Sólo desde Dios encontramos sentido a nuestra vida

Natividad del Señor 2020

Misa del día, viernes 25 de diciembre, Catedral de Ciudad Quesada, 9:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor:

En uno de sus sermones, el gran San Agustín nos recuerda: “Despierta, hombre: por ti Dios se hizo hombre (…) Estarías muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo”. Este es un resumen admirable del misterio santísimo que celebramos en este glorioso día. El Dios eterno se ha hecho temporal, el Dios omnipotente y todopoderoso se ha hecho pequeño, humilde, sencillo, frágil, pobre. Qué misterio más grande de amor, cercanía, solidaridad, vida, luz y salvación es el que celebramos con el nacimiento del Hijo de Dios en la historia y en el mudo.

Intercambio admirable de amor y redención. Al unirse lo divino con lo humano, en la persona del Verbo eterno con nuestra carne mortal, el cielo y la tierra se unen. El fruto bendito de las entrañas purísimas de María, el Sol que nace de lo alto, ha iluminado con su gloria el mundo entero en este día de su natividad entre los hombres. Cuánto nos ha amado, cuánto se nos ha acercado Dios hasta el punto de hacerse uno de nosotros. Sólo en la mente, en el pensamiento y el proyecto salvífico de Dios pudo caber semejante don y regalo. Por ello, otro gran padre de la Iglesia, San Ireneo de Lyon, dirá: “Dios se ha hecho hombre, para que el hombre se haga Dios”. Nuestra carne y nuestra naturaleza humana han sido redimidas y regeneradas del mal y de la corrupción del pecado por la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios.

Hermanos, aún en medio de un año y una crisis que han traído dolor, oscuridad y muerte por causa de la pandemia, hoy, como personas de fe y esperanza, exultamos de gozo, alegría y gratitud inmensas por el nacimiento de nuestro Salvador. La liturgia de este santo día está llena de conmoción y se maravilla por la grandeza y sublimidad del misterio que hoy celebramos. Hoy es día de grandes noticias y nuevas para nuestra salvación.

Precisamente, la primera lectura de Isaías habla de un mensajero que trae una gran noticia para Sión, un mensaje gozo, paz y victoria: Dios volverá a ser el rey de Israel, quiere liberar y redimir a su pueblo. Por ello, hay que cantar a coro, el pueblo verá la victoria de su Dios. Nosotros hoy, con el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, vemos esta nueva etapa de salvación y redención que ha empezado para la humanidad, y de la cual somos parte por pura misericordia y amor de Dios. Por tanto, alegrémonos, demos gracias y alabemos este misterio admirable que nos salva.

Para el autor de la carta a los hebreos, en la segunda lectura, este Dios que salva y redime a su pueblo, le ha hablado de diversas maneras a través del tiempo. Pero ahora, en esta última etapa, en este último momento que nos ha tocado, Dios nos ha hablado personal y directamente por medio de su Hijo. Justamente se trata del misterio que hoy celebramos: el acercamiento y el abajamiento de Dios a nuestra historia, a nuestra humanidad y realidad. Nos habla y nos salva desde nuestra misma carne, porque se ha hecho uno de nosotros. Qué misterio de amor y salvación más sublime y profundo, hermanos. Contemplemos y alabemos la grandeza de Dios.

Para San Juan, en el célebre prólogo de su evangelio que escuchamos, el Hijo de Dios habla y se comunica porque es el Verbo y la Palabra de Dios. La gran noticia y el gran anuncio del evangelio de este día es esta culminante afirmación: Aquél que es la Palabra, el Verbo eterno, “se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Más exactamente afirma que “se hizo carne”, se ha hecho humanidad, debilidad, fragilidad y pequeñez por nuestra salvación. Por haberse hecho carne visible, hemos contemplado la gloria de Dios ante nuestros ojos. Es la luz que brilla en medio de las tinieblas; Él es la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Dejémonos iluminar por el resplandor de su gloria; no lo rechacemos como lo han hecho y lo hacen las tinieblas del mal y del pecado. Hoy muchos siguen rechazando la vida, la luz y la gloria de Dios, porque prefieren vivir en las tinieblas del mal, la mentira y el pecado. La salvación de Dios es gratuita para quien quiere abrirle sincera y humildemente su corazón.

La Navidad es realmente fiesta de paradojas y contrastes, que se manifiestan en el abajamiento del Hijo de Dios, y al mismo tiempo en su gloria que se revela admirablemente ante nosotros. Paradoja de la debilidad humana y del poder de Dios, simultáneamente. Pero, hermanos, la fe nos hace ver claramente que Dios prefiere hacerse visible y cercano en la sencillez y en la humildad, no en la fuerza y el poder que tanto seducen al hombre. Dios ha nacido en nuestra carne; fue dado a luz en la pobreza del pesebre de Belén; ha surgido entre nosotros en medio del silencio y la quietud de la noche. Así actúa Dios, así quiere que lo imitemos.

Por ello, en medio de tanta violencia y egoísmo; de tanta disputa, poder y competencia; en medio de tanta ambición, soberbia, lucha, injusticia y muerte, Navidad es mensaje de paz y amor, de fraternidad y solidaridad, de vida y luz; es un mensaje de esperanza para un mundo y un hombre nuevos. Sólo desde Dios, y en especial del Dios que se ha hecho cercano y visible, encontramos sentido a nuestra vida y a nuestra historia. El ser humano, entre más se aleja de Dios, se sume en la oscuridad, el absurdo y el sinsentido. Dejémonos iluminar por el amor y la salvación de Dios que hoy resplandecen ante nuestros ojos en la persona de su Hijo que nos ha nacido como Salvador. Navidad es luz, vida, esperanza y salvación. Ese es el camino y la meta final, a la vez.

Al celebrar todo este sublime y profundo misterio en la Eucaristía, en la cual, el Dios que se ha hecho carne visible se nos da como alimento de vida eterna, pidamos al Señor la gracia de poder comprender más a profundidad su amor infinito por nosotros, para ser más humanos, más hermanos, más humildes y más capaces de vivir en el amor de Dios. Este ha de ser el fruto de la Navidad en nosotros.

¡Santa y bendecida Navidad para todos! Amén.