“Acoger a Cristo como María, para que Él sea nuestra bendición”

Santa María, Madre de Dios. Domingo 1 de enero de 2023.

Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor:

Gracias a la providencia y al amor de Dios, celebramos hoy, 1 de enero, un día con múltiples e importantes significados: la octava de la Natividad del Señor, la circuncisión y la imposición del nombre de Jesús, la maternidad divina de María, la jornada mundial por la paz y el primer día de este nuevo año 2023. Todo ello en el contexto del tiempo de la Navidad que nos está permitiendo celebrar el nacimiento entre nosotros del Hijo de Dios, según la carne, y para nuestra salvación. Cuántos dones y bendiciones recibimos como expresión del amor de Dios que ha bajado a nuestra realidad y se ha hecho uno de nosotros.

Con relación a la Navidad que estamos celebrando y a la solemnidad María como Madre de Dios que conmemoramos hoy, decía San Pablo VI, en su exhortación apostólica Marialis Cultus n. 5, que “el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal y salvadora de María … La solemnidad de la maternidad divina de María se destina a celebrar la parte que ella tuvo en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida”. Hermosa y profunda explicación y síntesis la del Papa Montini.

La verdad de fe sobre la maternidad divina de María, que celebramos hoy, fue definida por el Concilio de Éfeso, en el año 431, confirmando lo que ya creía y confesaba el pueblo cristiano: que María es verdadera Madre de Dios. Afirmando la única persona de Cristo, y sus dos naturalezas (humana y divina), este Concilio concluía que María es Madre de Dios, por ser ella quien dio la naturaleza humana a Jesucristo, el Hijo de Dios.

Esta solemnidad de hoy nos invita a imitar la actitud de fe, apertura, docilidad y obediencia de María de frente al misterio de la encarnación y nacimiento de Jesús. Ella lo acogió con un corazón abierto, dispuesto, dócil y generoso, para que Jesús sea la bendición, el don y regalo más maravilloso que recibamos hoy y siempre. Por ello, San Agustín destacaba la relación profunda y muy importante entre la fe de María y su maternidad divina, pues, para el santo obispo de Hipona, ella concibió primero a Cristo por su fe y en su corazón, antes que en su cuerpo; primero en su alma, después en su vientre.

Hermanos, el mérito de María es su fe. Ella primero es discípula, porque acoge el don de Dios en su mente, alma y corazón. Luego es madre, como consecuencia de su confianza y obediencia en la fe. Esta es precisamente la actitud de acogida que nos relataba el evangelio de San Lucas hoy: María guardaba y contemplaba en su corazón todas las cosas que se decían de Jesús y que ella miraba delante de sus ojos. Desde la fe, con actitud orante y contemplativa, acoge el misterio del amor de Dios que ha nacido de sus entrañas virginales.

Por ello, San Pablo, en la segunda lectura de su carta a los gálatas, nos decía que “en la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. El misterio y el don que María ha acogido, en su corazón y en su vientre, es el Hijo de Dios, por eso ella es Madre de Dios. Para nosotros, la suprema bendición de Dios es habernos hecho hijos suyos en Cristo. Abramos totalmente nuestra vida a Dios como María.

En efecto, hermanos, sólo abriendo incondicionalmente nuestra vida a Dios, como lo hizo María, será posible que recibamos las bendiciones de Dios en nuestra vida, así como lo expresaba la primera lectura de los Números en esa hermosa fórmula de bendición: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Esto será posible si vivimos con fe y confianza en Dios, en continua y profunda relación con Él, siguiéndolo y cumpliendo su voluntad en cada momento, viviendo en la verdad y en el amor, haciendo el bien y practicando las obras de misericordia que hacen viva y operante nuestra fe y que nos ponen en camino hacia la eternidad.

Hermanos, este es el ejemplo y testimonio que nos da la Madre de Dios y, al mismo tiempo, es toda una inspiración y camino para el año nuevo que hoy el Señor nos permite iniciar. Estas son las actitudes y las obras que necesitamos para ser mejores, para salir adelante y ayudarnos solidariamente, para realizar el proyecto de amor y paz de Dios que estamos celebrando en esta Navidad.

De verdad hemos sido bendecidos abundantemente por Dios, como lo hizo con María. Miremos y leamos nuestra propia historia desde la fe; descubramos el paso providente y la acción maravillosa de Dios en nuestras vidas; reconozcamos y demos gracias. Pero nos faltan y necesitamos muchas otras bendiciones, sobre todo la paz, que debe estar presente primero que todo en el corazón de cada persona. Si la paz de Dios está en el corazón de cada uno de nosotros, tendríamos un mundo más pacífico, justo y solidario; una humanidad en la que el amor, la fraternidad, el respeto y la tolerancia sean base indispensable para nuestra convivencia.

Al celebrar hoy la 56 Jornada Mundial de Oración por la Paz, convocada por el Papa Francisco bajo el lema “Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz”, pidamos con fe y desde la oración este don y esta bendición que tanto necesitamos, sobre todo después de estos años tan duros y difíciles a causa de la pandemia. Paz en el mundo y en nuestro país; paz en nuestras familias y comunidades, pero, sobre todo, paz en nuestros corazones, para compartirla y llevarla por donde quiera que vayamos o estemos. Paz para vivir un año sereno y pacífico.

Como personas de fe e inspirados en el testimonio de la Madre de Dios, iniciemos este nuevo año con esperanza e ilusión, con los mejores deseos y propósitos, con la determinación de dar lo mejor de nosotros mismos, poniendo nuestras vidas y nuestras actividades en las manos providentes de Dios. Que haya siempre espacio para el Señor en nuestra existencia y así acoger siempre sus dones y bendiciones. Esta Eucaristía nos conceda la fuerza y la gracia para alcanzar estos buenos y santos propósitos, para gloria de Dios, bien de nuestros hermanos y de cada uno de nosotros.

¡Santa María, Madre de Dios! Ruega por nosotros.

¡Reina de la paz! Ruega por nosotros y por el mundo entero.

Bendecido año nuevo 2023. Amén.