
Al iniciar el mes de mayo, el Papa Francisco nos ha dicho que “contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba”.
En una carta que ha dirigido, en los últimos días de abril, el Santo Padre nos conforta presentándonos la figura de la Madre de Dios y nos pide redescubrir “la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo”.
Al vivir hechos sin precedentes en nuestra sociedad, como esta pandemia provocada por el COVID-19, los creyentes sabemos que no estamos solos. Contamos con la ayuda de Dios. Sabemos también, con verdadera confianza, que podemos acudir también a nuestra Madre, la Virgen siempre fiel a la voluntad de Dios, que con su testimonio nos da fortaleza e intercede para que podamos salir adelante. Ella es modelo de fe y esperanza.
Hemos comentado, en otros momentos, sobre la responsabilidad de quienes gobiernan las naciones para tomar las medidas adecuadas, la responsabilidad propia para actuar del mejor modo posible sin olvidar que vivimos en comunidad, y que depende de todos el contribuir al bien común para que nadie se quede atrás.
Hemos señalado la importancia de los avances técnicos y tecnológicos puestos al servicio de la humanidad, para que, con inteligencia, puedan ser utilizados en situaciones como la que vivimos, particularmente en el combate de la enfermedad.
No obstante, y con más ahínco, debemos confiar el destino de nuestras vidas a Dios, pues somos su creación más admirable y él no quiere el sufrimiento para nadie.
En estos tiempos, la fe, es una luz que no es ilusoria, ni un espejismo ni tampoco era algo que solo “iluminaba” a las sociedades antiguas; la fe no es un salto al vacío (cfr. Lumen Fidei, numerales 2 y 3).
Más bien, “se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido”, nos dice el Papa Francisco en Lumen Fidei (numeral 3).
Nuestro pueblo costarricense es un pueblo que siempre ha tenido la creencia en Dios como uno de sus valores y como una de sus fuerzas más sólidas. Hoy es momento para fortalecer nuestra fe, y qué mejor manera que hacerlo inspirados en la Virgen María “signo de salvación y esperanza” como lo ha señalado también el Santo Padre, al sugerir dos bellas oraciones para acompañar el Santo Rosario.
Con razón, San Jerónimo, doctor de la Iglesia, decía: “Las cualidades y la grandeza de la bienaventurada Virgen María nos las declaró el Ángel cuando dijo: ‘Salve, llena de gracia; el Señor está contigo, tú eres bendita entre todas las mujeres’. En efecto, debía poseer la plenitud de la gracia aquella que dio la gloria a los cielos, aquella que hizo brillar la paz, que dio la fe
a las naciones, que puso término a los vicios, que dio una regla de vida y una disciplina a las costumbres. María fue llena de gracia porque la recibió plenamente, mientras que a los demás se les concede parcialmente”. Abrámonos y aceptemos la gracia que viene de Dios.
Hoy más que nunca pongamos nuestra mirada interior en Él, como lo hizo María. Juntos, como verdadera familia de Dios, mantengámonos firmes en la fe y la esperanza. En este mes, recemos el Santo Rosario, con devoción, y de la mano de la Santísima Virgen María confiémonos a la voluntad de Dios.
Fermento 107. Martes 5 de mayo, 2020