
Misa vespertina de la Cena del Señor,
Jueves Santo, 1 de abril 2021, Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
Hermanos todos en el amor de Cristo el Señor:
Con esta solemne y entrañable celebración de la Cena del Señor, en la cual conmemoramos la institución de la Eucaristía, el servicio fraterno de la caridad y la institución del sacerdocio ministerial ordenado, estamos a punto de entrar en los momentos celebrativos más importantes y trascendentales de nuestra fe cristiana. Esta celebración constituye la introducción al Santo Triduo Pascual que celebraremos a partir de mañana viernes santo, que continuaremos el sábado santo y que culminaremos el domingo de pascua de resurrección. A estos tres días claves de nuestra fe y liturgia católica, se ordenan todos los demás tiempos y períodos litúrgicos, pues se trata de la conmemoración y celebración de los misterios centrales de nuestra vida cristiana, a saber, la pasión, la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, mediante los cuales nos ha salvado y redimido como expresión máxima de su amor.
Esta Misa de la Cena del Señor tiene como elemento esencial el tema de la entrega amorosa y salvadora de Jesucristo. El gesto del lavatorio de los pies y la institución de la Eucaristía en la última cena, encontrarán su más profundo y auténtico sentido en el misterio de la cruz que celebraremos mañana, misterio de entrega total: cuerpo entregado y sangre derramada por nuestra salvación; misterio éste que prefigura la institución de la Eucaristía y se continúa actualizando cada vez que celebramos este sacramento centro, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia. Cristo, que nos da la Eucaristía en la última cena, se entrega en su cuerpo y sangre en la cruz en el sacrificio redentor que nos ha salvado.
Los textos de la palabra de Dios que hemos escuchado, ponen de manifiesto la entrega amorosa y la donación de sí mismo, del cordero pascual que limpia y quita el pecado del mundo, y del sumo y eterno sacerdote que se nos da en su cuerpo y sangre en la cena de pascua, y en el altar de la cruz para la salvación del mundo.
La primera lectura del libro del Éxodo nos presenta las indicaciones precisas de la cena pascual del pueblo de Israel antes de ser liberado de la esclavitud de Egipto. El cordero inmolado y la sangre en la entrada de las casas de los israelitas fueron signos para ser liberados del exterminio de la muerte. Pero es Jesús, el verdadero cordero pascual, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, quien llevará a plenitud el proyecto liberador y salvador iniciado en el Éxodo. Con la entrega amorosa de su propia vida, nos ha librado de la muerte eterna y nos ha limpiado definitivamente de la suciedad del mal y del pecado.
Nos decía San Juan, en la introducción del evangelio de hoy, que Jesús “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Ese extremo es la muerte, la entrega amorosa de su propia vida por nuestra salvación, el misterio de amor más grande del mundo, el tanto amó Dios al mundo hasta la entrega de su Hijo para que tengamos vida eterna. El gesto central del evangelio del lavatorio de los pies de Jesús a los apóstoles, tiene ese sentido y significado total de entrega. Se trata de una acción simbólica que prefigura y adelanta la entrega y la muerte de Jesús en la cruz.
Lavar los pies a los discípulos y entregarse en la cruz tienen el mismo significado de humildad y servicio que manifiestan el amor total de Jesús hasta dar la vida. Él es el siervo que se humilló para lavar los pies, gesto que entonces era propio de los esclavos; Él es el siervo que se despojó de su condición divina, y asumió la condición de esclavo para entregarse a la muerte de cruz por nuestra salvación (cfr. Filipenses 2,6-8). Este es el misterio de amor, entrega y servicio que conmemoramos y celebramos hoy. El mismo Jesús lo dijo: “No hay amor más grande que dar la vida” (cfr. Juan 15,13).
Lavar los pies y la muerte en la cruz significan también que somos lavados y limpiados de nuestros males y pecados por la entrega amorosa y salvadora de Jesús. Lavar los pies y dar la vida es lo mismo, pues amar, servir y dar la vida es la esencia de nuestra fe cristiana. El Maestro, como el primero que enseña, es efectivamente el primero que nos ha dado ejemplo y nos ha dicho “lo que he hecho con ustedes, háganlo también entre ustedes mismos”.
San Juan presenta el lavatorio de los pies en el contexto de la última cena, y en ella Jesús instituye la Eucaristía. San Pablo en la segunda lectura nos recuerda la institución de este sacramento y memorial. La Eucaristía recuerda la pascua judía, y en la última cena Jesús celebraba esta pascua; sin embargo, al mismo tiempo Jesús estaba introduciendo e instituyendo una novedad radical: el pan y el vino se identifican con su cuerpo y con su sangre que se entregan a la muerte en la cruz. Por ello, las palabras de Jesús que se pronuncian en cada Eucaristía con elocuentes: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes (…) Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía”.
Hermanos, qué dones más maravillosos son para nosotros en la Iglesia la Eucaristía, el mandamiento del amor y el sacerdocio ministerial ordenado. Al conmemorar y celebrar en esta Misa vespertina estos misterios, vamos a pedirle al Señor el máximo amor, respeto, atención, prioridad y centralidad hacia la Eucaristía como sacramento fontal y fundamental de la Iglesia; sin Eucaristía no hay vida cristiana. Pedimos también al Señor que nos ayude a hacer vida, práctica y testimonio vivo el mandamiento del amor, pues quien no ama no conoce ni está en Cristo. Y damos gracias por el sacerdocio ministerial ordenado que hace posible la presencia y el memorial de la Eucaristía todos los días en la vida de la Iglesia hasta el fin del mundo.
Con el ejemplo que nos ha dado el Señor, somos conscientes de que servir y dar la vida significa salir de nosotros mismos, superar nuestro egoísmo, morir a nuestro propio yo. Dar la vida no es solamente hacerlo muriendo, sino que significa también entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el trabajo diario, en la aceptación de los demás, en el asumir las dificultades, etc. Entregar la vida es darla poco a poco a través del tiempo y en las diversas circunstancias de la propia historia.
En este día tan especial y significativo, pidamos al Señor que nos haga partícipes de su sacrificio liberador, que nos conceda el espíritu de donación y de servicio que Él mismo tuvo admirablemente en la última cena. Que la Iglesia siga haciendo presente en el mundo el misterio de la salvación y redención a través de la predicación de la palabra y la celebración de la Eucaristía; de esta forma podremos vivir y permanecer en el amor, testamento supremo de Jesús que nos ha dejado antes de entregar su vida por nosotros.