
Eucaristía por la muerte del Papa Emérito, Benedicto XVI.
Jueves 5 de enero de 2023, Catedral Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
Hermanos todos en el Señor:
En comunión con la Iglesia universal, con la Iglesia local de Costa Rica y también con nuestra Iglesia diocesana, iluminados por la luz esplendente de la Pascua, nos hemos reunido esta tarde-noche, en nuestra Iglesia Catedral, para celebrar el misterio eucarístico, fuente de vida y santidad, en sufragio del querido Papa emérito, Benedicto XVI, fallecido el pasado 31 de diciembre.
Lo recordamos con afecto y gratitud, pero sobre todo oramos por el descanso eterno del Papa sabio y santo, humilde servidor de la viña del Señor, cooperador y servidor de la verdad. A lo largo de su existencia, que se ha prolongado por 95 años, nos hemos encontrado con el hombre, el creyente, el sacerdote, el teólogo, el profesor, el obispo y el Papa. Pero todas estas dimensiones de su vida cristiana se ven integradas en la conciencia de una misión que cifró toda su existencia, y que muy bien deseó expresar el mismo Joseph Ratzinger al ser nombrado por San Pablo VI, arzobispo de Múnich, y posteriormente designado cardenal por el mismo Pontífice, y fue el lema de su escudo episcopal: “Cooperadores de la verdad” (3 Juan v. 8). La búsqueda de la verdad y el servicio a ella fue su gran pasión. El pasado 31 de diciembre, ha entrado para siempre en comunión con la Verdad, cuyo nombre es Jesucristo, que colmó todas sus ansias y desvelos en favor de la Iglesia.
Al hacer un balance de su vida como sacerdote, obispo y Papa, nos encontramos con una rica y vasta aportación a la reflexión teológica y a la acción evangelizadora de la Iglesia con más de 71 años de homilías, publicadas en diversos idiomas; 66 libros que recogen su experiencia docente y su camino de fe. Como Papa nos ha dejado 3 Encíclicas y 4 Exhortaciones Apostólicas. Todo su aporte lo podríamos resumir en esta frase de su Testamento Espiritual: “Manténgase firmes en la fe ¡No se dejen confundir!”.
Desde el misterio de la comunión de los santos, en el cual cree firmemente la Iglesia, damos fe de nuestra certeza de la resurrección, y oramos por el descanso eterno del Papa emérito, pidiendo al Buen Pastor y Juez Justo que este fiel y humilde servidor esté gozando del lugar del consuelo de la luz y de la paz.
La Palabra de Dios proclamada en esta celebración nos ilumina y confirma en la esperanza y certeza de la resurrección, centro y fundamento de nuestra fe cristiana, y nos recuerda también el ministerio petrino que cumplió con grandeza y generosidad de corazón el Papa emérito.
La primera lectura, del libro del Éxodo, nos recordaba la travesía y el paso de los israelitas, saliendo de la esclavitud de Egipto, a través del Mar Rojo a pie enjuto, venciendo por obra de Dios al enemigo. Este paso, esa primera pascua, nos hace vislumbrar la Pascua cristiana, la victoria final de la vida sobre la muerte que fundamenta toda nuestra esperanza. Esto es precisamente lo que pedimos hoy para el Papa Benedicto. Asimismo, el texto nos presenta la figura de Moisés, fiel servidor de Dios y a quien puso al frente de su pueblo, como lo hizo también con el Papa emérito a través de su ministerio de pastor de la Iglesia universal.
El hermoso evangelio de San Juan nos traslada a Galilea, después de la resurrección. Jesús se encuentra con sus apóstoles que habían regresado a su tierra y a su actividad habitual de pescadores, luego de la muerte del Señor. Su presencia es garantía de una pesca abundante; él mismo prepara de comer a los discípulos. Se trata de un encuentro íntimo y vivo que restaura la seguridad de una vida nueva, la recuperación de la esperanza y la confianza. En este encuentro con el Resucitado destaca también la figura de Pedro, que hace la triple confesión de su amor a Jesús, luego de sus tres negaciones la víspera de la pasión. Pedro, cabeza y roca, está llamado a confirmar la fe y la confianza de sus hermanos, y para ello Jesús mismo rogó por él, a fin de que su fe no desfallezca y, una vez convertido, confirme en la fe a sus hermanos. El Papa Benedicto vivió en continuo y profundo encuentro con el Resucitado, y cumplió fielmente la misión de confirmar en la fe a la Iglesia a través de su ministerio petrino.
Finalmente, San Pablo, en su segunda carta a Timoteo, confiesa su gran confianza en el Señor al llegar el momento de su partida, esperando alcanzar la corona merecida, después de haber luchado el combate, haber corrido hacia la meta y, sobre todo, haber mantenido la fe. Esta experiencia del apóstol resume también el testimonio del Papa emérito que ha partido en estos días.
Hoy, al despedir al querido y recordado Papa emérito, damos gracias a Dios por su edificante existencia y por su fecundo ministerio. Por su testimonio y enseñanzas, por su humildad y generosidad, por su honestidad y recta intención, por su amor y fidelidad a la Iglesia. Su vida y ministerio, centrados en la búsqueda del amor y la verdad, e inspirado especialmente en San Agustín y San Buenaventura, nos iluminan y edifican grandemente.
Aprendamos y asumamos el legado especialmente de su sencillez y humildad, llevadas al extremo de renunciar -responsable y conscientemente- al ministerio petrino el 11 de febrero de 2013. Aprendamos de su amor absoluto a Jesucristo, quien fue su Amor y su Verdad. Aprendamos de su amor fiel y total a la Iglesia que lo llevó a entregarse por 71 años en la vida sacerdotal, 45 años en el ministerio episcopal, casi 8 años en el papado, y prácticamente 10 años en la soledad y en la oración por la Iglesia. Ciertas son las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13), así lo hizo el Papa Benedicto fiel a su Señor hasta el final.
Querido Papa Benedicto, tus últimas palabras, en la mañana del 31 de diciembre anterior, resumen lo que guardaste en tu corazón de creyente y que ahora nos heredas al entrar en la eternidad: “¡Señor, te amo!”. Vela por nosotros que somos el Pueblo de Dios aún peregrino en el tiempo y en el espacio, y concédenos entrar cada día en la experiencia del amor de Aquel que fue la razón de tu vida y que deseamos colme también la nuestra. Descansa en paz con el Supremo Amor y por siempre. Amén.