
Hermanos y hermanas, amigos y amigas:
Como Obispo de Ciudad Quesada -con gran alegría y regocijo- me uno al cantón y a toda la comunidad, a las autoridades aquí presentes y a la nación entera para dar infinitas gracias a Dios por este 196 aniversario de la independencia de Costa Rica, por su democracia, paz y libertad.
Ciertamente, damos gracias por el hecho histórico de nuestra independencia, ocurrido ya casi hace dos siglos, pero hemos de poner responsablemente nuestra mirada en el presente y futuro de nuestra Patria. Quedarnos solo en el recuerdo del pasado, sería no solo inaceptable, sino irresponsable también. Por ello, creo firmemente que una cosa es querer ser libres y otra es tener la capacidad de ejercer la libertad. Una cosa es que nadie nos imponga su voluntad, y otra estar en condiciones de actuar con responsabilidad, ejerciendo nuestros talentos y virtudes en procura del bienestar de la sociedad.
Me parece que, desde esta perspectiva, celebrar la Independencia de nuestra Patria tiene que obligarnos a repensarnos como ciudadanos independientes hoy, en la Costa Rica del año 2017. Y es que a mi juicio, como hombre de fe, la independencia no es una categoría jurídica que queda confirmada en un documento que se suscribe, sino que ha de ser, ante todo, un estilo de vida que le da soporte a comportamientos personales y sociales que se prolongan en el tiempo, construyendo una ética social que madura con la historia, que está siempre actuando y que fluye de forma perenne como savia que dinamiza y fortalece los más elementales compromisos para sostener el bien común, sin ningún tipo de negociación que haga capitular la justicia, la solidaridad y la democracia.
Nuestra nación es única y especial. Sin embargo, no necesitamos establecer comparaciones con otros países para poner en preeminencia las calidades que nos hacen sentir orgullosos, pues esta sería una actitud miope y egoísta. Por el contrario, lo que habrá de hacernos sentir libres e independientes será el hecho de que, como país, estamos alcanzando los niveles adecuados para una vida digna, que sea consecuencia de la disposición histórica de asumir los retos para el desarrollo de nuestro pueblo.
Mucho hemos avanzado en temas de progreso social, no lo podemos negar. Se han establecido estrategias que hacen pensar que estamos en camino de un desarrollo sustentable. Pero todo lo alcanzado en materia socioeconómica no se sostiene por sí mismo sin el ejercicio responsable de todos nosotros, hombres y mujeres, desde los que hacen vida en las más distantes comunidades hasta los más notables tomadores de decisiones. Este reto nos demanda proceder como personas libres y autónomas, pero esto podría irse desmoronando si vamos dejando que los actos de injusticia, el desacato a las más elementales formas de comunión social en el respeto a la dignidad humana, y la normalización del individualismo, se posesionen como nuevos árbitros de la vida en nuestro país, dando paso a nuevas formas de colonialización, con nuevas coronas, nuevas banderas y nuevos esclavos. Como se diría hoy, en el lenguaje informático, tenemos situaciones que actúan como “troyanos”, debilitándonos en los contenidos de la justicia social, minando incluso la capacidad del repudio a lo incorrecto y a lo ilegal, llevándonos a que el miedo bloquee el compromiso para sostener el orden. Tenemos, además, como un “virus” bien instalado, los comportamientos corruptos que solo son posibles si hay poderes, colectivos o personales que corrompen o se dejan corromper.
No soy fatalista, pero tampoco soy indiferente ante algunas realidades que merecen ser consideradas como elementos de riesgo para una vida de sociedad verdaderamente independiente. Señalo, de forma puntual y concreta, algunos de estos riesgos para la democracia y la libertad:
- La pobreza, que como enfermedad social roba la posibilidad de ejercer la independencia, porque lleva a los que la sufren a vivir una dependencia ante la mano generosa, o ante las acciones de la institucionalidad, provocando gestos de una gratitud esclavizada.
- La normalización en el consumo de drogas, que arremete de forma despiadada contra la integridad del ser humano, secuestrando sus posibilidades de elegir ante opciones de desarrollo.
- La incongruencia en las ofertas de educación, dando paso a castas sociales que se establecen entre los que pueden profesionalizarse y los que -bien sea por la calidad de su educación o las condiciones económicas- ven como infranqueables las puertas a una educación superior.
- La mirada sostenida hacia la tierra como medio de generación de riqueza, que somete a las personas y comunidades a la pérdida de espacios vitales, convirtiendo los pueblos en recintos reducidos que evocan las famosas encomiendas del tiempo de la corona española.
- La descalificación de la comunicación humana, que, aunque se favorezca el intercambio de informaciones y vivencias por medio de las redes sociales, nos estamos enlatando en códigos que sepultan las muestras de afecto, y las posibilidades de palpar la cercanía y el encuentro del otro como persona existente.
- Una cultura política de lo circunstancial, donde las voluntades enfocadas para procurar un auténtico bienestar de las comunidades emergen cada cuatro años, sin lograr aún una verdadera aportación de los talentos y de las capacidades políticas de tantos ciudadanos en vías a la construcción e implementación de una estrategia país, que sea pensada para fortalecer lo logrado, y proyectada para consolidar la justicia social con una visión de esperanza.
Estimados amigos y amigas, autoridades locales, personal docente y estudiantes, ciudadanos todos, debemos llenarnos no solo de esa alegría intensa de sabernos habitantes de esta querida patria costarricense, sino también debemos dejarnos seducir por la importancia de participar como actores en el proceso de mantener la independencia en nuestro país, este deberá ser el reto y el compromiso de todos. Y lo quiero dejar bien patente, tomando en consideración algunas palabras del Papa Francisco, en su reciente visita a Colombia: “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace solo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes”.
Muchas gracias y que Dios bendiga a Costa Rica y a cada uno de ustedes.
Mons. José Manuel Garita Herrera
Obispo de Ciudad Quesada