Ansiemos el pan de la vida eterna

Como seres humanos que somos, frágiles y viviendo en este mundo que nos corresponde transitar, nos afanamos por alcanzar los bienes terrenos y poco nos preocupamos por alcanzar los bienes futuros que nos aguardan en la vida eterna.

Hace algunas semanas celebramos en la Iglesia la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo o Corpus Christi. Esta es una Solemnidad que se instituyó desde la Edad Media para confesar la fe de la Iglesia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y, al mismo tiempo, para tributar homenaje público de alabanza a este augustísimo sacramento del amor de Dios que es fuente, centro y culmen de toda la vida de la Iglesia.

Durante la pandemia no fue posible realizar esta celebración que tradicionalmente motiva a las personas a elaborar bellos altares y a adornar las calles para que pase el Santísimo Sacramento. Este año fue diferente; pudimos volver a retomar esta celebración en la que la presencia real de Jesucristo, de modo extraordinario, sale por las calles.

Al mismo tiempo, de modo extraordinario debemos valorar lo sagrado del hecho, pues no es con una imagen más que salimos en procesión; sino con Jesucristo mismo presente en su cuerpo y en su sangre; es él quien recorre distintas comunidades cristianas.

Es preciso tener claridad también sobre el respeto para aquellas personas que no creen lo que nosotros católicos adoramos, veneramos y celebramos. Por tanto, nuestro testimonio debe ser consecuente con los sentimientos y pensamientos de Jesús, debemos ser coherentes con nuestra fe.

Decía en la homilía de esta celebración el pasado 19 de junio que “la Eucaristía es sacramento de unidad y comunión entre Dios y nosotros, entre nosotros y nuestros hermanos también”.

Para nosotros los católicos la Eucaristía “es el banquete de la salvación y de la nueva alianza, es la fuente de la comunión y de la fraternidad, es alimento y fuerza para todo lo que hacemos en la Iglesia, es origen de toda santificación, es impulso para que vivamos y practiquemos la caridad. Es sacramento de caridad que se nos da para que compartamos amor, solidaridad y servicio con los demás”.

Cuán diferente sería nuestra sociedad si pudiéramos concretar ese amor, solidaridad y servicio para con los demás, para con los que creen en lo que nosotros creemos, pero también para aquellos que no. Hermanos, somos llamados a ir transformando nuestra sociedad a partir de nuestros actos.

Al mismo tiempo, si hacemos verdadera conciencia de la presencia real de Jesucristo en el sacramento del altar, no podríamos vivir sin él: todos los días se celebra la Eucaristía en nuestras comunidades o en comunidades cercanas, por tanto, hagamos el esfuerzo por consumir el alimento que da vida y vida en abundancia.

No dejemos pasar por alto el valor de la Eucaristía, ya vivimos unos meses durante la pandemia en que las celebraciones eucarísticas no se podían desarrollar con fieles y nos privó entonces de esa posibilidad de comer del verdadero pan, fue algo que jamás imaginamos.

Cierro con estas palabras que también decía en la homilía del Corpus Christi: “pidamos al Señor tomar cada día más conciencia de la santidad y sublimidad de este sacramento. Que nos disponga a participar de él con la preparación, el respeto y disposición que requiere este sacramento que es lo más grande y santo que tenemos en la Iglesia. Que además de la celebración de la Santa Misa, seamos capaces de llevar una vida de rodillas, a través de la adoración eucarística, con tantas intenciones por las cuales hemos de dar gracias y al mismo tiempo pedir al Señor”.

Fermento 225. Martes 19 de julio, 2022