¿Quién de nosotros no necesita perdón, conversión y reconciliación?

Miércoles de Ceniza, 2020

Catedral de Ciudad Quesada, 26 de febrero. 9:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor:

“En nombre del Señor, les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”. Hemos escuchado esta afirmación del apóstol Pablo en la segunda lectura de su segunda carta a los corintios, y me parece que resume y proyecta, a la vez, el espíritu y el sentido de este santo tiempo de Cuaresma que hoy iniciamos con esta celebración de Ceniza.

Cuaresma es un camino, un itinerario espiritual de 40 días que tiene como fin prepararnos para la gran y central fiesta de Pascua, en la cual celebraremos los misterios principales de nuestra fe cristiana: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por ello, Cuaresma es un tiempo propicio, un tiempo de gracia para reconciliarnos con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos también. Se trata, entonces, de dejarnos reconciliar por Dios para convertirnos en personas nuevas; dejarnos reconciliar desde el infinito amor y la inmensa misericordia que Dios tiene para con nosotros. Esta es la motivación y el estímulo principal para emprender este camino.

Dios es el que tiene la iniciativa de reconciliarnos, renovarnos y convertirnos. Por ello, San Pablo también nos dice: “no echen la gracia de Dios en saco roto”, es decir, aprovechemos este tiempo propicio y favorable que Dios y la Iglesia nos dan para convertirnos, renovarnos y reconciliarnos. Cuaresma es tiempo de gracia, tiempo de paso de Dios por nuestras vidas para que hagamos experiencia de la Pascua con Cristo, el hombre nuevo.

Me parece que Jesús nos ofrece, en el evangelio de San Mateo, los grandes medios de los cuales podemos hacer uso y valernos para reconciliarnos y convertirnos. Son medios de gran tradición bíblica y eclesial que el Señor nos invita practicar con verdadero espíritu interior, para cumplir efectivamente la voluntad de Dios, y no simplemente agradar a los hombres y ser vistos por ellos. Nos basta que el Padre celestial nos vea en lo escondido y que desde lo escondido nos recompense.

Como hemos escuchado, Jesús nos invita, en primer lugar, a la limosna como medio eficaz de conversión y reconciliación. La práctica de la limosna, entendida como capacidad de compartir lo que tenemos y no lo que nos sobra con los necesitados, habla de un corazón sensible, generoso, desprendido, capaz de salir de sí mismo y del propio egoísmo para compartir e identificarnos con los sufrimientos, necesidades y dolores de los demás. Además, la Escritura afirma que “la limosna cubre la multitud de los pecados”. Demos y compartamos con generosidad y desprendimiento, salgamos de nosotros mismos, de nuestras estrecheces y egoísmos, para convertirnos y reconciliarnos a profundidad.

En el sentido de lo que venimos hablando, y en particular de este primer medio de conversión que es la limosna, el Papa Francisco ha titulado su Mensaje para la Cuaresma que hoy iniciamos así: “La generosidad nace de la confianza en Dios”, inspirado en el numeral 158 de su Encíclica Laudato Si’, donde afirma el Santo Padre: en las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra, pero, exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes”. Llamado claro a la solidaridad, por ello, demos con generosidad. Demos confiando en la providencia de Dios, recordando también a la pobre viuda del evangelio que, según palabras del mismo Jesús, “dio todo lo que tenía para vivir”, porque de verdad confiaba en Dios.

El segundo medio de conversión y reconciliación es la oración, el encuentro íntimo con el Señor a través de la escucha de su palabra, del silencio interior y exterior también. La oración es encuentro y diálogo con el Señor que cambia y transforma nuestra vida. Inspirémonos para esta Cuaresma en Jesús que va al desierto, cuarenta días y cuarenta noches, a orar y encontrarse con su Padre celestial.

El tercer medio de conversión y reconciliación que Jesús nos propone es el ayuno. No se trata simplemente de un ayuno ritual o externo, sino de un verdadero signo de nuestra apertura y disponibilidad a la acción de Dios. Es ponernos delante de Él vacíos y necesitados para llenarnos de su amor y su misericordia. Este ayuno, el que agrada a Dios, debe ir acompañado también por obras de misericordia, caridad, solidaridad y generosidad.

En la misma línea del apóstol Pablo, que nos invitaba a “dejarnos reconciliar por Dios”, el profeta Joel nos llamaba, en la primera lectura, hacer experiencia de lo que debe ser esencialmente la Cuaresma como camino hacia la Pascua: “Esto dice el Señor: todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón … enluten su corazón y no sus vestidos”. ¿Y por qué convertirnos? El mismo profeta nos responde: “porque el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”. La tarea es la conversión, el objetivo es reconciliarnos. Pedimos que el Señor nos perdone a nosotros, su pueblo. Clamamos misericordia con el salmo 50: nos confesamos necesitados de misericordia, compasión, perdón de las culpas, lavarnos de nuestros delitos. Todo lo pedimos por la inmensa compasión que Dios tiene de nosotros.

¿Quién de nosotros no necesita perdón, conversión y reconciliación? Lejos de nosotros la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia e incluso la mundanidad espiritual. Conscientes de esta necesidad que todos tenemos, el convertirnos al Señor y dejarnos reconciliar por Dios, no es otra cosa que poner humildemente y delante de Dios nuestra debilidad humana, pero teniendo en el centro y como fin al Señor que es compasivo y misericordioso. Esta gran verdad nos hace caminar, a través de la Cuaresma, con confianza y esperanza. Y, precisamente, el signo de la ceniza que vamos a recibir es expresión de la conciencia que tenemos de nuestra condición frágil, mortal y pasajera: somos polvo y al polvo hemos de volver. La ceniza es signo también de que emprendemos el camino hacia la Pascua, con un corazón limpio y humilde, aspirando a una vida nueva, a imagen de Jesucristo, en la celebración del próximo misterio pascual de la cual esperamos fruto abundante.

Este encuentro que estamos teniendo con el Señor en la Eucaristía, encuentro a través de su palabra, del signo de la ceniza y, sobre todo, del alimentarnos con su cuerpo y con su sangre, nos ayude a vivir, en cada uno de los próximos días, el verdadero espíritu de la Cuaresma, y lleguemos así preparados y purificados a las venideras fiestas de la Pascua.

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada