“No hay amor más grande que esta entrega obediente y generosa del siervo de Dios, Jesús”

Hermanos en el Señor: Desde esta Catedral -vacía y silenciosa- en medio de esta pandemia que se cierne inexorablemente sobre el mundo, iniciamos hoy, en comunión con toda la Iglesia, en especial con nuestra diócesis y con ustedes, esta Semana Santa 2020 que nunca olvidaremos. En medio de la emergencia, de la limitación y la preocupación por esta prueba que el Señor ha permitido, estamos unidos a través de la facilidad que nos dan las nuevas tecnologías. Lo importante es que aquí estamos, estamos unidos en la fe para iniciar la celebración de la Pascua, es decir, de los misterios centrales de nuestra fe cristiana.

Este Domingo de Ramos de la Pasión del Señor es la gran “puerta de entrada” a la Semana Santa. Se trata de una puerta muy significativa que se nos abre para un encuentro profundo con el Señor; él llega y entra a Jerusalén para vivir su Pascua, la Pascua que nos salva a través del acto más grande de amor. En esta semana rememoraremos los gestos y las palabras de Jesús en ese acto definitivo de entregar su vida por todos nosotros y para nuestra redención.

La entrada de Jesús hoy en Jerusalén, no es una entrada triunfal humanamente entendida. Por ello, y muy claramente, los textos de la Palabra de Dios -sobre todo el relato de la pasión según San Mateo- nos hablan de la entrega de Jesús a través del sufrimiento, el dolor y particularmente de la muerte, de esa capacidad de entregar la vida por nuestra redención ¡Qué misterio de amor más grande, sublime, profundo e incomprensible!

Notemos que tanto la primera lectura de Isaías como la segunda de Pablo a los filipenses tienen el elemento común de un siervo. En Isaías, el siervo de Dios que sufre humillación, burla, ultraje, golpes, salivazos, etc. Se trata de un siervo doliente que ha puesto su confianza en Dios y que experimenta su ayuda en ese trance, por ello no queda defraudado. En el impresionante cántico de filipenses, ese siervo de Dios es Jesús que se despojó de su gloria, tomó la condición de esclavo, que se rebajó y humilló, pasando por uno de tantos, hasta someterse a la muerte y muerte de cruz.

Finalmente, tenemos el siempre elocuente y dramático relato de la pasión de Jesús. En él queda patente que el Señor acepta libremente el sufrimiento, el dolor y la muerte para ser obediente al Padre. Se trata de la descripción, paso a paso, de un camino de dolor y cruz, es un camino solidario, de amor y de entrega total. En todo este camino Jesús ha cargado con nuestro pecado, con toda nuestra fragilidad y debilidad. Aquí contemplamos que no hay amor más grande que esta entrega obediente y generosa del siervo de Dios, Jesús.

Hermanos, desde esta situación difícil que estamos pasando, el llamado es a vivir de verdad la Semana Santa, a unirnos a los sentimientos de Cristo, a profundizar los misterios y dejar que el Señor pase en medio de nuestra vida y de nuestra historia. Que él nos purifique, perdone, redima y salve. Esta prueba que estamos viviendo ha puesto de manifiesto, de manera elocuente, el misterio de la enfermedad y la muerte. Y digámoslo claro, quizá hemos sentido más cerca y hemos temido más la enfermedad y la muerte. Pero, por eso, queremos unirnos muy profundamente a Cristo que, a través de su pasión, dolor, sufrimiento y muerte, nos ha salvado para darnos vida eterna. Este es el núcleo de los misterios que celebramos en estos días santos, de gracia y bendición.

Limitados, encerrados y desde casa, pero con gran sentido y profundidad espiritual, vivamos, hermanos, y aprovechemos de verdad estos días santos. El Señor ha querido y ha permitido que esta Semana Santa fuera así. Muchos -con gran deseo y necesidad- no han podido venir al templo a las celebraciones; otros no han podido ir de paseo o vacaciones … ¡Qué cosas! ¿Por qué y para qué habrá sido o será así? Preguntémonos, leamos, interpretemos este momento y esta situación. Desde la fe, los creyentes leemos esto como una petición que nos hace y una oportunidad que nos da el Señor para estar con Él, para dejarnos reconciliar y salvar por Él. Por ello, entremos en esta Semana Santa con esta disposición y con esta actitud.

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada