María junto a la cruz del Señor

VIII Día de la Novena en honor a Nuestra Señora de los Ángeles

Peregrinación de la Diócesis de Ciudad Quesada,

Jueves 30 de julio, Basílica de Los Ángeles, Cartago, 11:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor, que nos siguen a través de distintos medios de comunicación:

Año a año, con gran fe y amor filial, encaminamos nuestros pasos a este querido y nacional Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, para encomendar al Señor, por intercesión de nuestra Madre y Patrona, las necesidades, súplicas, preocupaciones e intenciones que tenemos. Con mayor razón y motivación lo hacemos este año, en medio de esta crisis, pidiendo para que el Señor Jesús, en su infinita misericordia y gran poder, nos libre del terrible mal de esta pandemia que nos aqueja. Y lo hacemos con el auxilio de la Madre que Jesús nos dio y entregó al pie de la cruz, y que, desde acá, los costarricenses amamos y honramos como Reina de los Ángeles. En estos tiempos de prueba y dificultad, pedimos a la Madre de la esperanza que nos mantenga y confirme en la esperanza de su Hijo que no defrauda. Hoy especialmente oramos con la intención de este octavo día de la novena: Para que todos tengamos las precauciones necesarias frente a la pandemia que se vive, y pongamos en práctica las orientaciones dadas por las autoridades sanitarias del país. Es un deber cristiano y moral grave acatar y cumplir las medidas para que, con la colaboración responsable de todos, podamos salir delante de esta crisis.

Agradezco muy sinceramente a Mons. Mario Enrique Quirós Quirós, al P. José Francisco Arias Salguero y a sus Vicarios parroquiales por la amable invitación que siempre nos hacen y por la generosa bondad con la cual nos reciben. Un saludo para todos ellos y también para Mons. José Francisco Ulloa, obispo emérito. Hoy, este servidor y tres sacerdotes hacemos presente a la diócesis de Ciudad Quesada en esta novena, dadas las restricciones por causa de esta emergencia; sin embargo, hemos venido hasta Cartago, alegres y agradecidos con el Señor por haber cumplido, el pasado sábado, el 25 aniversario de la creación de nuestra Iglesia Particular. Al Señor, por medio de la Madre y Reina de los Ángeles, encomendamos el caminar y la labor evangelizadora de nuestra diócesis. Que seamos fieles a la misión y que vayamos siempre adelante con el impulso renovado de la gracia de Dios. Traemos hasta acá, con mucha confianza y esperanza, las intenciones de nuestros sacerdotes, fieles y parroquias.

Se ha propuesto para hoy que reflexionemos en torno al tema “María junto a la cruz del Señor”. Sin duda, ese momento y experiencia de María fue de gran prueba y dolor. Nosotros estamos también en un momento de prueba y dolor con esta crisis de la pandemia, pero la Palabra de Dios sale a nuestro encuentro para animar nuestra fe, acrecentar nuestra esperanza y reforzar nuestra confianza en la acción de Dios que nunca nos abandona y cuyo amor es fiel, eterno e irrevocable para con nosotros.

Precisamente, en la primera lectura de su carta a los romanos, el apóstol Pablo nos transmite y comparte una certeza de la fe: “Si Dios está con nosotros, nadie estará contra nosotros”. Qué consoladoras y esperanzadoras en la fe estas palabras para cualquier momento o circunstancia de la vida, pero sobre todo para estos tiempos de pandemia que han provocado miedo, dolor, muerte, pobreza, incertidumbre e inseguridad. Y el apóstol refuerza y reitera esta afirmación inicial con la certeza de que, si Dios está con nosotros, tampoco “nada ni nadie podrá separarnos del amor del Cristo”. San Pablo nos señala situaciones de hecho: ni las tribulaciones, ni las angustias, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros; nada de esto y más podrá separarnos del amor de Cristo. ¡Qué verdad más grande, qué certeza más inconmovible, qué consuelo más dulce y pacificador! Y para que no nos quepa la menor duda y para que no tengamos la mínima desconfianza, el apóstol concluye: “Tengo la certeza de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente ni lo futuro … nada podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

Esta certeza absoluta y esta verdad inconmovible del amor de Dios las vivió durante toda su vida, pero sobre todo en el trance amargo, oscuro y doloroso de la cruz, la Santísima Virgen María, quien en ese momento acompañaba a su Hijo Jesús moribundo, entregando su vida por nuestra salvación. Dos hechos claves marcan ese momento que nos ha narrado el evangelio de San Juan: Primero: María junto a la cruz de su Hijo, dolorosa y lacrimosa, pero de pie y firme en la fe; fuerte y confiada porque está absolutamente segura de que Dios y su amor no la abandonan, por más dura y difícil que fuera aquella prueba. Cuánto nos dice y enseña a nosotros esa actitud de fe, confianza y seguridad de María en el amor de Dios; ella siempre confió y nunca se desesperó. Segundo hecho: Jesús, en la persona de Juan, nos entrega a María como Madre, para que nos acompañe, nos cuide, nos proteja e interceda por nosotros. Tenemos una Madre que, comprendiendo y viviendo el dolor, nos entiende y se hace solidaria, cercana y tierna con nosotros en todos los trances de mal y dificultad ¡Tenemos una Madre! Y una Madre solidaria con nuestra historia y realidad.  

Partiendo de la certeza del amor de Dios, que nunca nos abandona, y de la experiencia de María, que acabamos de contemplar, quiero detenerme y hacer resonancia en la siguiente constatación que, de una u otra forma, todos hemos experimentado: el dolor y la prueba nos hacen más solidarios. Siempre, pero particularmente en esta crisis, tenemos la enorme e indiscutible oportunidad de ser solidarios no sólo con los enfermos, con los que han perdido un ser querido, con los que perdieron su trabajo y pasan hambre, sino también siendo responsables con nosotros mismos y con los demás en el cuidado de unos y otros en la observancia y cumplimiento de las normas sanitarias para evitar que se propague el virus y que éste cause más daño y dolor.

Ser solidarios no es solo un simple o pasajero sentimiento, se trata de reaccionar con acciones concretas en favor nuestro y de los demás, sobre todo en medio de esta crisis. Como lo expresamos los obispos de Costa Rica en nuestro mensaje del pasado 3 de julio: “Manifestamos que es una grave responsabilidad moral, derivada de la fe, cuidar de la propia salud y de la salud de los demás hermanos … observando fielmente las disposiciones y medidas sanitarias que las autoridades nos han dicho e insistido desde el inicio de esta crisis. La vida es un don de Dios que cada uno debe cuidar para sí mismo y para los demás. Es algo de lo que hemos de dar cuenta a Dios”.  

Igualmente, ante el sufrimiento y dolor de esta crisis, llamo a una solidaridad efectiva y sin más interés que el bien común a las autoridades de gobierno, a nivel nacional y local, para que hagan todo lo que sea posible por ayudar a los más necesitados y desposeídos en esta crisis. Del mismo modo, insto al sector privado del país, para que, de manera solidaria y generosa, abra puertas y posibilidades para los más afectados de esta crisis. Hermanos, estamos viviendo los momentos más críticos y dolorosos de la pandemia, pero también nos inquieta la post pandemia, es decir, la recuperación, el levantarnos, el salir adelante después de las consecuencias que deje esta crisis a todo nivel.

Angustia especialmente el nivel del desempleo que ha llegado al 20 %, es decir, casi medio millón de personas sin trabajo; y el déficit fiscal alrededor del 11%, cifras y situaciones nunca vistas en el país. Por ello, tenemos que unirnos y apoyarnos, debemos poner todos solidariamente de nuestra parte teniendo como único norte el bien común y no intereses particulares o de grupo, sean los que sean. Vuelvo a insistir -ahora más todavía- sobre la necesidad de una concertación, convergencia, unidad nacional, o como quiera llamarse, de parte de todos los sectores que conformamos este país. Costa Rica siempre ha salido adelante de sus crisis y pruebas con gran sentido de sensibilidad, unidad, solidaridad y generosidad nacional. Hagamos lo mismo, ahora no puede ser la excepción.

Pedimos al Señor, por intercesión de nuestra Madre y Patrona, la Reina de los Ángeles, que nos libre de esta pandemia; que nos ayude a salir adelante en medio de esta crisis con la solidaridad y el compromiso de todos. Que aprendamos y tomemos en cuenta las grandes lecciones que ya nos está dejando y que nos dejará esta prueba para ser mejores, para ser más solidarios y más hermanos, para salvar y apuntar este país.

El alimento de la Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo que se nos entrega, como lo hizo en la cruz, nos confirme en la certeza y nos conceda la fuerza para vivir confiados de que, si Dios está con nosotros, nada ni nadie estará contra nosotros. Que la fe y confianza de María nos inspiren para creer y estar seguros de que nada nos separará del amor de Cristo, su Hijo, y Señor nuestro.

Que así sea, amén.

Mons. José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada