Todos estamos llamados a ser santos

Solemnidad de todos los Santos.
Rito de admisión a las órdenes sagradas,

Domingo 1 de noviembre 2020,
Parroquia San José de Aguas Zarcas, 11:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor:

Haciendo una pausa en el desarrollo del tiempo ordinario y en comunión con toda la Iglesia, celebramos esta solemnidad de todos los Santos que significa fundamentalmente dos cosas:

1- Celebrar y honrar a todos los hermanos nuestros, creyentes como nosotros, que ya han alcanzado la meta de la gloria del cielo y que viven eternamente en la presencia de Dios.

2.- Recordar nuestra común y universal vocación a la santidad que brota y surge desde el bautismo. Todos estamos llamados a ser santos, sin diferencia ni excepción. Santidad que debe ser el estilo propio y la identidad más genuina de nuestro ser y quehacer como cristianos.

En este contexto de hoy, tenemos la gracia y la dicha de participar del rito de admisión a las órdenes sagradas de dos seminaristas nuestros e hijos de esta parroquia: Daniel Enrique y Jason Albán. Este es un motivo de alegría y esperanza para nuestra Iglesia Particular de Ciudad Quesada. Ojalá sea también un estímulo y una motivación vocacional para muchos jóvenes de esta parroquia y de la diócesis para responder y comprometerse con el Señor y con la Iglesia.

Detengámonos en el contenido de la Palabra de Dios que nos ha hablado en esta celebración, para que nos ilumine y anime en la fe, especialmente con un renovado impulso en nuestra vocación y camino de santidad. Está claro que la Palabra nos llama y nos recuerda esta realidad e ideal de santidad.

La primera lectura del Apocalipsis nos presenta la visión de los elegidos de Dios, de los marcados y sellados como fieles, aquellos que han luchado y vencido, y que están ahora alrededor del trono del Cordero, junto a los ángeles alabando a Dios ¿Quiénes son? ¿Cuántos eran? ¿De dónde vienen? Era una muchedumbre, era una multitud que no podía contarse, venían de todas las naciones y razas. Desvelando el lenguaje simbólico, el mensaje es claro: todos, es decir, la gran muchedumbre de los discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia -seamos de donde seamos- estamos llamados a la gloria de Dios, a vivir eternamente en la presencia de Dios que nos salva. Esa es la meta y el medio es la santidad, es decir, a través de una vida de fe, amor, lucha, entrega y fidelidad, que pasa por la prueba y la dificultad, así es como se alcanza la gloria. Esa muchedumbre de los santos de la primera lectura fueron los fieles, los que lucharon y se mantuvieron con el Señor, por eso, están en la gloria eterna y han alcanzado la salvación definitiva. Veamos en ellos el ideal, el camino y la meta para cada uno de nosotros.

“Somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos”, nos recodaba San Juan en la segunda lectura. Qué gran amor ha tenido Dios por nosotros, de qué altísima dignidad y condición nos ha revestido. En cuanto hijos de Dios, estamos llamados a la salvación y a la gloria eterna. Pero el apóstol también nos ha dicho que la meta y el destino final consistirá en que “vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Qué maravilla y qué grandeza: contemplar a Dios eternamente, esa es la meta, esta será la consecuencia de ser hijos fieles y santos. Hermanos, esta palabra y la celebración de este día son una enorme motivación para animarnos y tomar conciencia de lo que somos ya, y del destino eterno que nos espera, si vivimos en fidelidad y santidad.

El evangelio de San Mateo nos ha presentado la introducción del sermón de la montaña con las bienaventuranzas. Dichosos, benditos, bienaventurados y santos los que señala Jesús. Las bienaventuranzas podríamos decir que son el camino, el elemento constitutivo, las actitudes básicas y necesarias para ser verdaderamente fieles y santos, a fin de alcanzar la meta final de la gloria. En otras palabras, nos dicen quiénes están caminando ya, desde este mundo, por la senda de la santidad, es decir, los pobres de espíritu, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los que son perseguidos por causa del Reino de los cielos. Además de camino y características, podríamos decir que las bienaventuranzas son un catálogo para la santidad. Y Jesús lo confirma de alguna forma: todos estos, todos los que pasan por estas situaciones mencionadas son dichosos y bienaventurados, los llama a alegrarse porque dice que “su premio será grande en los cielos”. Es decir, vale la pena, tiene sentido y constituye la más grande esperanza ser santos.

También el salmo 23, con el cual hemos rezado, nos dice quién puede entrar en la presencia del Señor: el de corazón limpio y manos puras, el que no jura en falso, ese obtendrá la bendición de Dios.

Hermanos, qué gran motivación y esperanza nos da la palabra de Dios para que asumamos y vivamos nuestra vocación universal y común a la santidad; vocación que tiene como meta final el cielo, donde están todos los santos que hoy recordamos y celebramos. En medio de las dificultades, pruebas y rechazos que podamos tener, vuelvo a repetir, la santidad es un camino, un camino de todos los días y de todo momento. Un camino que nada tiene de egoísmo, sino de compartir con los pobres; un camino que no pasa por la violencia, sino por la mansedumbre y la humildad; un camino en el que no podemos ignorar a los que sufren, sino compadecerlos; un camino que no llama a la comodidad, sino a la búsqueda de la justicia; un camino que no incluye la indiferencia, sino la misericordia y el perdón; un camino que no tolera la hipocresía, sino que exige la limpieza y la verdad; un camino que no justifica el conflicto, sino que promueve la paz y la armonía; un camino que no admite la apostasía, sino la fe, la fidelidad y el amor. Todo esto es santidad, estas son las características de los santos. Santo es el que hace y cumple lo que Dios le pide como expresión de su voluntad. Tomemos en serio este camino que la recompensa es la mejor, la más perfecta y definitiva.

Daniel y Albán, me dirijo a ustedes. Hoy la Iglesia les da un voto de confianza al tomarlos en cuenta formalmente como candidatos para recibir en el futuro las órdenes sagradas. Ustedes son conscientes de este paso que dan y de la responsabilidad que asumen ahora y a futuro. Esta solemnidad les habla y les dice mucho, les muestra claramente cuál es el camino y cuáles son las actitudes que los debe acompañar: fe, amor, entrega, generosidad, lucha, fidelidad y santidad. Y todo esto acompañado por una indiscutible pasión por el Señor y un amor sincero a la Iglesia. Ustedes están doblemente comprometidos a ello en razón de su vocación bautismal y de esta vocación de especial consagración sacerdotal que están discerniendo en este momento de sus vidas. Hoy los acompañamos y oramos especialmente por ustedes. Adelante y siempre santos, no hay otro camino ni otra forma.

La santidad es un don y una gracia de Dios. En su infinito amor, Él nos hace participar de su misma santidad, porque Él es el único y totalmente Santo. Conscientes de ello, sabemos que la fuerza y el alimento para ser fieles y santos, el impulso para orientar toda nuestra vida hacia el cielo nos viene, sin duda, de la Eucaristía que es Cristo mismo en su cuerpo y en su sangre. Este es el alimento para la santidad y para la eternidad. Sigamos caminando por esta senda para alcanzar la meta final de la gloria del cielo con todos los santos de Dios.