelo, es abandonarse en Dios que nunca abandona.

3.- Un Sacerdote: sacerdote es el que sirve, pero, sobre todo, el que entrega la vida. La segunda lectura de la carta a los hebreos nos presenta a Cristo como sumo sacerdote, capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque él mismo pasó por el sufrimiento y la prueba. Hoy contemplamos muriendo en la cruz a ese sacerdote compasivo y solidario, al mismo que “a pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen”. Un sacerdote que intercede y nos redime a través de una pasión gloriosa y una muerte salvadora.

4.- Un Rey: decíamos el domingo de ramos que la verdadera realeza de Jesús no se mostraba ese día, sino hoy, y desde la cruz. El relato de la pasión según San Juan, muy diferente a los otros relatos, presenta a Jesús como un rey no solo desde la cruz, sino porque domina toda la escena de su pasión. Él mismo dice que es rey, que para eso nació, pero que su reino no es de este mundo. Es un rey que es la Verdad misma, rey obediente e inocente, rey victorioso que proclama la victoria sobre la muerte. Pero este rey reina desde el trono glorioso de la cruz, que ya no es instrumento de ignominia, sino instrumento y árbol de vida y salvación. Sobre la cruz, el rótulo dirá: “Jesús nazareno, el rey de los judíos”. La cruz es trono de gloria desde el cual Jesús vence el mal, la injusticia, el pecado y la misma muerte. Este rey, y desde su trono, muestra la fuerza del amor, del perdón y la misericordia que nos han salvado y redimido. Una vez más, queda patente que se trata de una pasión gloriosa y de una muerte salvadora.

Hermanos, esta es la grandeza, la profundidad y la fuerza del misterio salvador de la muerte de Cristo que contemplamos y celebramos hoy. Lo pondremos de manifiesto, de manera particular, en la gran y solemne oración universal de los fieles, pidiendo especialmente hoy por el fin de la pandemia que nos azota, por los enfermos, los que han muerto, y, con toda justicia, por todos aquellos que están en la primera línea de combate contra este mal que nos aqueja y que están sirviendo generosamente en favor de la salud, la seguridad y las necesidades básicas de todos nosotros.

Posteriormente, en nombre de todos, adoraré el signo de la cruz en señal de fe, amor y reconocimiento de la realeza de Cristo. Por el madero y el árbol de la cruz hemos sido salvados, la cruz no es signo de muerte, sino de vida, esperanza y salvación, de victoria contra el mal y el pecado.

Finalmente, los que aquí estamos recibiremos la sagrada comunión que nos hace participar de la muerte gloriosa y salvadora de Jesús. Hoy, especialmente, en medio de esta situación que nos aqueja, miremos a lo alto, contemplemos a Cristo que ha sido levantado en la cruz, pidamos que su fuerza redentora y salvadora se manifieste sobre el mundo entero, para que nos traiga la salud, la paz y la normalidad. Que nos veamos libres de este mal gracias a la sangre preciosa de Cristo derramada en la cruz.

En silencio y recogimiento, sigamos contemplando este misterio supremo de amor y la muerte salvadora de Cristo que nos ha liberado y redimido ¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos! ¡Porque con tu santa cruz y muerte redimiste al mundo!

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada