Solemne Misa Crismal, Jueves Santo 29 de marzo, 2018

Hermanos y hermanas del pueblo santo y sacerdotal de Dios:

Un año más, nos concede el Señor la gracia de participar y celebrar esta solemne Misa Crismal -celebración única y profundamente significativa- en el contexto de esta Semana Santa. Damos gracias a Dios por estar siendo, en este momento, expresión viva y comunional de la única Iglesia de Jesucristo que, en concreto, peregrina y actúa en esta Iglesia Particular de Ciudad Quesada.

Sin temor a equivocarme, siento que esta hermosa y particular Misa Crismal tiene un triple carácter o significado: se trata de una celebración eclesial, sacramental y sacerdotal.

1.- Una celebración profundamente eclesial:

La Eucaristía, por definición y origen, es siempre eclesial, pero hoy, de manera particular, empezando por el Papa y continuando por todos los obispos y catedrales del mundo, cada Iglesia Particular o diócesis se reúne como pueblo santo de Dios y asamblea sacerdotal, entorno al obispo -principio y fundamento visible de unidad y comunión- para poner de manifiesto la sacramentalidad, la unicidad y la santidad de la Iglesia. Este pueblo, reunido en virtud y a imagen de la Trinidad (LG 4), es la Iglesia única de Jesucristo, Esposa suya, sacramento de salvación, misterio de unidad y comunión, comunidad evangelizadora y misionera, signo visible y sacramento de la unión entre Dios y los hombres en medio del mundo y de la sociedad actual.

Esta comunidad eclesial la conformamos todos los fieles -laicos y ordenados- que tenemos una identidad y misión propias. Identidad de ser pueblo de Dios. Y misión de evangelizar y servir, a semejanza de Jesucristo, fundamento y piedra angular de la Iglesia, Ungido y Unigénito del Padre, Enviado a anunciar y a realizar la buena noticia de la salvación. Hoy, en esta celebración tan eclesial, damos gracias a Dios por ser Iglesia, por estar y pertenecer a ella. Y le pedimos al Señor la gracia y el impulso del Espíritu -que ungió y envió a Jesús- para ser fieles y generosos a la misión que cada uno de nosotros tenemos en la Iglesia. Por ello, en mi última carta pastoral “Y serán mis testigos”, he dicho que: “Ser Iglesia y vivir en comunión diocesana, se trata de una experiencia de fe que configura nuestra vida como discípulos y misioneros, y por tanto que tiene su fundamento en el mismo Señor (…) La experiencia de ser Iglesia está precedida por la elección gratuita que el Señor hace de los suyos, y vincula a los discípulos a su propia vida” (cfr. n. 14).

2.- Una celebración propiamente sacramental:

En el contexto de la Eucaristía -sacramento fontal y central de la Iglesia- el obispo bendice hoy los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y consagra el santo crisma. En efecto, la única Iglesia de Jesucristo, sacramento visible del Padre, se sostiene, alimenta y nutre de la gracia de los sacramentos, pues, su ser y misión no son de origen humano, sino divino, por tanto, sólo se mantiene y crece con la gracia de Dios. El óleo de los catecúmenos ungirá a los que serán bautizados y entrarán a formar parte de la Iglesia. El óleo de los enfermos fortalecerá y consolará a quienes padecen sufrimiento, dolor y enfermedad con el aceite del amor y la misericordia de Aquel que ha venido a curarnos con sus propias heridas. El santo crisma sellará y consagrará a quienes sean bautizados, confirmados y ordenados, al mismo tiempo que dedicará exclusivamente al uso sacro templos y altares.

Con todo esto se pone de manifiesto la belleza de la sacramentalidad de la Iglesia, ella misma es sacramento y, al mismo tiempo, se edifica y santifica por los sacramentos como fuentes abundantes y eficaces de gracia. Los momentos y signos sacramentales, que dentro de poco veremos y viviremos, ponen de manifiesto la voluntad del Señor Jesús de confiar a su Iglesia los bienes sacramentales que la nutren y la hacen crecer a través de la fuerza y la acción del Espíritu Santo que unge, santifica y consagra. Asimismo, esta riqueza y efusión sacramental de la Iglesia y para la Iglesia, queda patente, de manera admirable, hoy jueves santo, día en que conmemoramos también la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial. Con esta Misa Crismal, iniciamos un nuevo año de gracia del Señor que sigue animando y santificando a su Iglesia por medio de los signos sacramentales que le comunican su gracia.

3.- Una celebración particularmente sacerdotal:

La Misa Crismal es la celebración por excelencia del pueblo sacerdotal que es la Iglesia. Así nos saludaba bellamente el autor de la segunda lectura del Apocalipsis: “Gracia y paz, de parte de Jesucristo, que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre”. Reino y pueblo de sacerdotes todos: unos por el sacerdocio común del bautismo, y otros por el sacerdocio ministerial ordenado. Hoy recordamos y celebramos el sacerdocio único de Jesucristo que se perpetúa en la Iglesia.

Como bien sabemos, sacerdocio es sinónimo de servicio, sacerdote es el que sirve, el que cumple una misión por vocación e identidad propia, sea laico u ordenado. Por tanto -como sacerdotes todos- los que nos encontramos aquí y conformamos la Iglesia, estamos llamados a una misión de servicio en medio de la comunidad eclesial, del mundo y de la sociedad; una misión concreta, visible y palpable que se encarna en la realidad viva de cada persona, no de manera abstracta, oculta o relegada, como algunos quieren ver la experiencia religiosa o de fe. Sobre el tema de la misión, nos han hablado -de manera admirable- los textos de la Palabra de Dios proclamados, desde tres perspectivas:

3.1- Servicio y misión de evangelizar: tanto el profeta Isaías, en la primera lectura, como Jesús, en el evangelio de San Lucas, estando en la sinagoga de Nazaret, nos hablan de que han sido ungidos y enviados, por la fuerza y el impulso del Espíritu de Dios, “para llevar la buena noticia a los pobres”. Se trata de buena noticia de salvación y de palabras de vida eterna, en medio de tantas y tan malas noticias que hay en nuestro entorno y nos agobian. Sólo el evangelio, como buena nueva, y sólo las palabras de vida de Jesús podrán cambiar el corazón humano y renovar nuestra realidad eclesial y social. Y este evangelio, como palabra viva y se salvación, se cumple, se hace realidad en la persona de Jesús, quien nos ha dicho: “Hoy mismo se ha cumplido este anuncio de la Escritura que ustedes acaban de oír”. Confiados y seguros en esta palabra que se cumple, y que no son vanas promesas, todos nosotros, como pueblo de Dios y miembros de la única Iglesia de Cristo, tenemos la misión esencial e ineludible de evangelizar, de hablar de las cosas de Dios y de la fe, aunque algunos se incomoden y nos quieran callar. Recordemos la sentencia del apóstol Pablo: “Ay de mí si no anuncio el evangelio”.

3.2- Servicio y misión de hacer el bien: en medio de tanto dolor, sufrimiento y violencia -a semejanza de Isaías- nosotros somos enviados a hacer obras concretas de caridad y amor: curar corazones quebrantados, proclamar el perdón, anunciar libertad a los que viven cautivos por cualquier causa, consolar afligidos y pregonar el año de gracia del Señor. Como Iglesia -madre y experta en humanidad- estamos llamados a ser sensibles, cercanos, caritativos y misericordiosos, llamados a hacer patente la redención y la salvación de Dios para quienes más sufren y necesitan.

3.3- Servicio y misión de dar testimonio: el autor del Apocalipsis nos presenta a Jesucristo, el testigo fiel, aquel que nos amó y purificó de nuestros pecados con su sangre. Cristo es testigo del amor infinito y de la salvación gratuita del Padre; con su misterio pascual ha dado testimonio de obediencia hasta la muerte; es el testigo fiel y veraz que no actúa por su cuenta, sino en nombre Aquel que lo envió. La vida y la fe cristiana es eso: vida, un estilo concreto de vivir que se manifiesta a través de un testimonio personal y comunitario. Porque la fe es vida y testimonio, el cristianismo no se puede esconder en el ámbito de lo privado, no se le puede desvincular de la realidad del mundo, de la sociedad, de la cultura, la política y la economía; no se le puede “archivar” dentro de las paredes de un templo o sacristía. La vida de fe y el testimonio cristiano están llamados a renovar y transformar el mundo para bien, para hacerlo más humano, solidario y caritativo. Con la unción y el impulso del Espíritu, renovemos hoy nuestro compromiso de vida y testimonio de bien, de amor, de servicio, de solidaridad, de justicia, de honradez y rectitud. Este es nuestro testimonio como Iglesia que debe brillar en medio del mundo, tal y como el Señor nos lo encomendó.

Finalmente, quiero hacer un acento sobre el signo y rito particular de la renovación de las promesas sacerdotales de los presbíteros. Queridos Padres, hoy ustedes se comprometen, una vez más, a renovarse, a ser fieles y honrados en su ministerio, a servir por amor a Cristo y a la Iglesia, a conducir a este pueblo santo por los caminos de Dios y hacia la vida eterna. Que el Señor renueve en ustedes la gracia sacramental que recibieron por la imposición de manos; los anime e impulse, con la fuerza del Espíritu, para que siempre sean buenos, fieles y santos sacerdotes, verdaderos y eficaces ungidos del Señor para bien de la Iglesia, en especial de nuestra amada diócesis.

El pueblo sacerdotal camina, se alimenta y cumple su misión gracias a la Eucaristía, al cuerpo y la sangre de Cristo que se nos dan sobre este altar, para que vivamos en unidad y comunión, para que demos testimonio de amor y solidaridad, para que cumplamos fielmente -aquí y ahora- nuestra misión de evangelizar y servir, para lo cual el Señor ha fundado y constituido su Iglesia que somos todos nosotros.

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo Ciudad Quesada