Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Misa Vocacional Diócesis de Ciudad Quesada

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Jueves 7 de junio, 2018

Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles

Ante todo, quiero dar gracias a Dios por permitirme estar compartiendo con todos ustedes esta Misa vocacional organizada por la Diócesis de Ciudad Quesada. Siempre es una gran alegría venir al Seminario para renovarnos en esperanza y revivir recuerdos de distintas etapas de nuestras vidas y ministerios. Venimos a orar por las vocaciones que toda la Iglesia necesita, en particular nuestra Diócesis urgida por un mayor número de pastores, en razón de las últimas muertes y enfermedades de algunos sacerdotes. Oramos, en fin, para que el Señor impregne a toda la Iglesia de la cultura vocacional que ella necesita para cumplir fielmente la misión que el Señor le encomendó.

Celebramos esta Misa vocacional en la víspera de la entrañable Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que pone de manifiesto el inmenso amor de Dios hacia la humanidad expresado en el Corazón de su Hijo, traspasado por la lanza del soldado en el calvario, y del cual ha brotado la salvación para todos y ha nacido la Iglesia como sacramento visible del amor de Dios. Este misterio y abismo de amor infinito, que es el Corazón de Jesucristo, no solo es de gran esperanza y consuelo para todo cristiano, sino, sobre todo, que se trata de un gran aliento y desafío, a la vez, para quienes ya somos sacerdotes y particularmente para quienes se están formando en función de este ministerio sagrado. Sin duda, el corazón, la vida y la acción del sacerdote deben estar rebosantes del amor, la misericordia, la mansedumbre y dulzura del Corazón de Jesús, pues, como diría San Pablo, estamos llamados a tener los mismos sentimientos de Cristo que se rebajó, se humilló y se entregó por todos nosotros. Sin duda, lo propio del sacerdote es la entrega de toda su vida por amor.

La Palabra de Dios proclamada nos acerca hermosamente a contemplar y profundizar este misterio de amor sublime manifestado en el Corazón de Cristo.

En la primera lectura, el profeta Oseas hace un breve recuerdo de cómo y cuánto ha amado Dios a su pueblo Israel. Como un padre amoroso, Dios cuida y acompaña a su pueblo como si se tratara de un niño: lo llama, lo enseña a caminar, lo atrae con los lazos del cariño y con las cadenas del amor. A pesar de las infidelidades, este Dios sigue amando a su pueblo, su corazón se conmueve, se inflama de compasión total, lo trata con misericordia y amor. Para nosotros hoy, qué hermoso y consolador este mensaje: somos guiados y atraídos por el amor de Dios en todo momento, este Dios amor se conmueve y siente compasión total por cada uno de nosotros, más allá de nuestras infidelidades, rechazos e inconsistencias.

Esta realidad divina de amor total y gratuito de Dios se trata de un misterio de sabiduría y de un designio eterno, según San Pablo, en la segunda lectura de la carta a los efesios. Por ello, el apóstol pide al Padre que todos nosotros podamos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y experimentar que se amor sobrepasa todo conocimiento humano. Qué inmensidad de misterio y qué abismo más maravilloso de amor es el de Dios. Sin duda es infinito, inabarcable e inconmensurable.

Este misterio de amor de Dios se ha hecho visible y se ha hecho carne en la persona de su Hijo, entregado a la muerte de cruz por nosotros. Este es el amor total; se trata del amor más grande, pues da la vida por los que se ama. Jesús no solo muere por amor en la cruz, sino que, estando ya muerto, su corazón sacratísimo es traspasado por la lanza del soldado, según nos ha contado San Marcos en el evangelio. De su corazón traspasado sale sangre y agua, surge de él vida y salvación, brota misericordia, amor y perdón. Se trata de un corazón abierto para amarnos a todos y para que en él entremos todos y hagamos experiencia de este amor infinito que nos salva, redime, perdona, renueva y purifica. Cómo no nos vamos a sentir amados y acogidos, abrazados y acompañados, cuidados y protegidos por este amor infinito, generoso y total de Cristo que expresa elocuentemente su divino y sagrado corazón.

Con sencillez y humildad, muy consciente de que me encuentro con ustedes en la casa donde se forman los futuros sacerdotes de Cristo y de la Iglesia, quiero compartirles los siguientes aspectos prácticos desde el misterio del Corazón de Jesús:

1.- El sacerdote es y debe ser un enamorado de Jesús. Se trata de alguien que se ha dejado conquistar amorosamente para siempre. El sacerdote ha de ser un enamorado que se da sin reservas ni cálculos, sin búsqueda de facilidades y comodidades; al contrario, el sacerdote es un enamorado del amor de Dios que se entrega con verdadera reciedumbre, capacidad de renuncia y espíritu de sacrificio, todo por amor, y un amor superior, total, como es el amor del Corazón de Jesucristo. Si no estamos enamorados de este amor divino, si no nos hemos dejado conquistar por él, no podremos dar fruto, no podríamos vivir en fidelidad. Si no estamos enamorados verdaderamente del amor de Cristo, no sería posible la perseverancia, no podríamos mantener la palabra dada, empeñada y comprometida hasta el final. El que no está enamorado se desencanta, se desmotiva, abandona y deserta pronto.

2.- El sacerdote es y debe ser un servidor siempre inspirado en el modelo del Buen Pastor, capaz de enamorar y animar también a las personas y a las comunidades. Nuestra misión y vocación es -ni más ni menos- que llevar a Dios a los demás, que animar y acompañar la experiencia de fe de nuestras parroquias, gentes y comunidades. Y esto sólo lo puede hacer alguien que está verdaderamente encendido en el amor de Dios, de ese amor infinito que brota del Corazón de Cristo que renueva, transforma, impulsa, anima y santifica. Así ha de ser el corazón y la vida del sacerdote. Cuánto necesitamos de sacerdotes encendidos verdaderamente en el amor de Cristo para bien del mundo y la Iglesia. No hay duda que un ministro sagrado así será un testimonio eficaz y un principio renovador que atrae e impulsa, que cautiva con el testimonio vivo de su vida sacerdotal y la vivencia siempre fresca de su vocación. Pensemos en la renovación y en la transformación del pueblo y parroquia de Ars por parte de San Juan María Vianney; él siempre vivió como un verdadero enamorado de Cristo, para él el sacerdocio era el amor del corazón de Jesucristo. Por el contrario, qué anti-signo y qué contradicción más grande es un sacerdote apagado, desganado, desmotivado, poco diligente y con lamentable déficit de verdadera y generosa entrega.

3.- El sacerdote es y ha de ser un pastor, testimonio vivo de los mismos sentimientos que brotan del Corazón de Cristo, es decir, de bondad, paciencia, misericordia, caridad, delicadeza, buen trato y atención. Nunca actitudes de dureza, autoritarismo, prepotencia o maltrato. El Corazón de Jesús trata, cuida y ama a sus ovejas con caridad y ternura totales y consumadas, en todo momento y circunstancia.

4.- El sacerdote es y ha de ser un creyente y un orante que se deja llenar constantemente del amor que brota del Corazón de Cristo. Para ello, hay que tratar con el Señor, intimar con Él en la oración, hacer experiencia de contemplación de este misterio. No podemos dar lo que no conocemos ni tenemos. Por ello, el encuentro personal, íntimo y constante con el Señor es indispensable.

5.- El sacerdote es y ha de ser un contemplativo del amor infinito de Cristo que se abaja, se acerca y se identifica para dar testimonio de amor hacia los más pobres, necesitados, olvidados y despreciados; no por demagogia, sino por exigencia y urgencia impostergable de caridad pastoral. Con ternura, paciencia, misericordia y amor estamos llamados a tocar la carne sufriente de Cristo en la persona de los hermanos que más necesitan.

Todo esto que hemos dicho a la luz del misterio del Corazón de Jesús se forja, se forma y se fragua para los futuros presbíteros desde esta casa de formación sacerdotal. De allí la importancia y trascendencia del Seminario. Por ello, queridos seminaristas, hay que aprovechar y vivir intensamente este tiempo de gracias que es el Seminario. Ustedes no se puede dar el lujo de dejar pasar y de improvisar, de aplicar la ley del menor esfuerzo; no pueden ni deben caer en la tentación de instalarse y acomodarse en una zona de confort dejando enfriar en ustedes el amor del Corazón de Jesús. El enamorado de Cristo y el que ha sido conquistado por su corazón amantísimo, siempre quiere y busca profundizar más y más en el amor de Dios, siempre se siente encendido, inflamado e impulsado a llevar y compartir con su vida esta experiencia inagotable de amor.

Por ello, oramos hoy especialmente por esta clase de vocaciones que necesita hoy la Iglesia. Oramos por ustedes, queridos seminaristas, para que -acompañados por sus formadores- día con día se configuren más y mejor al Corazón de Cristo, con su mismo amor y con sus mismos sentimientos. Este debe ser el único modelo y la única fuente de motivación e inspiración para ustedes vocacionalmente hablando.

La Eucaristía actualiza y hace presente el misterio infinito de la entrega de Cristo que nos ha amado hasta dar la vida, luego de que su corazón amantísimo fuera traspasado por la lanza del soldado. Que al recibir el alimento del cuerpo y de la sangre de Cristo, nos sintamos traspasados por este misterio insondable del amor de Dios, y que nos sumerjamos, hoy y siempre, en este abismo infinito de amor que es el corazón sacratísimo de Jesús para vivir siempre en él y por él.

¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío! ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo!

Amén.

 

Monseñor José Manuel Garita Herrera

Obispo de Ciudad Quesada