No buscamos recompensa, sino servir

Jubileo para Movimientos, Grupos Apostólicos, Experiencias de Comunidades y Catequistas,

Domingo 20 de setiembre, Catedral de Ciudad Quesada, 11:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor presentes en Catedral y quienes se unen a nosotros a través de los medios de comunicación:

Continuando con el camino de nuestro año jubilar, en el contexto del XXV aniversario de nuestra diócesis, y en la celebración del XXV domingo del tiempo ordinario, compartimos este jubileo dedicado a los movimientos, grupos apostólicos, experiencias de comunidades y catequistas de nuestra Iglesia Particular. Como parte del cuerpo y del edificio que es la Iglesia, sin duda alguna ustedes, queridos hermanos, juegan un papel trascendental en acción y misión de la Iglesia, sea como laicos y como grupos.

Recordando el texto de 1 Pedro 2, 5, titulé mi última carta pastoral “Somos piedras vivas”, para tomar conciencia de que cada persona, cada grupo, cada comunidad, cada expresión de vida pastoral y diocesana somos parte del único edificio que es la Iglesia que tiene como fin último el Reino de Dios. Por tanto, somos parte, somos instrumentos; no somos ni el todo ni el fin. Somos servidores de la viña y de la obra del Señor, no trabajamos para nosotros mismos ni para nuestros grupos. Esta verdad tenemos que tenerla muy presente en nuestra identidad de discípulos de Jesús, de miembros de la Iglesia y de integrantes de nuestros grupos o comunidades de Iglesia. Hay que hacer oración esta verdad, para interiorizarla y asimilarla, para actuar y ser consecuentes con ella en nuestra vida y acción eclesial.

Muy en consonancia con el contenido de la Palabra de Dios, que se ha proclamado hoy, en la Iglesia, en nuestros grupos y comunidades, en nuestra vida y actividad eclesial no buscamos reconocimiento ni recompensa; por el contrario, hemos de buscar la voluntad de Dios, sus caminos y designios, sus proyectos y sus fines. Esta es la visión sobrenatural y de fe que nos debe animar y acompañar.

Precisamente, el profeta Isaías, en la primera lectura, nos recordaba de parte del Señor que “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes; sus caminos no son mis caminos”. En otras palabras, en nuestra experiencia de fe no podemos tener una mentalidad puramente humana, ni en nuestra vida y acción de Iglesia una motivación simplemente propia, individual o grupal. Se trata de entrar en el misterio de Dios, en los designios propiamente divinos y en todo aquello que el Señor quiere para nuestro bien y para nuestra salvación. Se trata de trascender lo inmediato, el propio interés, las propias ideas y conveniencias. Es renunciar a nuestro yo e incluso a lo nuestro, para abrirnos a Dios, a su mente y manera de actuar, a sus proyectos, caminos y designios.

De primera entrada, el contenido y enseñanza del evangelio de Mateo nos pueden resultar desconcertantes y hasta injustos. Esta parábola de Jesús, que compara el Reino de los cielos con un propietario que sale varias veces al día a contratar obreros para su viña, no se refiere a un tratado de derecho laboral ni de justicia social, sino que se trata de hacernos ver la manera propia de actuar de Dios con toda libertad y gratuidad. Parece injusto e indignante que ganaran lo mismo los que trabajaron todo el día y los que apenas lo hicieron una hora.

Y digo que parece injusto, porque quedó claro desde un principio el salario por el cual los contrató, lo mismo que el dueño cumplió justamente con lo acordado y que, en definitiva, tiene total discrecionalidad, dígase libertad, para pagar. Por tanto, no fue injusto el propietario, porque cumplió su palabra según lo dicho y acordado inicialmente.

¿Dónde está, entonces, la diferencia, la enseñanza y la finalidad de la parábola? Precisamente en hacernos ver que la manera de pensar y de actuar de Dios es muy distinta a la nuestra. Justo lo que decía Isaías, que los pensamientos y los caminos de Dios son muy diferentes a los nuestros, que estamos tan acostumbrados al reconocimiento, a la recompensa y a la aprobación desde el punto de vista humano.

En el Reino de los cielos, Dios no se mueve ni actúa por méritos ni privilegios, por ventajas y reconocimientos, por pagas individuales e interesadas, sino que actúa con total libertad y gratuidad dando a cada uno lo que quiere, de la manera y en el momento que quiere. Así actúa la gracia de Dios, Él no nos da porque merezcamos, sino por la gratuidad misma de dar. El amor de Dios es libre, infinito, gratuito, inmenso, incondicional. No podemos ni debemos encasillar a Dios en nuestras categorías humanas de mérito, paga o recompensa, o peor aún, que Dios me debe dar, reconocer o recompensar, porque yo lo creo y espero de esa manera. Así no funcionan las cosas, los pensamientos y los caminos de Dios. En este sentido, bien decía San Bernardo que: “la medida del amor de Dios es amar sin medida”. La gracia es totalmente libre y gratis, por ello, el propietario y el señor es bueno y puede hacer con lo suyo y en su viña lo que quiera.

Hermanos, francamente esta novedad de la enseñanza y de la propuesta de Jesús nos cuesta entenderla, sobre todo eso de que “los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros”. Si tenemos claro lo que decía Pablo, en la segunda lectura de filipenses, de que “para mí la vida es Cristo”, entonces podremos entender y aceptar la novedad de su mensaje y propuesta, su estilo diferente de pensar, actuar y vivir. Si nuestra vida, nuestra meta y nuestro fin son Cristo, su Reino y su Iglesia, entonces pondremos muy en segundo lugar mis intereses, los intereses del grupo o de la comunidad.

Ojalá que, como fruto de este jubileo, tengamos claro que lo primero es el Reino, la Iglesia, la diócesis, la misión, el servicio, la comunión, etc., y no mi grupo, mi comunidad ni yo mismo. Más importante aún, ojalá tengamos claro que en la Iglesia no buscamos reconocimiento, recompensa, privilegios o primeros lugares, sino la mística cristiana de evangelizar, servir, buscar la gloria de Dios y el bien de la Iglesia. La mística de entender que somos parte y no el todo; la mística y la espiritualidad de comunión que busca potenciar los carismas que nos hacen crecer, madurar y unirnos todos como miembros de la única Iglesia de Jesucristo que se expresa y concretiza en nuestra Iglesia Particular.

Quiero reconocer y agradecer tantas iniciativas, acciones, servicios y obras buenas que llevan adelante ustedes en sus grupos y comunidades. Los animo a seguir adelante, a trabajar y servir con verdadera pasión misionera, discipular y eclesial. Es importante que tengamos nuestra identidad grupal y comunitaria, pero más importante aún es nuestro sentido de Iglesia, de diocesaneidad, de unidad y de comunión. Desde distintas realidades y carismas, todos trabajamos y servimos a la única causa del Reino de Dios. En aplicación del tema de la Palabra de hoy, es ya una gracia y un don poder trabajar y servir en la viña del Señor, sin buscar, repito, reconocimientos, recompensas, privilegios, pagas o primeros lugares.

Finalmente, con relación al ser y quehacer de cada uno de sus movimientos, grupos y comunidades, quiero hacer eco de tres de los doce retos pastorales que lancé en mi última carta pastoral: 2) Reforzar el anuncio del kerigma a todos los agentes de pastoral para lograr una misión evangelizadora más atrayente. 3) Potenciar la formación integral de nuestros agentes de pastoral como discípulos-misioneros, para que en su cotidianidad transformen su entorno con los valores del evangelio. 10) Favorecer la centralidad de la Palabra de Dios en la vida personal y en las actividades pastorales. Asimismo, no olvidar que seamos una Iglesia que “primerea” con nuestra conversión pastoral, pues “Ecclesia semper reformanda” la Iglesia siempre está en permanente renovación.

La fuerza, el alimento y el impulso que nos vienen de la Eucaristía -sacramento fontal y central para la vida de la Iglesia- nos ayuden a trabajar como humildes, generosos y comprometidos servidores de la viña del Señor, buscando siempre sus caminos y designios para gloria suya, bien de la Iglesia y salvación de todos y cada uno de nosotros.