Asunción de María: Nuestra esperanza futura

Asunción de la Santísima Virgen María,

Domingo 15 de agosto de 2021.

Hermanos todos en el Señor:

Celebramos este importante misterio mariano, último dogma declarado sobre la Santísima Virgen María: su asunción en cuerpo y alma al cielo, que consiste en su plena glorificación y la plenitud de su resurrección. Por gracia especialísima de Dios, ella no conoció la corrupción del sepulcro. El punto clave y central que explica y da contenido a esta solemnidad de la Asunción es precisamente la resurrección de Cristo.

Como decía la segunda lectura de San Pablo en su primera carta a los corintios, Cristo es la primicia de los muertos, él es el primero que ha resucitado; luego lo harán los que son de Cristo. Y, entre los que son de Cristo, por supuesto destaca María, no solo por ser su madre, sino porque ella vivió de manera especialísima unida a Cristo; es el fruto más grande de la redención, es la llena de gracia y la toda santa. Por ello, María participa plenamente del triunfo glorioso de Cristo con su resurrección.

Y esta es también una fiesta de enorme esperanza y trascendencia para nosotros, pues la glorificación y la resurrección plena que vemos consumada hoy en María es precisamente el futuro final que esperamos alcanzar después de esta vida y luego del paso a través de la muerte. Estamos llamados a la plenitud de la resurrección y a la participación de la gloria de Cristo de las cuales ya goza plenamente María. Esa es nuestra esperanza y nuestra meta final.

Por supuesto, los bellos textos de la palabra de Dios, que se han proclamado, nos ilustran el misterio que hoy celebramos.

La primera lectura del Apocalipsis, en la que se describe la lucha entre el bien y el mal, presenta a una mujer gloriosa y radiante: envuelta por el sol, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas. Y aparece como mujer que va a dar a luz, una madre que da a luz un hijo varón destinado a gobernar todas las naciones; y para librarlo del mal, es llevado a la presencia de Dios. En esa batalla sale triunfante el bien, el poder de Dios sobre el dragón de siete cabezas y diez cuernos, signo del mal. Esa mujer madre es figura de María que, desde el cielo, donde está glorificada, intercede y cuida de nosotros como lo hizo con su Hijo Jesucristo. Ella nos acompaña en nuestras luchas y dificultades, nos hace más cercana la presencia amorosa de Dios que vence todo mal.

Con el evangelio de San Lucas, que nos narra la visitación de María a su pariente Isabel, podríamos decir que la asunción y la glorificación de María es fruto y consecuencia de su fe, de su especialísima unión con Dios. Isabel la saluda y reconoce diciendo: “Dichosa tú que has creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. Desde su fe y en su cántico de alabanza, María reconoce la obra y las maravillas de Dios: “Proclama mi alma la grandeza del Señor … ha hecho en mí obras grandes … ha mirado la humildad de su esclava”. Por su fe, confianza, consagración y dedicación total a Dios; por su humildad, obediencia, fidelidad y unión íntima con Dios, María es glorificada y participa de la plenitud de la resurrección de su Hijo Jesucristo.

Este misterio de María, que celebramos hoy, nos vincula directamente a nosotros, y nos llama de manera particular a lo siguiente:

1. Nos llama a ser hombres y mujeres de fe: es decir, a vivir una relación constante de unión a Dios y de confianza en él. La fe es la experiencia de entrega y seguimiento permanente del Señor, así como lo hizo María. Ella dedicó a Dios toda su vida, todo su ser; sus pensamientos, palabras y acciones; toda su existencia vivida desde Dios y para Dios. En esto consiste la experiencia de la fe y, por tanto, ha de llevarnos a esa unión íntima, profunda y permanente con el Señor.

2. Nos llama a ver en el misterio de la Asunción de María nuestra esperanza futura, pues no somos ciudadanos de este mundo, sino peregrinos y ciudadanos para el cielo. La vida presente no es para siempre, solamente lo es aquella que Dios nos promete en la eternidad y de la cual participa ya perfectamente María. Estamos de paso en este mundo, y vamos peregrinos camino al cielo. Esta visión, experiencia y esperanza solamente nos la puede dar la fe.

3. Nos llama a sentir y a recibir a María como madre: Jesús nos entregó a María como madre en la persona del apóstol Juan. Ella es la madre fiel, tierna, solícita y generosa que sabe de nuestras necesidades, sufrimientos, angustias y anhelos. Ella, en la gloria, intercede por todos nosotros ante Dios. Ella es modelo de las madres de la tierra, a quienes recordamos y celebramos hoy en su día, acá en nuestro país. María siempre estuvo cerca y pendiente de su hijo Jesús, al igual que lo hacen muchas madres generosas, sacrificadas, comprensivas, abnegadas y entregadas incondicionalmente a sus hijos. Hoy les hacemos un reconocimiento especial y les expresamos una gratitud inmensa por su entrega y ejemplo, por habernos transmitido de parte de Dios el don sagrado de la vida, por habernos compartido el regalo inmenso de la fe. Recordamos y oramos también por las madres que nos han dejado, que dan dado el paso de este mundo al otro, y pedimos que, por su entrega y generosa maternidad, por el ejemplo y legado que nos dejaron, estén gozando de la misma gloria de María en el cielo.

Hermanos, cada Eucaristía que celebramos es actualización del misterio pascual de Cristo que tiene como centro su resurrección. El banquete de la Eucaristía, en el que se nos da el cuerpo glorioso de Cristo y su sangre bendita, es promesa de resurrección futura y de vida eterna, pues, como lo hemos venido escuchando estos domingos atrás, Jesús nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. Esta es la promesa de eternidad que nos hace el Señor. Por ello, la Eucaristía es fuerza y alimento para llegar a la resurrección futura y a la gloria plena de las que ya participa en cuerpo y alma la Santísima Virgen María. Que, como ella, sepamos, orientar y dirigir toda nuestra vida a Dios, y a la gloria eterna que nos promete.