
Miércoles de Ceniza, 2 de marzo de 2022.
Catedral de Ciudad Quesada, 8:00 a.m.
Hermanos todos en el Señor:
Con espíritu de fe, abiertos a la acción de Dios y en comunión con toda la Iglesia, iniciamos hoy este santo tiempo de Cuaresma que nos prepara para la Pascua, la gran solemnidad cristiana que nos permite celebrar los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Cuaresma es un camino de renovación bautismal, un itinerario espiritual marcado por la penitencia y la práctica de las buenas obras para que, como decía la oración de la Misa de hoy, “el ayuno y la penitencia sean el principio de una verdadera conversión y una ayuda para vencer el espíritu del mal”. Por consiguiente, este es un tiempo de gracia y salvación para renovarnos como hijos de Dios y unirnos al misterio pascual de Cristo, centro y fundamento de nuestra fe cristiana.
El mensaje de la Palabra de Dios que hemos recibido lo podemos resumir en tres verbos o acciones a las que se nos llama: convertir, reconciliar y practicar. Compartiremos un pensamiento sobre cada verbo o acción, a fin de que el Señor nos ayude a vivir a profundidad este santo tiempo y podamos sacar el mayor fruto de la pedagogía cuaresmal ayudados por la acción de Dios.
1.- Convertir:
Es el gran llamado para este tiempo de preparación a la Pascua: convertirnos a Dios. El sentido del verbo convertir o convertirse es volver o retornar a Dios; regresar al punto de partida para recomenzar. Es volverse o ponerse de cara a Dios desde nuestra realidad precaria de pecadores. De allí el gran y elocuente apelo del Señor a través del profeta Joel en la primera lectura: “Conviértanse a mí de todo corazón … enluten su corazón y no sus vestidos (…) Conviértanse al Señor, porque es compasivo y misericordioso”.
Aprovechemos este tiempo de gracia para volver a Dios, para reiniciar el camino, para renovar nuestra alianza con él, para poner toda nuestra realidad de mal y pecado delante de la misericordia, clemencia y compasión del Señor. Es justamente lo que rezábamos con el salmo 50 (Misericordia, Señor, hemos pecado), y lo que nos recordará el signo de la ceniza: somos pecadores llamados a convertirnos, a creer en el evangelio de la salvación; somos pecadores limitados que hemos salido del polvo y que al polvo volveremos con la esperanza de vida eterna en la resurrección. Convirtámonos, volvamos a Dios.
2.- Reconciliar:
Al comenzar hoy la Cuaresma, San Pablo nos recuerda, en la segunda lectura de su segunda carta a los corintios, que este es un tiempo favorable, que es el día de la salvación de Dios. Y nos invita al segundo verbo o acción: reconciliar; más exactamente a dejarnos reconciliar con Dios. Por ello, nos dice: “En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”. Sabemos y experimentamos en nosotros mismos que el pecado es ruptura y alejamiento de Dios; es una dislocación o desarmonía en la vida interior que se manifiesta en nuestro actuar. Por esta razón, Dios, su infinito amor, toma la iniciativa, nos busca, nos quiere rescatar para reconciliarnos con él. Reconciliar es volver a la conciliación, a la armonía, al orden.
Pero no somos nosotros los que nos reconciliamos con Dios, sino que es él quien nos da la gracia y la oportunidad de reconciliarnos. Se trata de abrirnos humildemente a la acción, a la gracia, al perdón y a la misericordia de Dios. Reconciliarnos para que el Señor reconstruya, él, no nosotros, la armonía y el equilibrio que el pecado trastornó con la ruptura y el alejamiento de Dios que tiene como consecuencia el mal en nosotros.
Reconciliarnos con Dios, pero también con el hermano. En nuestro diario convivir hay conflictos, desencuentros, rencores y resentimientos. La convivencia y la comunión no son fáciles; por ello, si se han roto o afectado, hay que repararlas y reconstruirlas a través de la reconciliación que es siempre posible con la gracia de Dios. Estamos llamados a la corrección fraterna y al perdón.
3.- Practicar:
El evangelio de Mateo nos ha hablado de las tres prácticas más importantes y apreciadas de la espiritualidad judía: la limosna, la oración y el ayuno. Jesús nos advierte de no practicar estas buenas obras para que la gente nos vea y reconozca. Hay que practicar en el secreto, la discreción y la humildad, para que Dios Padre, que ve en lo escondido, nos recompense y ayude.
La conversión también es entendida como cambio de mentalidad para cambiar de conducta, es decir, renovarnos para practicar obras y acciones nuevas y buenas. La fe es vida, práctica y acción; es práctica que se debe manifestar en el testimonio vivo de las obras de misericordia. Eso es lo que quiere y espera el Señor siempre, pero especialmente en esta Cuaresma camino a la Pascua. La limosna nos hace practicar el desprendimiento y la generosidad, sobre todo con los más necesitados. La oración nos hace practicar y vivir a profundidad esa relación de amor y cercanía con Dios que nos fortalece y transforma; la práctica de la oración cambia la vida. El ayuno nos hace practicar el desasimiento, es decir, hacer el ejercicio y la práctica de privarnos de lo que no necesitamos; practicar y manifestar que no sólo vivimos de cosas, sino de la apertura a Dios para que él nos llene con sus dones. El ayuno es la práctica de la privación de tantas cosas para compartir y ser solidarios con los demás. Con estas prácticas, Jesús nos llama a pasar de la palabra a la acción, y de los dichos a los hechos como expresión de nuestra conversión y renovación espiritual.
Inspirado en la carta de San Pablo a los gálatas (6, 9-10), para esta Cuaresma, el Papa Francisco nos ha llamado a no cansarnos de hacer el bien, que a nuestro tiempo cosecharemos buenos frutos. Precisamente, el convertirnos de corazón y el reconciliarnos con Dios y los demás, deben llevarnos a practicar siempre el bien como fin de nuestra experiencia de fe y consecuencia de nuestra conversión. Esto es lo que significamos particularmente con el rito de la ceniza que recibiremos, y es también la gracia que pedimos al Señor, en esta Eucaristía, al emprender con esta celebración nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua como meta y fin de este itinerario espiritual.