A dar testimonio fiel

Fiesta Patronal Nuestra Señora del Carmen

Parroquia La Tigra, viernes 16 de julio 2021.

Hermanos todos en el Señor:

Con gran gozo y gratitud, todavía en medio de la crisis de la pandemia, celebramos un año más esta fiesta patronal en honor del Nuestra Señora del Monte Carmelo, patrona de esta comunidad parroquial de La Tigra. También, en esta celebración patronal anual, queremos recordar y agradecer a Dios la gracia y el don de la constitución de esta parroquia hace 25 años, concretamente el 7 de enero de 1996, por parte de Mons. Ángel San Casimiro Fernández, primero obispo diocesano. Damos gracias al Señor por todo el camino recorrido en estos cinco lustros y por la misión cumplida a lo largo de ellos, tanto de parte de los diferentes sacerdotes que han servido acá, como de parte de ustedes que son las piedras vivas de esta comunidad cristiana. Pedimos al Señor, por intercesión de la Virgen del Carmen, el ánimo renovado que ustedes necesitan para continuar con la misión evangelizadora y comunitaria de esta parroquia que ya ha caminado durante estos 25 años por gracia de Dios y al amparo de María.

Como bien sabemos, la devoción a Nuestra Señora del Carmen es una de las más queridas, arraigadas y populares entre las distintas advocaciones marianas de la Iglesia, no solo por el uso del santo escapulario, sino también por ser la Virgen del Mar y por su especial intercesión en favor de las almas del purgatorio. Además de algunos antecedentes bíblicos y de ciertos hechos en la historia de la Iglesia, sabemos que el origen más cercano de la devoción carmelitana se debe a la aparición de la Santísima Virgen del Carmen al santo inglés Simón Stock, primer general de los carmelitas descalzos, el 16 de julio de 1251, en la cual Ella le daba a conocer la gracia y la devoción del santo escapulario. De allí la fecha del 16 de julio en la cual celebramos tradicionalmente a la Virgen del Carmen.

Recordemos que toda devoción mariana debe estar ordenada al Señor Jesús. Es decir, por María vamos a Jesús, Ella siempre nos lleva y nos dirige a su Hijo, Ella es el medio más seguro y eficaz para ir al Señor. Por ello, la oración de la Misa de hoy expresa claramente este misterio: pedimos que, por la intercesión de María, lleguemos a Cristo que es verdadero Monte de la salvación. El Señor es el centro, el fin y la meta de nuestra fe. María, como fiel discípula suya, nos ayuda y anima en nuestro camino y en nuestra respuesta de fe a Él.

No hay duda que natural y geográficamente el Monte Carmelo es un lugar privilegiado, un bello y bendecido jardín. Por ello, desde muy antiguo, la Escritura resalta la belleza y la importancia que ha tenido el Carmelo en la historia de la salvación. Recordemos que, en la Biblia, un monte es lugar de encuentro con Dios; su altura alude al hecho de subir a Dios. Precisamente a eso es a lo que nos invita la Santísima Virgen, a buscar a Dios, a subir siempre hacia Él, a orientar y elevar nuestra vida al Señor como Ella siempre lo hizo. Se trata de encontrarnos de verdad con el Señor. Esta experiencia continua y profunda de encuentro con el Señor es la que da sentido a nuestra fe.

Me parece que justamente este es el trasfondo de la primera lectura del profeta Zacarías que hemos escuchado. Se experimenta una gran alegría por el anuncio de que Dios viene a habitar en medio de su pueblo, viene a encontrarse con su pueblo elegido. Y el Señor lo quiere hacer porque el pueblo de Israel es propiedad suya, es su santa morada en medio de los hombres. Para nosotros, miembros del nuevo testamento, sabemos que Dios nos ha visitado por medio de su Hijo Jesús, gracias al misterio de su encarnación en el seno de María, el cual fue posible por el sí generoso y confiado de la Santísima Virgen. De esta manera Dios ha visitado y ha entrado en medio de nosotros su pueblo, y el canal o instrumento bendito para ello fue la persona y la fe de María.

Por su parte, San Pablo, en la segunda lectura de su carta a los gálatas, destaca también el sí de María para colaborar con el plan de salvación de Dios. En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo único, nacido de mujer. Nosotros somos hijos de Dios y herederos de su salvación por el sí de María, por haber prestado Ella toda su persona y su vida para que Dios se encarnara y nos redimiera definitivamente. Contemplemos cómo el sí, la disponibilidad y la fe de María han colaborado con el plan de Dios en favor nuestro. Ella es dócil y obediente al plan y a la voluntad de Dios. Por eso el Señor hizo maravillas a través suyo.

En el evangelio de San Mateo se habla de la madre y de los parientes de Jesús. El Señor afirma que son aquellos que cumplen la voluntad del Padre celestial y ponen en práctica la palabra de Dios. Y en este sentido, María, además de ser la madre de Jesús, es también su fiel discípula. Quién mejor que Ella cumplió la voluntad del Padre; quién mejor que Ella confió y respondió con total fe y absoluta confianza. Lo que nos hace de verdad familia, amigos y discípulos de Jesús no es llevar el nombre de cristianos, sino el hecho de que cumplir la voluntad de Dios y vivir según nuestra fe como lo hizo María.

Hermanos, de verdad la fe y el seguimiento del Señor dan sentido a nuestra vida, y nos llevan a hacer experiencia de varias cosas: 1.- A poner toda nuestra vida en manos de Dios, con la misma actitud dócil y confiada de María. 2.- A ser siempre discípulos, es decir, a escuchar, a aprender, a caminar y a cumplir todo cuanto el Señor nos pide. No estamos acabados, sino que siempre estamos caminando y aprendiendo en la fe. 3.- A dar testimonio fiel y concreto de nuestros valores y convicciones; a mostrarnos y presentarnos siempre como creyentes, como personas de fe, en cualquier momento, lugar y circunstancia. Esto es tener una identidad clara y un auténtico testimonio de fe.

Por otra parte, conviene recordar, especialmente hoy, que el santo escapulario, que tanto identifica a la espiritualidad carmelitana, es un signo para nosotros y un compromiso de nuestra parte para vivir en auténtica confianza en Dios, para entregarnos al fiel cumplimiento de la voluntad del Señor y para crecer, día con día, en nuestro compromiso de fe, todo ello como lo hizo María. Llevar y usar el escapulario no es algo automático o superficial, sino que, insisto, requiere un verdadero compromiso de respuesta en la fe de parte nuestra. Como signo visible o sacramental, es un recuerdo de todo ello para nosotros en nuestra experiencia de fe.

Hermanos, vamos a pedir al Señor en esta Eucaristía, por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, la gracia de buscar y subir siempre a Dios; el don de ser fieles discípulos de Jesús cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios; el compromiso generoso de nuestra parte en la fe, y la determinación de dar un testimonio vivo y eficaz de acuerdo a las exigencias de nuestra fe. Que Nuestra Señora del Carmen sea modelo e inspiración para nosotros en todo este itinerario de fe que nos lleva a Dios como sentido último de nuestras vidas.

Nos ayude con su auxilio la Madre del Monte Carmelo en esta hora larga y difícil que todavía vivimos a causa de la pandemia. Y que el Señor, por medio de la intercesión de su Madre Santísima, siga bendiciendo abundantemente a esta comunidad parroquial y a tantos devotos de Nuestra Señora del Carmen. Así sea. Amén.