
Santa María, Madre de Dios. Viernes 1 de enero 2021.
Catedral de Ciudad Quesada, 9:00 a.m.
Hermanos todos en el Señor:
Hace pocas horas finalizamos el difícil y duro año 2020, del cual -más allá la crisis y pruebas que hemos tenido- damos gracias a Dios con sentido de fe. En medio de todo ello, el Señor ha estado con nosotros y ha caminado a nuestro lado, porque su misericordia es eterna.
Asimismo, hace pocas horas hemos iniciado este 2021 con nuestra esperanza y confianza puestas en el Señor, en su amor y providencia que siempre nos acompañan. Hemos iniciado también este nuevo año con la figura y presencia de Santa María, Madre de Dios, y madre nuestra también. Ella, mujer de fe y esperanza, nos inspira y anima en el camino de la vida y en nuestra experiencia de fe.
Me parece que el significado y el contenido de esta solemnidad de hoy, se resumen con la palabra bendición. Esta experiencia real -que forma parte de nuestra vida de fe- entre otras cosas la entendemos como la presencia constante y amorosa de Dios que nos colma de sus dones en cada momento y circunstancia de nuestra vida. Bendición es la acción providente y misericordiosa de Dios que nos cuida, acompaña, anima y fortalece con su amor infinito y maravilloso. Por ello, continuamente somos bendecidos, pues Dios es fiel y amoroso desde siempre y por siempre.
Sin duda, la expresión máxima de ese amor providente y fiel de Dios, fue el hecho de darnos a su Hijo en nuestra carne humana para salvarnos y redimirnos. Él ha sido la máxima bendición; el más grande don y regalo para nosotros y nuestra salvación. Y lo hizo por medio de María, instrumento extraordinario de Dios; por ella, que nos dio a luz en Belén al Salvador, ha sido posible esta bendición maravillosa y este don salvífico. Este es el misterio que estamos celebrando en la Navidad, y hoy resuena especialmente en la octava de esta solemnidad del nacimiento del Señor.
De bendición y bendiciones nos han hablado los textos de la palabra de Dios que hemos escuchado. La primera lectura, del libro de los Números, es una fórmula de bendición de las más antiguas que nos ha conservado la Sagrada Escritura. Consta de tres peticiones que comienzan con el nombre del Señor; se implora a continuación la protección de la vida, la gracia y la paz; tres dones que resumen las aspiraciones del hombre y que sólo Dios puede otorgar en plenitud. Hoy pedimos al Señor que nos bendiga en este nuevo año con su vida, su gracia y su paz. Esas son nuestras aspiraciones y deseos, son las bendiciones que pedimos confiadamente.
El salmo 66, con el que hemos rezado, nos invita a pedir la piedad, la misericordia y el amor de Dios, y también pedimos que nos bendiga. Hemos repetido: “Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos. Esta ha de ser la actitud que nos inspire y que tengamos como creyentes
Pasando a la segunda lectura de la carta a los gálatas, San Pablo nos pone de manifiesto que, en Cristo, Dios ofrece a todos los hombres la posibilidad de llegar a ser hijos suyos, y a todos nos envía el Espíritu de su Hijo. «Cualquier hombre que cree (…) ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios» decía San León Magno.
Con la Encarnación en «la plenitud de los tiempos» decía San Pablo, la historia ha llegado a su momento culminante, ha quedado definitivamente orientada hacia Dios, pues se trata de nuestra salvación y de la esperanza de eternidad que tenemos como hijos de Dios. Él se ha encarnado y ha “nacido de mujer”, de María, miembro de nuestra raza; por consiguiente, al dar a luz al Verbo de Dios en el tiempo, Ella se ha convertido en verdadera Madre de Dios. Bendición inmensa y extraordinaria de ser hijos de Dios, a través del sí de una mujer escogida y colmada de la gracia de Dios para esa misión.
En el evangelio, nos contaba San Lucas que los pastores fueron de prisa a Belén, porque como recuerda San Ambrosio «nadie busca a Cristo perezosamente». Ya antes se había dicho que, después de la Anunciación, María había ido de prisa a visitar a Santa Isabel a las montañas de Judea. El alma que ha dado entrada a Dios en su corazón vive con alegría la visita del Señor, y esa alegría da alas a su corazón de madre agradecida y bendecida. Tenemos que apresurarnos para buscar a Dios en todo momento y circunstancia de nuestra vida, en Él está el sentido más profundo y pleno de nuestra existencia. Sin Él nada tiene sentido y razón de ser.
Los pastores fueron a contemplar la bendición suprema de Dios que se manifestó en el nacimiento de su Hijo concebido en el seno de María. Ella también contempla el misterio, el don, la bendición que es Cristo mismo. María contempla en silencio y meditando, haciendo muy probablemente oración de alabanza y gratitud a Dios por aquel maravilloso prodigio, en medio de la pobreza y humildad del pesebre de Belén. Dios se nos ha hecho cercano, solidario, bendición y salvación en medio de la pobreza, la humildad y la sencillez. Magna lección nos da Belén de cómo ser y actuar como personas y como creyentes.
Al finalizar un año ayer, e iniciar uno nuevo hoy, volvamos a nuestras realidades y ambientes alabando y glorificando a Dios, como lo hicieron los pastores, por todo lo que vieron y oyeron. Proclamemos y demos testimonio del santísimo nombre de Jesús que significa “Dios salva”. Él es para nosotros el camino, la verdad y la vida. Es el máximo don y bendición de Dios que nos salva y nos redime. Esta certeza nos da confianza y esperanza para iniciar un nuevo año en manos de Dios, confiados en la fe y fortalecidos en la esperanza. Vivamos y actuemos así, como personas de fe que somos.
Asumamos de esta manera los retos y desafíos personales y familiares; las grandes tareas que tenemos como país, llámense pandemia, pobreza, desempleo, temores, incertidumbres, divisiones, pérdida de valores, etc. Los retos y desafíos los hemos de afrontar teniendo por delante la meta del bien común que hemos de buscar con sentido de solidaridad, justicia social y respeto a la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto, tarea y acción que tengamos empieza por el respeto a la vida como primera bendición que hemos recibido de Dios.
Unidos, en manos de Dios, con sentido de responsabilidad y compromiso, y dando lo mejor de cada uno podremos salir adelante y alcanzar los propósitos y metas que nos hemos planteado. La vida, la familia, la comunidad y la actividad de cada uno, Costa Rica entera también, merecen lo mejor de nosotros mismos, inspirados en la fe y en los valores que siempre nos han caracterizado como país valiente y emprendedor. El 2021 no tiene que ser la excepción; todo lo contrario, las situaciones y problemas que tenemos pendientes nos exigen más y lo mejor de todos.
También, en este primer día del año, celebramos en comunión con toda la Iglesia la 54 Jornada Mundial de la Paz, para la cual el Papa Francisco ha elegido el tema “La cultura del cuidado como camino de paz”. Nos recordaba el Santo Padre que el 2020 estuvo marcado por la experiencia del Covid-19, que nos ha exigido cuidarnos cada uno, y cuidarnos los unos a los otros, para superar esta crisis y vivir efectivamente la solidaridad, la armonía y la paz entre todos. Por ello, el Papa nos dice en su mensaje que escogió este tema acerca del cuidado “para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día”. Que cuidándonos unos a otros podamos vivir verdaderamente en paz.
Hermanos, para nosotros la Eucaristía es fuerza y alimento, pues es el mismo Cristo que se nos da en su cuerpo y sangre como pan de vida eterna. Con la fuerza, el impulso y la gracia de Dios, iniciemos -con mucha confianza y esperanza- este año nuevo, con la certeza de que el Señor nos acompaña y bendice a cada momento, pues Él es eternamente misericordioso y fiel. La Virgen, Madre de Dios, y San José nos acompañen también en este camino y durante este tiempo.
Bendecido y feliz año nuevo para todos. Amén.