
V Carta Pastoral
Carta Pastoral sobre el compromiso social del creyente a la luz de las exigencias de la fe y de la realidad actual. Una reflexión desde la Exhortación Evangelii gaudium.
Isaías 58, 7.
I. Un llamado a mirar con ojos de ternura al prójimo
1.- Ofrezco al Pueblo de Dios, que peregrina en la Diócesis de Ciudad Quesada, y a todas las personas de buena voluntad, las siguientes reflexiones, en esta mi V Carta Pastoral, para que sirvan de orientación e iluminación pastoral para el compromiso social que todo bautizado tiene como exigencia propia de su fe. Y, puesto que “hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est 1).
2.- He titulado esta Carta Pastoral “No volverás la espalda a tu hermano”, expresión que está dentro del libro del Profeta Isaías, capítulo 58, el cual denuncia la vaciedad y la incoherencia en la práctica de uno de los pilares de la religiosidad del pueblo de Israel: el ayuno. Hoy, al igual que el pueblo elegido por Dios, podemos estar cayendo en comportamientos parecidos de una persistente tibieza, donde damos por aceptado todo lo que se practica, sin pasarlo por el crisol de la verdad y la justicia. Yahveh, por medio del profeta, llama al pueblo a la honestidad y a la coherencia, que no se sustentan en ritos, sino en actitudes que se expresan como forma práctica de responder a la voluntad salvífica de Dios.
3.- Dios siempre ha mirado con ojos de ternura a quienes, a través de un acto de amor, creó a su imagen y semejanza, y para quienes, en una expresión suprema de misericordia, les entregó la vida de su Hijo, “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Dios nunca ha dado la espalda a la humanidad y, a través del tiempo, ha reiterado su voluntad de prolongar su vida en todos nosotros.
4.- Nos dice el Papa Francisco: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (Evangelii gaudium 114), y esto, necesariamente tiene que pasar por el hecho de que todos somos personas sociales, que no nos bastamos a nosotros mismos. En consecuencia, para alcanzar nuestra realización, tenemos que establecer relaciones sanas con los demás, las cuales deben estar regidas por el reconocimiento de la existencia de otros seres humanos, a los que les debemos respeto por la dignidad que cada uno posee. Con nuestros semejantes tenemos que interactuar para poder alcanzar el bien común, entendido como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Gaudium et spes 26).
5.- Alcanzar el bien común, no puede ser, en consecuencia, tarea de unos pocos, ni verse sólo como signos que son propios de actos de filantropía, porque el nivel óptimo en la calidad de vida de las personas debe sustentarse en la participación de todos, y más aún, como expresión de la fidelidad al mensaje evangélico. Cuando el que se siente interpelado por la realidad y por su conciencia cristiana decide intervenir para propiciar los cambios que son necesarios, podremos entonces gozar de un bienestar y desarrollo comunitario, reflejo de una auténtica hermandad solidaria.
6.- Responder con identidad evangélica a los acontecimientos sociales que dañan el valor de las personas, y que son la prolongación de los actos de los hombres, pero que distan mucho de ser actos verdaderamente humanos, nos exige dos actitudes fundamentales. En primer lugar, la superación de los comportamientos de susurros ante el dolor ajeno, que se vuelven monólogos de una conmiseración desabrida e inerte; y la ausencia en la participación de nuestra corresponsabilidad en los pecados sociales, puesto que éstos no existen en sí mismos, sino que son producidos por seres reales dañando a otros en su propia vida. Por consiguiente, se requieren dos decisiones básicas: la urgencia de desarrollar una sana sensibilidad ante el sufrimiento humano, y una conversión personal para no seguir siendo autores del dolor del prójimo. Ambas realidades deben conducirnos a ser protagonistas de procesos de cambio que sean transformadores de la realidad y gestores de paz. En este sentido, debemos asumir iniciativas y responsabilidades, no por mandatos ideológicos, ni por movilizaciones moda, sino como consecuencia de nuestro encuentro personal con la Buena Noticia, que nos hace realmente personas de bien a través de las obras de amor.
7.- Volver la espalda al hermano es más que una frase de reclamo, es la síntesis de una denuncia que pone al descubierto una disposición que tiene consecuencias funestas, porque es un comportamiento que define los niveles y calidades de relación con el hermano. Volver la espalda es colocarlo fuera de mi mirada, por lo tanto, queda en el anonimato, lo invisibilizo, lo convierto en nopersona, a la que no le doy el mínimo de mis pensamientos y atenciones. Al no estar dentro de mi enfoque, lo termino “asesinando socialmente”, pues su historia al final no me importa, y la ocultación de esa realidad de dolor se convierte en justificación para ausentarse el creyente de la dimensión del compromiso social. Lo que no se mira se considera que no existe, y, en consecuencia, no es un elemento perturbador de mi fidelidad evangélica y no se visualiza como realidad que es parte de la revisión de nuestra conciencia cristiana. Sin embargo, la renuncia a volver mis ojos al hermano, mostrándole no sólo mi espalda, es un atropello que clama al cielo, pero es, al mismo tiempo, una oportunidad para encontrarnos con el rostro misericordioso de nuestro Dios.
II. Los clamores de los que hemos dejado a nuestra espalda: signos de los tiempos en nuestra Diócesis de Ciudad Quesada
8.- Siempre se ha sostenido que la familia es la célula básica de la sociedad. Se ha repetido esta frase tantas veces que ya parece que no somos capaces de entender lo que expresamos, ni lo que la misma implica. Siento que la hemos convertido en una muletilla intranscendente, a la que recurrimos para adornar discursos en los diversos ámbitos en los que intervenimos, pero que se hace decadente por la tipología de situaciones que hoy atenazan el ejercicio de la vida familiar, como primer escenario para el crecimiento de hombres y mujeres con sentido humano, y con las que parece que hemos terminado por acostumbrarnos. En ocasiones, algunas voces suenan con fuerza, pero con propósitos electorales que no trascienden si la propuesta política no resulta exitosa. Ante la conciencia cristiana, clama una institución familiar a la que se le está suprimiendo su capacidad formadora, al querer imponerle conductas que no coinciden con la ética cristiana, que se supone practicamos una inmensa mayoría de costarricenses. Preocupa, de igual manera, que en las relaciones familiares se desvanece el ejercicio de la comunicación, la que se ha convertido en uno más de los “emoticones”, transformando en verdaderos forasteros a sus miembros, dejando espacio para que el desamor, la desconfianza, la lejanía afectiva y la violencia se conviertan en moradores de las viviendas, poniendo en estado de alerta la experiencia de la casa como hogar.
9.- El síndrome de los padres ausentes, más ocupados en resolver compromisos laborales, políticos, económicos, y hasta religiosos, está empañando la práctica del afecto en cercanía, provocando la fuga emocional que recarga los vacíos con prácticas riesgosas, como el consumo de las drogas, el exceso en el uso de la tecnología, o la vivencia de una sexualidad de compensación. No menos preocupante es asistir al viaje forzado de miembros de la familia, que, a causa del empobrecimiento derivado del desempleo y de la crisis económica que eleva el costo de la vida, deben salir a buscar oportunidades de colocación laboral en sitios distantes al lugar de residencia, y que, con el paso del tiempo, al carecer de elementos de apoyo para conservar la calidad en la relación familiar, incide en una ruptura real en la vida de la familia.
10.- En consonancia con el drama de las familias que se desintegran, un grito impetuoso es el de las mujeres que son víctimas de violencia, que en su momento yo he calificado como “vergüenza nacional”, en el espacio de reflexión diocesana “Fermento”. Y son parte literal de esta vergüenza los hombres que no han sido capaces de reconocer el valor de la mujer como ser humano con dignidad. Por tanto, sus derechos no son concesiones de la buena voluntad de quienes establecen una relación, sino que derivan de su propia naturaleza y dignidad. Algunos de estos varones, para sostener y controlar esas relaciones, recurren al ejercicio de la violencia en sus diversas manifestaciones, anulando de forma cruenta las aspiraciones que tienen las mujeres, manejando tenebrosamente el rumbo de la historia de ellas a quienes ven como un objeto de respuesta material en los roles domésticos y una pieza para la satisfacción sexual.
11.- No menos doloroso, dentro de este drama, es el silencio social ante la violencia hacia las mujeres y las niñas, al considerar que es un tema de corte íntimo y que debe ser resuelto por los directamente implicados. Al darle la espalda a las víctimas, luego se asiste, con “horror”, a la información periodística de los casos de feminicidios, donde el mínimo de conciencia debería llevarnos a asumir culpa por dejar alojarse en nuestra voluntad el silencio que se hace cómplice del agresor.
12.- Otro rostro de mujer, al que la sociedad le muestra la espalda, es la personificación de las hijas de Dios como mero símbolo sexual, ya que la perspectiva libidinosa cierra los ojos del respeto y ha abierto puertas a la normalización del “uso erótico” de las mujeres, incrustando en el comportamiento de los hombres el abordaje sexual hacia las mujeres, expresado en los diálogos dentro de una subcultura pansexualista, que da contenido a crímenes como la trata de personas o a prácticas que riñen con la moral, como es la explotación sexual comercial.
13.- El trabajo dignifica a la humanidad. Esta es una verdad irrefutable que paradójicamente se ve llena de nubarrones cuando constatamos que es cada vez menor la posibilidad de que hombres y mujeres tengan garantizadas algunas necesidades básicas a partir de la administración de un salario digno, obtenido a través de un empleo estable. Se ha vuelto frecuente la migración interna de trabajadores que se desplazan para trabajar de forma temporal, e incluso con altos niveles de riesgo en las condiciones laborales -salarios, aseguramiento, términos de contratación- situaciones que no favorecen las posibilidades de una vida decorosa, tanto para el trabajador como para su familia.
14.- Me preocupa, sobremanera, la espalda social que ven y sienten los jóvenes de ambos sexos que han logrado formarse profesionalmente, pero lo único que obtienen como eco de sus búsquedas es la negativa a una contratación laboral por la carencia de puestos de trabajo. Hay una desproporción entre la oferta educativa y la oferta laboral, ya que un título no es garantía de obtención de empleo, incidiendo en la aparición de frustraciones y desesperanza, tanto en el que ya es profesional y no tiene empleo como en el que quiere estudiar y mira su futuro incierto, que en no pocas ocasiones amarra a los afectados, exponiéndolos a riesgos y peligros, incluso como fáciles víctimas del crimen organizado.
15.- “Esos otros, los venidos del otro lado”, vistos por algunos sectores de la sociedad costarricense como “factor de riesgo para la estabilidad del país, pues llegan a saturar los servicios públicos”, pero que, al mismo tiempo, son “necesarios” para que la economía del país se sostenga con mano de obra resistente y barata. Me refiero a los hermanos migrantes que son rostro del sujeto excluido por su condición de extranjero, que más que un asunto de estatus migratorio, es la revelación de un fenómeno sociológico de situar al nacido en otra nación como un ser humano de segunda categoría. Al emplearlos, algunos lo conceptualizan como una ayuda y como respeto a sus derechos humanos, a manera de una regalía de un buen corazón. Esos ante “quien se vuelve el rostro” (Is. 53, 3d), para que no mengüe la dignidad nacional, son al final “un mal necesario” para la dinámica económica del país. He de destacar la actualización de un camino desgarrador que están viviendo los hermanos que llegan buscando refugio, signo de una movilidad humana forzada por la violencia, mostrándose ante nosotros como una súplica de Jesús para que le abramos la puerta (cf. Ap. 3,20). Es un llamado apremiante para acompañar a quienes invocan nuestra solidaridad, y ante quienes debemos poner en común el hogar y la comida, para paliar la angustia de los que migran sin querer hacerlo. La Iglesia debe ser, una vez más, casa abierta con moradores sensibles y solidarios en la caridad.
16.- Es imposible no cubrirse la cara de vergüenza cuando se conoce el drama de nuestros adultos mayores, a los que se les convierte su soledad en una tragedia sin muchos actos, porque el argumento sostenido es el persistente abandono. Es una de las más abominables de las espaldas que la sociedad da para ciudadanos a los que habría que mostrarles el más genuino de los afectos y agradecimientos, traducidos en actitudes de cuidado, no sólo a su integridad, sino también a la riqueza de sus vivencias y experiencia que deberían ser transferidas como parte de la acción creativa de la humanidad. Más que instituciones con mandatos para proteger a los adultos mayores, debería aplicarse una auténtica justicia social, retribuyendo sus sostenidos aportes con acciones reparadoras, y dentro de las cuales las ayudas institucionales deberían ser una parte y no el todo, que en la mentalidad de algunos es una especie de limosna que hace de los adultos mayores personas a las que se les secuestra su dignidad al colocarlos en la categoría de mendigos a ayudar.
17.- No hay peor constatación precisar que, como sociedad, nos estamos acostumbrando a la violencia y a la muerte. Con el paso de los días, hemos ido transitando, peligrosamente, a través del estupor y del temor por todos los tipos de delitos contra la propiedad y la vida, hasta los umbrales de una pasiva aceptación de los hechos propios del accionar de la criminalidad. No se trata de oprimir el botón de pánico, pero la reserva de cuidado y la demanda de justicia para alcanzar el orden fundamental dentro de la sociedad no las podemos dejar en segundo plano. No podemos permanecer impasibles, considerando que “mientras no me afecte a mí”, estoy seguro y tranquilo. Esta expresión no es más que una excusa evasiva que pone en evidencia nuestra falta de solidaridad. Pensar y actuar de esa forma, indiscutiblemente fragmenta el tejido social y nos hace más vulnerables a los peligros de un egoísmo encallecido que oculta la ausencia de sensibilidad ante el dolor ajeno. Y no manejar esa empatía con las personas expuestas es una forma de darles la espalda.
18.- Los clamores de la casa común herida por el utilitarismo desmedido que insiste, de forma cínica, en defender a ultranza la explotación del ambiente, a pesar de los continuos llamados realizados por científicos, líderes sociales y religiosos del mundo; pese a ello y a los mismos clamores, no se logra el reconocimiento de los impactos que sufre la creación que se debate en un desvanecimiento paulatino de sus recursos. La arrogancia suicida de los que siguen negando el calentamiento global, so pretexto de ser una posición de extremistas ideológicos, sigue haciendo cálculos económicos sobre las ganancias que sacan de las riquezas de la creación. Por otra parte, preocupa la justificación que hacen los utilitaristas de que están respondiendo al hambre en el mundo, afirmación que contrasta con la cantidad de personas que hoy mueren por la ausencia de alimentos, no porque no los haya, sino porque la injusticia en la distribución de los bienes de la creación ya es una coraza que ha vuelto impenetrable la conciencia de los mercaderes de la casa común, que es don de Dios para todos y no para unos cuantos.
19.- No es común que en nuestra sociedad nos planteemos la pregunta sobre qué tipo de persona queremos ser y cuál es la sociedad a la que aspiramos. Pareciera que se está instalando el imperio del absurdo, en el cual los acontecimientos triviales se elevan a categorías de orden fundamental, y se banaliza, se ridiculiza, se oculta todo lo que se ha estimado a lo largo de la historia como pilares del desarrollo humano. Hoy tenemos respuestas para casi todo, pero escasea la reflexión sobre la relevancia de lo que se conoce, y más, si eso se hace parte de aprendizajes para la vida. Se transita como si todo fuera un monólogo, elevándose la magnitud de la solitariedad dentro de un contexto social tan diversificado. Bulle en el corazón de las personas el deseo de recuperar el encuentro con otros seres humanos; se hace tumultuosa la aspiración de reinventarnos como seres sociales, y por eso crece sin medida la comunicación a través de redes sociales, a las que les hace falta dar un salto necesario: estimular la cercanía personal y fundar el propósito de retornar al elemento básico: volver a ser familia humana.
20.- Urge tener la certeza de que los signos de los tiempos -a los que he aludido en números anteriores desde mi mirada de pastor- no son señalamientos condenatorios ante los rostros que hemos dejado a nuestras espaldas, sino una sincera invitación para realizar un profundo discernimiento evangélico, a fin de que, con el concurso de nuestra conciencia cristiana, identifiquemos “¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?” (Jn 6,28). Se trata de retomar una de las dimensiones fundamentales de nuestros compromisos bautismales: ejercer la diakonía (el servicio), siendo samaritanos seriamente comprometidos en la misión evangelizadora de la realidad social.
III. La dimensión social de la fe y los rostros que claman justicia.
21.- El Papa Francisco nos ha hecho un llamado crucial ante el estado hodierno de la historia de la humanidad, en la que se está haciendo común tener los oídos sordos ante el sufrimiento humano, recordándonos que “La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas”
(Evangelii gaudium 188). No es suficiente, en consecuencia, que nos quedemos en una escucha pasiva de las súplicas continuas de las personas y comunidades que aspiran a recuperar la dignidad de su existencia, sino que, desde ese escenario de diálogo liberador, ofrecer una respuesta de participación oportuna al excluido, amándolo con auténtico servicio solidario. Por ello, «todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor» (Evangelii gaudium 183).
22.- El camino con los pobres -como escenario de misión- queda plenamente explicado en su connotación pastoral, cuando el Papa Francisco destaca que “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga ‘su primera misericordia’. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo (Flp 2,5)” (Evangelii gaudium 198). Así será posible que nazca la solidaridad, la cual se realiza efectivamente porque es iniciativa de Dios. La solidaridad debe ser expresada como una profesión de fe que tiene que tener consecuencias en la vida del creyente, no como un sentimiento circunstancial, sino como una oportunidad de gestar acciones que impliquen una experiencia de vida nueva. Nos conduce esta participación a una auténtica vivencia cristológica, pues Dios, en la persona de su Hijo, se hace pobre para redimir la pobreza y coloca la pobreza como espacio de salvación. Así, en la experiencia real de la fe, el creyente que se compadece, asiste y promueve al pobre en sus clamores y los coloca al frente de su mirada de discípulo comprometido, realiza entonces el ideal de la caridad como mandamiento supremo.
23.- La escucha del clamor de los pobres y el servicio evangélico de la promoción es una gestión pastoral del discípulo misionero, para que con su compromiso haga posible que la acción caritativa y social de la Iglesia no esté al servicio del poder ni pueda servir para tranquilizar conciencias, aquietar conflictos, encubrir la injusticia y mantener a los pobres en su pobreza y a los ricos en su riqueza. No es un secreto que, en muchas ocasiones, se ha acusado a la caridad de ejercer esta función social y de ser, como la misma religión, opio del pueblo que tapa con la limosna los problemas que demandan justicia. “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien” (Evangelii gaudium 199).
24.- Promover al pobre es sacarlo de los diversos escenarios en los que se le coloca como “guardián de la espalda” de los que, con engreimiento, se sitúan como personajes llenos de privilegios, sacudiendo su arrogancia convertida en “donativos para los excluidos”, pero sin aportar formalmente en su perfección como personas dentro de una sociedad convocada a ser justa, en la que ya no habría necesidad de actos de generosidad, porque cada quien tendría lo que le corresponde para vivir con la dignidad de verdadero hijo de Dios. “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad: esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (Evangelii gaudium 187). Y con el Papa Francisco recodar que, cada día hay que clarificar la mirada hacia los pobres, mediante un permanente análisis de la realidad que nos evite caer en la especulación o en los juicios moda, logrando que en la reflexión del discípulo misionero se generen acciones humanas, de auténtico compromiso social, pero que irradien toda la riqueza liberadora del Evangelio.
25.- En nuestra Diócesis de Ciudad Quesada, mediante el servicio de los equipos parroquiales de Pastoral Social Cáritas se está procurando cumplir con el mandato evangélico de dar de comer a los hambrientos, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al emigrante, etc. (cf. Mateo 25, 31-46). Sin embargo, no es una intervención que esté exenta de señalamientos, fundamentalmente de quienes pretenden ocultar la verdad de las vidas de personas con historias de dolor dentro de las comunidades, y que promueven una discusión en torno a la acción caritativa y social, preguntándose si la caridad es asistencia, o si debe superar la asistencia promoviendo el desarrollo integral y atacando las causas estructurales de la pobreza. Más allá de la discusión, “la Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (Evangelii gaudium 188). Por tanto, se concluye que la acción caritativa debe responder a tres criterios: resolver las causas estructurales de la pobreza desde una correcta participación del creyente en la vida política; la cooperación de todos en la promoción integral de los pobres; y la comunión de los signos tangibles de la solidaridad. Para hacer posible este proceso liberador, es preciso que el creyente deba capacitarse para conocer y
asumir de forma responsable el compromiso social de su fe.
26.- La conversión de la Iglesia ante la realidad de los empobrecidos tiene que llevarnos a vivir la solidaridad como una disposición de devolver al pobre lo que le corresponde y defender efectivamente sus derechos. Queda claro que no es la simple orientación de la sensibilidad social, solapada a veces en expresiones casi folclóricas que, ante situaciones que sabemos distan mucho del plan de Dios, sólo se nos ocurre decir “qué pecadito”, lo que conduce hacia actos reactivos en un asistencialismo que tiene muchos límites y vicios. Paradójicamente, en vez de promover una promoción integral del pobre, lo convierten en “prisionero” de los gestos de buena voluntad. Jesús asumió su servicio a los pobres como signo de su identidad y de la autenticidad de su misión. Cuando los discípulos de Juan le preguntan si es él el Mesías que tenía que venir o tienen que esperar a otro, la respuesta es clara: «Id a Juan y decidle lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia» (Lc 7,18-23).
27.- Si bien puede decirse que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas, para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos»” (Evangelii gaudium 201). En esta afirmación encontramos un hecho determinante: los pobres son motivo de conversión para la Iglesia, puesto que no habría una vivencia real del Evangelio si no somos capaces de asumir que la Buena Noticia es actuar al estilo de Jesús, el Dios con nosotros, que pasó haciendo siempre el bien.
IV. La Espiritualidad de la caridad: misión de toda la Iglesia.
28.- El Espíritu Santo, por el que confesamos que Jesús es el Señor y en virtud del cual formamos parte de un cuerpo, es quien suscita en la Iglesia el carisma de la caridad, fundamento del correspondiente ministerio de servicio a los pobres. De ahí que necesitemos una profunda y auténtica espiritualidad si queremos ejercer el ministerio de la caridad y animar la caridad en la comunidad, para que no quede en una simple acción externa o vacía. La fuente de nuestra caridad es Dios y el fundamento de nuestra espiritualidad está en el amor de nuestro Dios, en ese amor del Padre que se nos ha comunicado en Cristo por la efusión del Espíritu. No hay caridad sin Espíritu y no hay acción caritativa y social sin espiritualidad, sin vida en el Espíritu. Sin espiritualidad, la Pastoral Social se reduciría a una obra social o a una empresa de servicios sociales. “Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una ç evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos” (Evangelii gaudium 261).
29.- Dios es el Señor de la historia, por ello el Reinado de Dios reclama un compromiso en la realidad social. Quien ha conocido el kerigma, o lo ha anunciado, sabe que el Reino de Dios es lo que da contenido a todo proceso de evangelización. “La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7)” (Evangelii gaudium 180).
30.- El llamado a la justicia es para todos los bautizados. Quien se compromete con el Reinado de Dios y lo asume como proyecto de vida, tiene que tener claro que no puede dejar espacio a una contradicción entre su profesión de fe y la responsabilidad de ser protagonista en los cambios que son necesarios para que dicho Reinado se alcance. Los rostros que ocultamos al darles la espalda, desde la perspectiva y exigencia del Reino de Dios necesitan ser visibilizados, porque ellos son los predilectos de su amor. En consecuencia, quien se siente amado responde con amor, y uno de los atributos que tiene el amor creyente -como respuesta a la iniciativa de Dios- es amar al prójimo. Esto lo sabemos bien, pero nuestro deber es pasar del conocimiento de principios religiosos -que no deben quedar como un dato intelectual- a una práctica cotidiana efectiva, conscientes de que “Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común»” (Evangelii gaudium 182).
31.- La pobreza es un signo de encuentro evangélico, porque no es un fenómeno de mera identificación de datos sociales, sino el reconocimiento de la presencia -ante nuestra mirada y conciencia cristiana- de seres humanos víctimas de pecados sociales que desnudan la incongruencia de una sociedad en persistente lejanía de la justicia y la hermandad. Es de esta manera que, el imperativo de escuchar el clamor de los pobres, se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. No en vano el Evangelio proclama: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino: «Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio» (2,12-13). Sin embargo, el mérito de que la pobreza nos comprometa no está en función de la evitación del castigo eterno, sino que en las transformaciones alcanzadas, que hacen de los empobrecidos personas libres y con dignidad, nos abren el sendero para convertirnos en portadores perseverantes de buenas noticias que nos humanizan y que nos hacen testigos fieles de la misericordia, praxis de la que sólo podemos recibir como premio la plenitud por haber sido y vivido como auténticos hijos de Dios y hermanos de todos.
32.- En medio de la dispersión, y hasta de la confrontación que se ha ido haciendo “normal” en nuestra historia actual, y aunque es doloroso reconocerlo, procurar la solidaridad también es causa de conflicto, en cuanto que buscar el orden querido por Dios necesariamente plantea el ineludible compromiso para hombres y mujeres que, “ungidos por el Espíritu, son especialmente sensibles ante la pobreza y la opresión, en nombre de Dios denuncian la injusticia y toda forma de explotación, se rebelan ante el lujo y la orgía de los poderosos, demandan un culto verdadero hecho de misericordia —no de sacrificios—, y de atención a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, es decir, a los más pobres e indefensos, y anuncian el amor misericordioso de un Dios comprometido en manifestar su fuerza salvadora
en la historia” (Altaba, Vicente; La dimensión social de la evangelización, Madrid, 2014). Al mismo tiempo, desde una espiritualidad para el compromiso social de nuestra fe, hay una forma de situarse ante las tensiones que generan las acciones solidarias, y “es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9)” (Evangelii gaudium 227).
33.- Ser signos de la ternura de Dios es el gran reto que tenemos, porque, a veces, “sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura” (Evangelii gaudium 270). Vivimos en una cultura del triunfo y del éxito, de la exaltación de los grandes, los fuertes y los vencedores. Se trata de una cultura competitiva, de la búsqueda incesante del éxito en la que todo se mide por los resultados, y mejor aún, si los resultados son inmediatos y al menor costo. Sin embargo, nosotros, desde el Espíritu de Jesús, optamos por el amor a los frágiles, los débiles, los pequeños, los perdedores del mundo. Sólo quien aprende a descansar en la ternura de los brazos del Padre, como nos lo recuerda el Profeta Oseas (11,1-9), aprende a mostrar los suyos, brazos humanos pequeños, limitados, pero capaces de acoger al desvalido y llevarlo a sitio seguro.
V. Ser voces de esperanza: tareas de la Pastoral Social.
34.- Estamos comprometidos con la evangelización, porque la misión de la Iglesia es el anuncio alegre y el testimonio
efectivo de la Buena Noticia. Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión» (Evangelii gaudium 10). Y esa es la perspectiva que aspiramos se instaure como una práctica en todos los bautizados en la Diócesis de Ciudad Quesada, para que el compromiso social no sea una vocación particular, que de manera generosa un importante grupo de hermanos comparte desde los servicios de los equipos parroquiales de Pastoral Social-Caritas, sino un signo permanente que identifica a todos los creyentes, pues si efectivamente estamos configurados como discípulos misioneros, el ejercicio de la caridad en la Iglesia adquiere pleno sentido cuando se convierte en evangelización.
35.- Por otra parte, la evangelización no tiene pleno sentido si no se convierte, a la vez, en una permanente promoción humana, en desarrollo integral, en obra de liberación, que sólo es posible mediante la gestión de una Pastoral Social transformadora e integral. Entendida así, todos tenemos la oportunidad de darnos nosotros mismos, haciendo posible poner frente a nuestra mirada creyente el rostro, la historia de los hombres y mujeres colocados por el pecado social a la espalda de la comunidad, a la espalda de los que nos declaramos cristianos. San Juan XXIII, cuando convocó al Concilio Vaticano II, expresó que “Siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos de los tiempos (Mt 16,3), Nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad” (Bula Humanae salutis). Esta afirmación del Magisterio Universal de la Iglesia es la que me motiva a poner, ante la reflexión de los creyentes de esta porción del pueblo de Dios a mí confiada, las siguientes pautas pastorales que, en el ejercicio de mi responsabilidad episcopal, tal como lo pide el Código de Derecho Canónico, en el canon 394 § 2: “Inste a los fieles para que cumplan su deber de hacer apostolado de acuerdo con la condición y la capacidad de cada uno, y exhórteles a que participen en las diversas iniciativas de apostolado y les presten ayuda, según las necesidades de lugar y de tiempo”.
36.- Por consiguiente, pido para que, en materia de Pastoral Social, las siguientes pautas pastorales sean conocidas, profundizadas desde el conocimiento de sus contenidos, y practicadas de forma consciente y perseverante, de tal manera que, los cambios a los que aspira la familia humana sean verdaderamente posibles y no queden en un sueño
que lastima la conciencia de los bautizados.
1) Promover en el pueblo Dios una conciencia social coherente con el Evangelio.
37.- En los cuatro Evangelios podemos leer el milagro de la multiplicación de los panes (cfr. Mt 14,13-22; Mc 6,30-45; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15), y que, si bien es cierto que la común interpretación de este relato nos conduce a encontrarnos con Jesús, que es el “Pan de Vida”; si lo leemos en clave de compromiso con la realidad social que hay que evangelizar, es una inmejorable oportunidad para corresponder al ejercicio de la solidaridad, que como expresó San Juan Pablo II “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Sollicitudo rei socialis 38). De ahí que, a la luz de la Palabra de Dios que nos narra este milagro, podemos extraer algunas importantes lecciones para la vida de servicio de los creyentes:
• El cristiano no puede permanecer impasible ante el “hambre” de sus hermanos. Jesús no fue indiferente ante las necesidades de los que escuchaban la Buena Noticia de sus labios de Maestro, por el contrario, asoció sus palabras con gestos concretos de que su mensaje respondía a la totalidad de la persona, a su libertad integral. Cuando se evangeliza, se ha de tener la certeza de que Jesús puede responder a las angustias de su pueblo, y que tiene poder para restaurar la dignidad de los hijos de Dios, por medio de las acciones solidarias de los bautizados.
• El milagro de la multiplicación de los panes comienza con el aporte material mínimo de alguien que se siente cercano al Maestro, y que en su momento saca de lo privado ese bien y lo hace común, lo pone al servicio de la comunidad. Los panes y los peces, que en su etapa inicial estaban pensados para saciar el hambre personal, se convierten en instrumento de comunión, la cual sólo es posible con el reconocimiento de que cada uno posee un recurso, un talento, una capacidad, que, al acercarla a los aportes de otros, se transforman en ejes motivacionales para superar el egoísmo y construir la vivencia de ser comunidad, en la cual todos nos sentimos responsables de todos, y el bien común es tarea de todos.
• Todos podemos ser protagonistas de la misericordia, como es el caso del joven que comparte su alimento (dato recogido únicamente por el Evangelio de San Juan), y que como parte de las personas poco valoradas en su época – por joven y por pobre- nos conduce a asumir que no es necesario ser un “experto en caridad ni un erudito del amor”, para saber que todos tenemos algo que poner en manos del Señor, a fin de que Él haga lo demás, eso que lleva a la vida plena. Por consiguiente, no tenemos excusa para ausentarnos de las acciones misericordiosas de nuestra Iglesia realizadas en los compromisos de la Pastoral Social.
• Debe ser parte de la práctica cotidiana de todo bautizado -como compromiso frontal de la lucha evangélica contra el hambre- superar el pecado del desperdicio, porque no es compatible con el nombre cristiano que se derrochen recursos necesarios para dar respuesta a las aspiraciones de desarrollo de muchos. Es inconcebible que el creyente deseche esos recursos teniendo ante su mirada tantos rostros de hermanos que podrían salir de la exclusión y la pobreza con solo poner como atributo de nuestra vida el uso racional y generoso de las cosas. Lo suficiente que tengamos o que nos quede, debería ser básico para diseñar verdaderos procesos de hermandad desde la caridad.
2) Asumir, en Jesús, el Buen Samaritano, la praxis del servicio solidario.
38.- Tenemos que dejar claro que la práctica de la misericordia no es una reacción ante una circunstancia, ni algo que queda resuelto con acciones puntuales, como quien pretende controlar un dolor de cabeza recurriendo a un analgésico, sin tomar en cuenta que hay síntomas sociales que deben ser acompañados de procesos pastorales que generen impactos que sólo pueden ser una demostración de que el Reinado de Dios es posible entre nosotros. Es Jesús, en el Evangelio de San Lucas 10, 25- 37, quien nos enseña el itinerario para una práctica de la solidaridad que transforma la realidad de los que han sido colocados a la espalda de la sociedad, al mismo tiempo que los promueve como sujetos de una vida de acuerdo al plan de Dios. Y es que, en este relato, encontramos una sucesión de verbos que son ineludibles como forma de establecer el diálogo que nos lleva a reinstalar la esperanza en medio de nuestras comunidades. Estas acciones son llegar, ver y compadecerse. Valiosa y trascendental enseñanza de Jesús para nuestros días, y que coincide con la invitación del Papa Francisco a que seamos “Iglesia en salida”.
39.- Poder llegar es una posibilidad solamente para quien se pone en movimiento, para el que sale de la modorra que es propia del egoísta, para el que derriba la costumbre del confort espiritual. Quien así se moviliza, se lanza al sendero del riesgo evangélico de amar, y la fuerza de ese amor le hace llegar donde se ha ausentado la paz, la justicia y el respeto; llega hasta donde la vida se ha descalabrado. Así, el misionero de la misericordia no solo llega, sino que mira con los ojos de la ternura divina que lo conduce a sentir la “amargura del agua del pozo ajeno” y los sufrimientos del hermano. La compasión lo introduce en el diálogo del servicio trasformador, ya que al compartir, hace del “herido del camino” la respuesta a su propia conversión, poniendo en evidencia que el pobre, el excluido, la mujer violentada, el migrante burlado por su identidad, el anciano privado de compañía, los niños afectados por la falta de protección y afecto, el hombre con una esperanza despoblada a causa del desempleo, esos no son “otros”, no son seres extraños en el camino de nuestra vida, sino presencia de Jesús que sigue siendo histórico y real en esas historias a las que les debemos llevar una buena noticia.
3) Desarrollar el compromiso profético de los bautizados: advertir la llegada de los que dañan la dignidad de las personas y la creación (Ez 33, 1-9).
40.- El cristiano no es un espectador de lo que acontece en la vida comunitaria, en la realidad social local o internacional. No se ha nacido a la experiencia eclesial para hacer de nuestro cristianismo una pasarela, o una gesta para ganar medallas de honor. Dentro del plan de Dios, cada uno de nosotros es portador de una buena noticia que hunde sus raíces en un corazón que ha hecho experiencia de la misericordia desde el amor de un Dios que es “lento a la cólera y rico en piedad” (Salmo 145). Esta experiencia nos ha de llevar a proceder como personas misericordiosas. Si no tenemos la certidumbre de que Dios ha tomado la iniciativa para llevar nuestra vida hacia el bien, no podríamos precisar qué es el bien, la justicia, la equidad, el desarrollo y las actitudes sinceras para compartir en la caridad y la solidaridad. Urge, en consecuencia, una sólida y profunda formación de la conciencia social de los bautizados, para poder purificar su mirada de los sesgos de las modas religiosas, para asumir como criterio de verdad la fidelidad al Evangelio, el profetismo, como actitud permanente de denuncia a todo lo que sea contrario al propósito de Dios de hacernos personas plenas, a través del cambio de las estructuras de los pecados sociales, y asumiendo las consecuencias de decirle sí al Reino de Dios y su justicia.
4) Es menester que recuperemos la responsabilidad del cuidado de la Casa Común, de la creación como don
de Dios para todos.
41.- Nuestro bello planeta no es un botín a conquistar, no es una plaza de feria a la que asisto para disfrutar y luego la olvido para buscar nuevas fuentes de placer. Es la casa de todos, es el hogar donde abrazamos la más intensa de las disposiciones para darle sentido a nuestra vida. Hemos de desarrollar, en consecuencia, un alto sentido de pertenencia a la madre tierra, saber que nos nutrimos de ella porque Dios le ha dado atributos para sostener la vida, los cuales no son obra humana, aunque en todos sus productos se decanta el mandato de hacer efectiva la fertilidad de la tierra a través del sabio ejercicio del trabajo.
42.- Hemos de aprender a identificar los gemidos de la creación, a la cual hemos herido profundamente por el apetito voraz de la acumulación y el desperdicio, pero que aún tenemos la oportunidad de volver hacia ella el rostro ecológico. Como creyentes buscamos la santidad, por lo que hoy debemos reconocer que “la paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?” (Laudato Si 225). Un signo inequívoco de nuestra recuperación como personas integrales es que procedamos al establecimiento de una relación de cuidado real a la creación, en la que el ser humano es la cúspide y depositario de las más intensas muestras del amor de Dios.
5) El conocimiento de la doctrina social de la Iglesia para fortalecer el discipulado misionero.
43.- Sobre este desafío impostergable de nuestra fe, atendamos al Magisterio universal de la Iglesia: “El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción de las que puede partir para promover un humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina constituye, por tanto, una auténtica prioridad pastoral, a fin de que las personas, iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la realidad actual y de buscar apropiados caminos para la acción: La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forman parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia 7).
44.- No debemos considerar la doctrina social de la Iglesia como una herramienta meramente académica, ni como un recurso para una especialización pastoral, mucho menos un menú para resolver “los problemas sociales”. Esta doctrina social es un pozo de insospechada valía para poder darle contenido y dirección al compromiso social de la fe. “Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. Una auténtica fe -que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (Evangelii gaudium 183). Por tanto, animo a todos para que se establezca un ejercicio de pastoral de comunión, a fin de concretar la solidaridad desde el compromiso social de la fe, y desde la animación de la Pastoral Social-Caritas de nuestra Diócesis de Ciudad Quesada, la cual tiene el mandato de propiciar el desarrollo de los compromisos eclesiales en esta dimensión de la vida bautismal. Esta finalidad será solamente posible si cada miembro de la comunidad diocesana toma con alto sentido en su responsabilidad evangélica de “no darle la espalda al hermano” (Is. 58,7).
45.- Quiero concluir esta V Carta Pastoral, uniendo mi confianza al Señor con el cántico que San Pablo nos ha regalado, en la carta a los Efesios 1, 3-10, sabiendo que toda obra de solidaridad tiene como origen y fin la infinita misericordia de Dios.
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
En la sede episcopal, a los dos días del mes de agosto del año del Señor dos mil dieciocho, solemnidad de Nuestra Señora de los Ángeles, Patrona de Costa Rica.
MONS. JOSÉ MANUEL GARITA HERRERA,
Obispo de Ciudad Quesada