Ordenación Presbiteral de Stward Jesús Benavides Cedeño

Ordenación Presbiteral de Stward Jesús Benavides Cedeño,

Sábado 11 de julio 2020, Catedral del Ciudad Quesada, 10:00 a.m.

Dilecto hijo Stward, queridos sacerdotes y queridos hermanos todos en el Señor que nos siguen a través de las transmisiones de Radio Sant Clara:

Más allá de la situación de la pandemia y de las lamentables restricciones a las cuales nos ha obligado -razón por la cual faltan acá muchas personas- lo importante es que estamos en esta Catedral para la ordenación de un nuevo presbítero al servicio de nuestra diócesis, que tanto necesita de sacerdotes en mayor número y santidad. Stward ha querido que le acompañe hoy esta familia presbiteral diocesana que le acoge, en comunión fraterna y sacramental, como un nuevo miembro e integrante de la misma.

Estamos aquí, con inmensa gratitud y alegría diocesanas por esta celebración, en el contexto de nuestro año jubilar diocesano, y particularmente de la memoria de San Benito, abad, padre del monaquismo occidental y figura clave no sólo para la Iglesia latina, sino también para la cultura del mundo conocido en su época. Con su célebre lema “Ora et labora” (ora y trabaja) San Benito nos sigue inspirando e impulsando al encuentro con el amor divino y a comprometernos decididamente con él.

Stward, para vos que hoy te ordenas presbítero, este lema y espíritu de San Bendito han de inspirarte y lanzarte para este nuevo servicio que Dios y la Iglesia te piden y confían. Desde la Palabra de Dios, que se nos ha proclamado, y desde el testimonio y legado de San Benito, te lanzo los siguientes cuatro desafíos e ideales, a la vez, que te comprometen existencialmente desde hoy y para el resto de tu vida.

1.- Ora y trabaja:

“Ora et labora”: La actividad y trabajo de todo cristiano, mucho más aún del sacerdote, deben partir y estar inspirados desde la oración, entendida como encuentro personal, íntimo y permanente con el Señor. Esta ha de ser una experiencia y un deber constante del sacerdote como consagrado y hombre de Dios por excelencia. La oración es fuente de gracia, fecundidad, fortaleza y perseverancia para el trabajo; y nuestro trabajo no es común y corriente, pues se refiere a las cosas de Dios en favor de las personas. Por tanto, en la vida del sacerdote la oración ha de preceder, inspirar y sostener siempre el trabajo o servicio de caridad pastoral que hemos de hacer en nombre de Dios y para bien de la Iglesia. Si solo trabajamos y no oramos, de seguro caeremos en un activismo infecundo, sin sentido, sin alma y sin inspiración sobrenatural y sacerdotal. Por ello, oremos para trabajar y servir.

2.- Ungido y sellado por el Espíritu:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena noticia”, nos ha dicho el profeta Isaías en la primera lectura. El sacerdote no es un hombre más, común y corriente, mucho menos del mundo. Es, ha de vivir y ha de dar testimonio como hombre de Dios: ungido y consagrado con el óleo del Espíritu, de la santidad y de la alegría. Ungido y marcado por el Espíritu para servir, bendecir y hacer el bien. Ungido y marcado por el Espíritu para anunciar y testimoniar la buena noticia de Dios con identidad propia e indiscutible respaldo de santidad. Ungido y marcado por el Espíritu para ser profeta, para consolar, liberar, perdonar y llevar esperanza con un mensaje absolutamente diferente a los vacíos discursos del mundo; pues lleva, predica y transmite ni más ni menos que la Palabra de Dios, no sus ideas o pensamientos propios, sino con la ayuda del Espíritu. Para que sea fiel y honesto con esa misión, es ungido y marcado para siempre con un sello indeleble que lo transforma ontológicamente.

 3.- Pastor del Rebaño del Señor:

“Apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado, de buena gana y como lo quiere el Señor”, ha dicho elocuentemente el apóstol Pedro en la segunda lectura. Hay en ese texto cuestiones fundamentales, prácticas y siempre actuales para el sacerdote. El rebaño, las ovejas no son propias, son del Señor. Por tanto, se nos confía y encomienda el rebaño, pues no es nuestro; por consiguiente, estamos llamados a ser fieles administradores y guardianes del rebaño en nombre del Señor. Si tenemos esto claro en la mente e impreso en el corazón sacerdotal, el verdadero pastor habrá de tratar al rebaño de buena gana, con abnegación y siendo ejemplo para las ovejas. Nunca le tratará de mala forma, o de manera forzada; nunca por interés mezquino u otros intereses que no sean los de Dios y de las mismas ovejas que se nos han confiado no sólo para el momento presente, sino para la vida eterna. Está claro entonces: el sacerdote es pastor, no funcionario; cuida verdaderamente del rebaño del Señor, y por ello lo trata con amor de consagración, con abnegación y generosidad. Sólo actuando así, con ese testimonio y de esa forma, podrá el sacerdote recibir el premio de la gloria.

4.- Consagrado en la verdad y para la verdad:

“Conságralos en la verdad”, ha exclamado Jesús en la oración sacerdotal del evangelio que hemos escuchado. El cristiano, y muchísimo más aún el sacerdote, es un consagrado, no es del mundo, no pude ni debe asimilarse a lo común y a lo corriente, ni jamás acomodarse a ser como los demás. El sacerdote es un consagrado por el Maestro de la verdad, por Aquél que es la única Verdad, para decir, proclamar y predicar la verdad de Dios, de la fe, del amor y de la Iglesia. Como consagrado, el sacerdote ha de tener y vivir con una infaltable identidad propia que ha de expresarse inequívocamente en su modo de pensar, de hablar y de actuar. El sacerdote es un consagrado, es decir, un hombre sagrado, uno diferente y distinto, porque ni más ni menos que es un “alter Christus” (otro Cristo).

En esto radica la grandeza de la identidad sacerdotal del presbítero que ora y que trabaja, del sacerdote que es ungido y marcado por el Espíritu, del ministro que es pastor y consagrado para las cosas de Dios y para el bien de las ovejas. Esta identidad y consagración es lo que debe tener siempre presente, escrito en su mente y sellado en su corazón para ser fiel, santo y creíble en el ejercicio de su ministerio. Lo demás será secundario y vendrá por añadidura. Lo esencial no puede faltar, no se puede dar por supuesto y siempre ha de estar de primero, sobre todo y, ante todo. Sacerdote: eres un ungido, un consagrado, un pastor, otro Cristo. Esta es tu identidad propia, única e inconfundible que has de reflejar y transparentar en todos los momentos y circunstancias de tu vida.

Stward, antes de actuar y de servir, ora siempre primero. Que el Señor te conserve siempre muy clara y presente tu identidad única e irrepetible, a fin de que seas fiel y santo por el resto de tu vida. Vive con alegría, gozo y generosidad tu ministerio en esta nuestra diócesis a la que tanto amamos y que tanto necesita de nuestro servicio y testimonio sacerdotal. Ama de verdad, con fidelidad y honestidad a la Iglesia. Inspírate en la fidelidad y obediencia de la Santísima Virgen, en el silencio y humildad de San José, en el inmenso celo pastoral de San Carlos Borromeo y en la doble máxima de San Benito que hoy hemos recordado. Canta y proclama siempre las misericordias del Señor, como nos invitaba el salmo 88. Así serás siempre un fiel y un santo sacerdote, como lo quiere el Señor y lo necesita la Iglesia.

Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, de cuyo único sacerdocio participamos, por pura misericordia suya, se hará presente en este altar para darnos el alimento, la fuerza, el impulso y la gracia que necesitamos con su cuerpo y con su sangre. La celebración de la Eucaristía, ojalá diaria, sea para vos, Stward, el alma, el centro y el amor de toda tu vida sacerdotal desde hoy para siempre, porque “tu es sacerdos in aeternum”. Así sea, amén.

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada