
Nuestra Señora del Monte Carmelo,
Jueves 16 de julio 2020, Parroquia La Tigra, 10:00 a.m.
Muy querido P. Horacio y queridos hermanos todos:
Con gran gozo y alegría, celebramos, un año más, la fiesta patronal de esta querida comunidad parroquial de La Tigra, en medio de las circunstancias tan particulares de esta crisis sanitaria que estamos pasando. Valga este día de Nuestra Señora del Carmen, para pedir su maternal y eficaz intercesión, a fin de que Señor quiera librarnos del azote de esta pandemia y que nos ayude a salir delante de esta crisis que nos afecta a todo nivel.
Pedimos especialmente por el mundo entero, por nuestro continente americano, por nuestro país y nuestra diócesis. Oramos por los que han muerto a causa del COVID-19, por los enfermos del virus, por sus familiares, por los que han perdido su trabajo, por quienes viven en pobreza y pobreza extrema, en fin, oramos por todos bajo el amparo de la Madre del Monte Carmelo a quien hoy honramos y celebramos.
Sabemos que el origen de la devoción de la Virgen del Carmen se remonta a inicios del siglo XII, cuando varios ermitaños se retiraron al Monte Carmelo -que significa “jardín de Dios”- para imitar al gran profeta Elías, quien se había retirado a ese lugar para defender la fidelidad al único Dios de Israel. La belleza natural y la posición geográfica del Carmelo eran y son características verdaderamente privilegiadas para la oración, la contemplación y el encuentro con Dios. Recordemos que, en la Escritura, el monte es lugar típico de encuentro con Dios. Se sube a la altura de un monte para subir y elevarse a Dios, para acercarse a Él. Por eso, la oración de la Misa de hoy dice elocuentemente que la ayuda y protección de María nos ayuden a llegar al monte de la salvación, que es Cristo el Señor.
Asimismo, sabemos que, un día como hoy, el 16 de julio de 1251, fundada ya la Orden del Monte Carmelo, la Virgen del Carmen le entrega a San Simón Stock, primer Padre General, la gracia del escapulario como insignia característica de la espiritualidad carmelitana. El escapulario es un sacramental que nos recuerda el auxilio maternal de María, y que estamos llamados a ser santos y fieles en nuestra relación con Dios y en nuestra experiencia de fe.
Precisamente, los textos de la Palabra de Dios que hemos escuchado, nos presentan, ante todo, a María como una creyente, como una mujer de fe que consagró toda su vida a Dios y que fue fiel a Él totalmente. María se identifica con la hija de Sión, de la cual habla el profeta Zacarías, en la primera lectura, que se goza y se alegra en el Señor. Como personas de fe, debemos vivir siempre alegres y gozosos, esta debe ser una característica muy propia del creyente, pese a las dificultades y sufrimientos que podamos tener. Nos gozamos y alegramos en el Señor porque Él nos llena, nos colma y da sentido a nuestra vida. Porque María siempre se alegró y gozó en el Señor, es que canta, exclama y exulta en el Magnificat diciendo “proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”. La alegría debe ser característica de nuestra vida de fe, como lo fue en María. Alegres siempre en el Señor.
Esta mujer creyente y alegre, fue también madre, Madre del Hijo de Dios, Cristo el Señor. Por su sí a Dios, María se convirtió en Madre del Mesías, pues, como decía San Pablo, en la segunda lectura de su carta a los gálatas, “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. Esa mujer creyente, generosa, disponible, dócil y obediente a Dios es María, a quien hoy honramos y de quien queremos aprender de su fe, confianza y entrega a Dios. Digamos siempre sí a lo que Dios nos pide.
Finalmente, el evangelio de San Mateo, pone de manifiesto que María, ante todo, es creyente y mujer de fe. Jesús es muy claro, lo primero que nos une a Dios son los lazos de la fe y no tanto los vínculos de la sangre, por ello el Señor decía: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por supuesto que Jesús no es indiferente con María ni la desprecia como madre suya, pero sí destaca que el vínculo principal es el de la fe. El verdadero creyente es el que responde sí a Dios, el que confía en Él y, sobre todo, el que cumple su voluntad. Y María es la primera creyente que actuó y vivió de esa manera. Seamos personas de fe, creyentes que cumplimos con fidelidad y generosidad la voluntad de Dios. Esto es lo que nos acredita indiscutiblemente como discípulos de Jesús: cumplir, llevar a la práctica lo que creemos y hacer lo que el Señor nos pide. Recordemos a María en Caná de Galilea “Hagan lo que Él les diga”.
Aleccionados por la Palabra de Dios y por el testimonio de la Virgen María, pienso, hermanos, que esta fiesta de Nuestra Señora del Carmen nos llama a estos aspectos concretos:
- A subir siempre a Dios: Es decir, a elevar y orientar siempre nuestra vida a Dios como el absoluto, como el sumo bien y el sentido último de nuestra vida. Subir para estar y vivir siempre en comunión con Él, como lo hizo en todo momento la Virgen María.
- A crecer en la oración: Los primeros ermitaños y carmelitas buscaron el Monte Carmelo para dedicarse a la oración y a la contemplación. Precisamente subimos, nos elevamos a Dios a través de la oración como diálogo y trato íntimo con el Señor, oración en la que vivimos y experimentamos una profunda comunión con Él; oración que es fuerza, luz, sentido e impulso en la fe; oración por medio de la cual nos abandonamos y ponemos toda nuestra vida -lo que somos, lo que tenemos y lo que necesitamos- en manos de Dios. Sin oración no hay vida cristiana ni fruto en la fe. La oración es el oxígeno para nuestra alma.
- A avanzar y madurar en fidelidad al Señor: Este es el objetivo y la gran meta de la fe. Quien ama a Dios y vive en continua comunión con Él, necesariamente será fiel, se mantendrá siempre en sus caminos, como lo hizo María. Hoy, cuando muchos se desvían por caminos equivocados, cuando de se alejan de la verdad, y cuando incluso rechazan a Dios y reniegan de su fe por ideologías y pensamientos humanos, le pedimos al Señor, por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, que nos ayude con su gracia a ser fieles, a perseverar en nuestra fe que hemos recibido, a mantenernos en el camino de la verdad de Dios y de la Iglesia, que no nos deje caer en la tentación de alejarnos de Él y tomar otros caminos que no sean los suyos.
Hermanos, la fuerza y el alimento para vivir como verdaderos creyentes y para ser fieles al Señor, sin duda alguna nos viene de la Eucaristía, del cuerpo y de la sangre de Cristo que asumieron nuestra humanidad en el seno virginal de María, la mujer creyente y fiel. Que Nuestra Señora del Carmen nos ayude a subir siempre hacia su Hijo Jesucristo, monte de la salvación. Que nos acompañe y anime siempre en el camino de la fe; que interceda por nosotros en este momento de crisis que vivimos. Y, sobre todo, que nos auxilie maternalmente en la hora de nuestra muerte para subir y llegar a la presencia de Dios eternamente.
Que así sea, amén.
Mons. José Manuel Garita Herrera
Obispo de Ciudad Quesada